Aproximaciones históricas a la constitución social del género. Una mirada a la escuela

RESULTADO DE INVESTIGACIÓN: proyecto de Investigación doctoral: “Cuerpos sociedades e instituciones a partir de la última década del Siglo XX en Colombia” - Universidad Pedagógica Nacional UPN, Bogotá, Colombia; y Universidad del Valle, Cali, Colombia
Resumen[1]
La modernidad posee formas singulares de discursividad somática que han constituido regímenes de saber/poder sobre el cuerpo generizado, socialmente situadas e históricamente determinadas. Las narrativas producidas socialmente frente a asuntos como la identidad, la sexualidad, los roles y el lugar de las feminidades y las masculinidades en las prácticas corporales, llevan a re-pensar algunas supuestas verdades con relación a la constitución social del género, en la comprensión de que tales significaciones no son universales o fijas, por el contrario, emergen en consonancia con los lugares, los tiempos y las circunstancias corporales en las que son producidas, pues acontecen en el cuerpo.
Abstract:
Modernity has unique forms of somatic discursivities that have been constitute regimens of knowledge and power about the gendered body, social and historically situated. The socially produced narratives against issues such as identity, sexuality, roles and the place of the femininity and the masculinity in bodily practices, lead to re - think some supposed truths in relation to the social constitution of the genre, on the understanding that such meanings are not universal or fixed, on the contrary, emerge in line with places times and personal circumstances in where they are produced, as they occur in the body.
Discursividades del / sobre el cuerpo: dispositivos de constitución somática
Las discursividades son enunciaciones sujetas a condiciones de posibilidad del saber acerca de algo que delimitan sus funciones merced al acto mismo de enunciar. Las discursividades producidas socialmente frente a asuntos como la identidad, la sexualidad, los roles y el lugar de las feminidades y masculinidades en las prácticas corporales, llevan a re-pensar algunas supuestas verdades con relación a la constitución social del género y la propuesta educativa que lo agencia dentro de la escuela, en la comprensión de que tales significaciones no son universales o fijas, por el contrario, emergen en consonancia con los lugares, los tiempos y las circunstancias corporales en las que son producidas, pues acontecen en el cuerpo. Estas discursividades como enunciados de lo posible se articulan como un instrumento regulatorio para inscribir en los cuerpos realidades somáticas referidas al género y legitimadas en clave heteronormativa por la escuela, la familia, la religión, los medios, los libros y las conversaciones que sostenemos cotidianamente, al punto de que constituyen modos sociales aprobados o desaprobados de ser niñas y niños, jóvenes y adultos y de pensar la infancia, la juventud y la adultez. En este sentido decimos que la sociedad moderna posee formas singulares y específicas de discursividad que devienen regímenes de saber/poder o dispositivos para generizar el cuerpo. Michel Foucault propone el dispositivo como objeto de descripción del poder y lo presenta como “la red de relaciones que se pueden establecer entre elementos heterogéneos: discursos, instituciones, arquitectura, reglamentos, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas, lo dicho y lo no-dicho” (Castro, 2004, pp.98, 99) y como la naturaleza del nexo que puede existir entre ellas. El dispositivo deviene agenciamiento colectivo de enunciación en donde los regímenes de signos, las máquinas de expresión (Lazzarato, 2006) actúan como ruedas del agenciamiento en razón de su “decibilidad” implícita.
Este modo de ser de la enunciación (decibilidad implícita), se logra en virtud de la “repetibilidad” de lo enunciado, pues a pesar de que emerge en diferentes ámbitos y se transforma, se mantiene. Tales decibilidades señalan la necesidad de pensarnos de conformidad con el ambiente del que hacemos parte y de acuerdo con los usos y costumbres de aquellos que nos precedieron, de tal manera que se moldea un cuerpo y se lo instala dentro de una cultura somática que lo hace portador de un género femenino o masculino y que lo identifica y lo autoriza para desempeñarse socialmente –roles- y actuar en consonancia –prácticas corporales-.
(…) siempre hago referencia a la construcción cultural de lo femenino. Pero el trasfondo es cómo de la historia de lo femenino y de la historia de lo masculino construimos nuestras identidades contemporáneas (…) me inspiro en Brigitte Bardot porque es un referente de la feminidad de mi época (…) conozco sus película, su entorno cinematográfico (…) Entonces yo me parezco es a la actriz que sale en sus películas no necesariamente a la Brigitte que es una persona de carne y hueso (Baptiste, 2015)
La materialidad que se produce en esta repetibilidad del discurso le da permanencia al saber y le otorga su positividad empírica, lo que lo naturaliza[2] como régimen de verdad, como discursividad. Al respecto se puede decir que,
(…) el hecho de que ni la palabra homosexual ni la homosexualidad (entendida como identidad) existían antes del siglo XIX (la pre-modernidad), no significa que los actos sexuales entre hombres o entre mujeres no hayan existido o que personas no hayan sentido deseo, atracción y placer erótico hacia personas del mismo sexo. Los cánones de la Iglesia Católica, la ley civil, la literatura y los textos médicos pre-modernos incluyen innumerables referencias a actos de intimidad que incluyen órganos genitales, anos, manos, muslos, bocas y lenguas, realizados por hombres y mujeres, que horrorizaban e incitaban a las sociedades de esa época” (Goldberg, 1992:1-26)
Estos actos eran parte de una categoría social muy amplia, dice Goldberg, de una lista muy heterogénea de prácticas corporales que terminan nombrándose con una palabra que las reduce y las condena a una sola realidad semántica: sodomía. El agenciamiento que se instituye vía el dispositivo, es un engranaje que resulta de la afectación recíproca entre saber y poder y de los efectos que esta reciprocidad produce [poder del saber: saber experto / saber del poder: poder ilustrado] Las discursividades de las que hemos venido hablando están fechadas y situadas en tanto son social e históricamente situadas y queremos tratarlas dentro de regímenes específicos de saber/poder en la escuela moderna y a propósito de un asunto en particular: los saberes acerca del cuerpo en la perspectiva de una cultura de género. Frente a lo anterior dice Butler:
El género es el aparato a través del cual tiene lugar la producción y la normalización de lo masculino y lo femenino junto con las formas intersticiales hormonales, cromosómicas, psíquicas y performativas que el género asume. Asumir que el género implica única y exclusivamente la matriz de lo «masculino» y lo «femenino» es precisamente no comprender que la .producción de la coherencia binaria es contingente, que tiene un coste, y que aquellas permutaciones del Género que no cuadran con el binario forman parte del Género tanto como su ejemplo más normativo” (Butler, 2006:70)
Las narrativas referidas al “género” más que un saber son una voluntad de saber en tanto son producto de una actitud ilustrada propia de la modernidad, pero también porque son emergencia de dispositivos que naturalizan modos de saber hegemónicos acerca de mujeres y hombres. El género así puede asumirse como mecanismo que naturaliza estas dicotomías: masculino/femenino – hombre/mujer – macho/hembra, a través de discursos médicos y saberes disciplinares especializados (higiene, urbanidad, educación física, psicología, pedagogía, puericultura, etc.), controlados por el poder administrativo y económico del Estado y tramitados por la escuela y la familia entre otras instituciones, para delinear un cuerpo ciudadano atendiendo a diferencias anatómicas, fisiológicas y de género (decibilidades que delimitan roles culturalmente instituidos) con el objetivo de establecer una clara división sexual del trabajo, en donde el hombre va a entenderse como el sujeto productivo y la mujer quedará encargada de la administración del hogar. La entrada del concepto de género al movimiento feminista, sobre el cual volveremos luego, le otorgará un escenario contundente de lucha tanto teórica como política:
El cuestionamiento a la fórmula biología es destino formó parte importante de un modelo teórico de explicación de las diferencias entre varones y mujeres y dio un sostenido empuje a las estrategias feministas a partir de los años ’60 (…) Las voces de las mujeres lesbianas y también las voces de las mujeres negras, serán las primeras en denunciar a un feminismo que, tras la categoría Mujer, no reconoce la singularidad que asume la subordinación en virtud de la raza, la clase y/o la elección sexual (Fernández, 2003:138)
Como se ve, también las desnaturaliza y las deconstruye (a las dicotomías) ya que lejos de tener garantizada su verdad, se va enredando en las lógicas de un campo estratégico de fuerzas, distante y extraño en donde están tejidos cuerpos inmersos en juegos móviles y desiguales que actúan al margen de esa voluntad de saber siguiendo sus propias lógicas, las lógicas del poder. (Mallarino, 2012). Es esta condición del saber/poder que preside lo legítimo/ilegítimo y lo central/periférico lo que ha sido contexto propicio para el ejercicio de los llamados dispositivos. Un análisis crítico acerca de la naturaleza de la presencia corporal en la escuela se pregunta por las corporalidades que la habitan y por los desafíos que enfrenta al momento de pensar una educación para la sexualidad y el género en el contexto de la formación ciudadana y en consecuencia, es inminente leer desde esta perspectiva el andamiaje institucional que sostiene a la escuela. “Algunas personas me han preguntado para qué sirve incrementar las posibilidades del género. Generalmente contesto que la posibilidad no es un lujo; es tan crucial como el pan” (Butler, 2006:51). Atendiendo a lo anterior, se intentará elaborar una aproximación a la configuración del cuerpo generizado en la escuela como institución social, desde algunos dispositivos de identidad delimitados socialmente, que le señalan al cuerpo sexuado roles culturales y prácticas singulares.
Constitución del cuerpo generizado en la escuela: una mirada histórica
La determinación de formas de ciudadanía y civilidad propias de la vida republicana, instituyó modos burgueses (maneras, gestos, vestido, alimentación) y de utilitarismo bio-político (higienización del cuerpo, la casa, la ciudad y el territorio), como tecnologías urbanas de control del cuerpo sano, productivo, vigoroso y educado, hasta bien entrado el siglo XX. El Estado nacional apoyado por la familia y la escuela fué perfilando un proyecto civilizatorio de ciudadanía que definía las coordenadas de un cuerpo cívico femenino y masculino controlado y regulado desde los idearios de progreso, industrialización, moralidad y modernización del país. En atención a esto, los ciudadanos varones debían ser hombres blancos, educados, productivos, padres de familia, debían educar a sus hijos en una escuela higienizada y tener en casa a una mujer reproductiva, que cuidara los niños y que se encargara de la economía doméstica. Diseñar las formas de gobierno corporal de la escuela se reveló como campo de aplicación entre otras cosas, de las tecnologías disciplinarias creadas para el convento, el cuartel, la prisión y la fábrica (Foucault, 2002), que usadas para mapear e intervenir los cuerpos de mujeres y hombres, garantizaron el cumplimiento de la asignación generizada de responsabilidades en el ámbito de la vida laboral y productiva. Esto quiere decir, dispositivos de regulación y de homologación / singularización de los sujetos que se han ocupado de la materialización de pautas de conducta y de normalización tanto de cuerpos aprobados como de aquellos considerados desviados.
Tiene que existir la posibilidad de admitir y afirmar una serie de “materialidades” que correspondan al cuerpo (…) el carácter innegable de estas “materialidades” en modo alguno implica qué significa afirmarlas en realidad, que matrices interpretativas condicionan, permiten y limitan esa afirmación necesaria (Butler, 2002:108)