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Transformarse en mujeres. Cambios de la niñez a la juventud, estudio inter-generacional ...


 

RESULTADO DE INVESTIGACIÓN: Proyecto de investigación: “Vulnerabilidad y desafiliación en el contexto de frontera: los entrecruzamientos”- Departamento de Antropología Social, Facultad de Humanidades y Ciencias, Universidad Nacional de Misiones, Posadas, Argentina

 

Presentación*


Nos proponemos en esta ponencia compartir una serie de relatos de mujers adultas y jóvenes sobre los cambios en su corporalidad, puntualmente los ocurridos en el paso de la infancia hacia la adultez, que marcaron el “sentirse mujeres”.


Como en Argentina, en las últimas décadas, observamos fuertes cambios en las políticas públicas con respecto a la condición de sujetos de derechos para mujeres, niñas y niños así como frente a la sexualidad -que respondían tanto a demandas sociales locales como a compromisos internacionales-; supusimos que éstos generarían otras disposiciones en los agentes sociales, tanto en el ámbito doméstico y familiar como estatal (responsables en las áreas salud y educación), posibilitando otros estilos de acompañamiento en el pasaje de las mujeres de niñas a adultas.


A partir de un conjunto de datos acerca de la sexualidad relevados en diferentes contextos[1] (salas de espera de un hospital y de varios centros de salud, encuentros de mujeres en barrios periurbanos, entrevistas domiciliarias con adultas y encuesta en escuelas con jóvenes) fuimos observando los modos en que las adultas referían a su “condición de mujer”, como una etapa en su desarrollo vital; en cambio las más jóvenes reconocían estar atravesando un “momento de cambios, de pruebas” cuyo final o desenlace no resultaba demasiado claro.


Seleccionamos para esta presentación lo relativo al pasaje de la niñez a la adultez, advirtiendo que –según las edades de las interlocutoras- los indicios cambiaban así como el reconocimiento del límite de un estado al otro. Así revisamos la conceptualización de los ritos de pasaje, sobre todo la fase de la liminaridad (Turner 1980) –para intentar comprender la situación vivenciada por las jóvenes- aunque finalmente optamos por el concepto de ritos de institución (Bourdieu 1982) que nos permitió vislumbrar algunos cambios en el cuándo “sentirse mujer”, más en su relación con los varones que frente a las niñas. Los itinerarios corporales (Esteban 2004) como expresión de las transformaciones sufridas en los cuerpos constituyó otro concepto útil para abstraer en las singularidades registradas, la capacidad de agencia que implica cuestionar los mandatos de género (mujer-madre).


En la estrategia metodológica planteada, el enfoque cualitativo ha sido privilegiado combinado con una instancia cuantitativa. La prolongada estancia en centros de atención de la salud nos permitió contactar con muy diversos grupos de mujeres, mayoritariamente adultas; más de 500 encuentros con un promedio de 15 personas cada uno (entrevistas grupales) nos posibilitaron organizar un panorama sobre formas de experimentar la sexualidad femenina. Complementamos esta instancia con una serie de talleres con un mismo grupo de mujeres adultas en un barrio peri-urbano y una encuesta a jóvenes escolarizadas. Las citas textuales que se introducen correspoden a los talleres, a entrevistas individuales y/o a las preguntas abiertas de la encuesta.


Organizamos esta ponencia a partir de los temas que surgieron y espontáneamente se desarrollaron en los encuentros; entrelazados con los “temas difíciles”, negados y/o esquivados. Como los testimonios de las mujeres mayores en algunos tópicos plantean serias discrepancias con los de las jóvenes, vamos señalanado en cada punto coincidencias y divergencias, por ello se sostiene un contraste permanente entre la visión de las adultas y la perspectiva de las jóvenes.

La discusión en torno a los indicios que marcan el paso de la niñez a la adultez opera como la conclusión resultante de la revisión teórica de los aspectos descriptos.


Diferentes escenarios y discursos sobre los cuerpos femeninos


Sin plantearnos específicamente abordar la cuestión corporal, el cuerpo se fue imponiendo como experiencia y como objeto en nuestras conversaciones. Tomamos contacto con grupos de mujeres en escenarios públicos[2] y privados[3], abriendo la conversación con muy variadas propuestas temáticas tales como ¿de qué modo elijen los métodos anticonceptivos (MACs)? ¿están de acuerdo con el abordaje de la sexualidad en la escuela? ¿tienen algunas dudas sobre las posibilidades de embarazarse durante la lactancia? Estos disparadores nos fueron llevando por múltiples caminos, los registros sistemáticos nos permitieron rescatar lo que estas mujeres comentaron sobre sus vivencias en los cambios corporales entre su niñez y la adultez, las mayores como un proceso concluido y las más jóvenes como viviendo esa transición.


Sobre los temas propuestos, se desplegaban diferentes reacciones, en algunos encuentros las mujeres se disponían a charlar sobre ellos; en cambio, en otros los disparadores quedaban flotando y se esquivaban las respuestas y comentarios. Las derivaciones que se generaban daban cuenta de los intereses de cada grupo y de las posibilidades de profundizar alguos temas. Surgieron zonas grises o asuntos negados, difíciles de tratar, que evidenciaron los límites de las propias mujeres para referirse a ellos, particularmente nos llamó la atención la imposibilidad de nombrar partes de sus propios cuerpos (Schiavoni y Fretes 2010) y así iniciamos nuestro propio camino desde la corporalidad.


Los cuerpos que conocemos


El cuerpo tiene una forma física perceptible que produce impresión, que expresa el ser profundo y constituye un lenguaje de la identidad social, que se naturaliza y se legitima en un producto social. La mirada hacia el cuerpo –propio y de los otros- no es ni universal ni abstracta, es social; se reconocen categorías de percepción (torpeza–soltura; alto-bajo; gordo- flaco) compartidas. El cuerpo expresa la relación con el mundo social (Bourdieu, 1986), es algo más que el soporte material de nuestra individualidad, nos representa empíricamente como personas, como sujetos sociales. Como señala Le Breton (2002), los sujetos sociales no son producto de sus cuerpos sino que ellos mismos producen las cualidades de sus cuerpos en interacción con los otros y en su inmersión en el campo simbólico.


Nos resultó significativo que las mujeres entrevistadas tuviesen dificultades para nombrar partes visibles de sus cuerpos, y otras a las que sólo pudieron hacer referencia con gestos, miradas o silencios. Algunas ni siquiera podían distinguir los diferentes orificios (uretra, vagina, ano), no podían nombrar la vagina. Como de los cuerpos poco se habla, y si lo hacemos “es por partes”, de modo fragmentario; la bio-medicina instala esta separación entre aparatos y órganos como forma recurrente de acercamiento a los cuerpos. Y aunque las mujeres sean consideradas “especialistas en salud” a nivel doméstico (Presce, 1996; Ramírez Hita 2005 y 2007), no tienen el mismo reconocimiento a nivel público; no les está permitido indagar y expresar lo que sienten corporalmente, “hay que guardar las formas”. Por ejemplo, al hablar con sus hijos sobre su nacimiento, preferían decirles que nacieron por una cesárea antes que por el conducto vaginal. Los escasos conocimientos sobre los períodos mesntruales, cómo se produce la concepción y de qué modo actúan los MACs confirmaban este limitado acercamiento a su corporalidad desde el plano discursivo. Sensaciones y emociones se fueron revelando a través de otros temas.


El conocimiento de nuestro cuerpo forma parte de la construcción de nuestra identidad como sujetos, por ello las limitaciones de las mujeres adultas para objetivar sus cuerpos, nombrar los órganos que componen los aparatos genitales, o el reconocimiento de las zonas erógenas como instrumentos para el placer, evidenciaron las dificultades para enriquecer el ejercicio de su sexualidad. El clítoris raramente fue mencionado, entre risas y murmullos reconocían que “sienten cosas”, “que les gustan esas sensaciones”. Como rutina, les practican la episiotomía al momento del parto, pero muy pocas podían reconocer en qué lugar se realiza el tajo. No preguntan, y si preguntan poco entienden, se resignan.


Así a partir de la elaboración de láminas sobre cuerpos sexuados femeninos y masculinos (Berger 2009) que pusimos a consideración de nuestras entrevistadas, en el desarrollo de varios talleres (Orozco 2011) fueron surgiendo ideas, nociones y conocimientos acerca de los cuerpos femeninos y masculinos más como producto de la función materna. Inspeccionar los cuerpos de sus hijas e hijos fue parte de su aprendizaje anatómico, compartir los modos en que ellas les “enseñaron a bañarse”: qué partes se podían tocar y cómo, resultó un ejercicio muy interesante para revelar lo “prohibido”, lo “guardado”; las diferencias de género para habilitar qué mostrar y a quiénes, qué ocultar y cómo. Los genitales femeninos externos no se exploran, “se tocan por arriba”; en cambio los masculinos “hay que estirar” [referencia al prepucio] y “cuidar, no golpear las pelotas” [en referencia a los testículos]. Las “enseñanazas para la correcta higiene corporal” suministrada por los pediatras las acercó a los genitales de sus hijos y las habilitó a una observación sistemática, por ejemplo, para “controlar la bajada de los testículos”.


“A mí el pediatra me explicó todo cuando él nació, no sé si porque yo era primeriza y tan joven y encima estaba sola, pero el médico me dijo todo. Cómo tenía que correrle el cuerito para limpiarle bien el pito, que no me asuste si se le ponía duro porque era un varón y eso iba a pasar si le tocaba por ahí, por eso nunca tuve problemas, … yo me animaba a preguntar y siempre me contestaban, le llevaba al mismo doctor porque le tenía confianza” (Mujer 37 años, madres de 6 hijos entre 19 y 6 años).


Los cuerpos de los varones adultos no se tocan ni exploran, se “presentan”; solo la experiencia de la maternidad les permitió incursionar en los cuerpos masculinos. Los cuerpos de sus parejas “se sienten”, “pesan”, les atraen, los rechazan, pero no pueden explorarlos. Tocarse mutuamente en las relaciones sexuales no es una práctica habitual, ya veremos más adelante.


Entre las mujeres jóvenes, los cuerpos sexuados ingresan no solo por la experiencia sino como “temas de la escuela”. Muy pocas lograban ubicar correctamente los órganos que componen los aparatos genitales, conocían más acerca de los cuerpos femeninos que de los masculinos.Utilizaban combinados términos populares y científicos para referirse a ellos, algunos erróneamente, otros con más precisión (Fretes 2011). La experiencia cuenta, pues sobre los órganos externos tienen más conocimientos que de los internos.


Las jóvenes cuando describían sus cuerpos, utilizaban términos científicos al nombrar los órganos pero al dar cuenta de las funciones recuperaban el lenguaje vulgar y rústicamente explicaban por ejemplo, la ovulación: “se hincha el ovario y sale la semilla por el conducto [referencia a la trompa de Falopio en el dibujo]” (Joven, 15 años).


Tanto adultas como jóvenes siempre se mostraron interesadas en conocer más de sus cuerpos y de los cuerpos masculinos, las láminas elaboradas permitían reconocer la ubicación de los órganos, las preguntas sobre cómo funcionaban y/o para qué servía cada uno fueron desplegándose en numerosas charlas sobre los temas más diversos, desde los usos de los MACs hasta cómo se desarrolla un bebé en la panza de la madre.


Al plantear los modos de explorar los propios cuerpos, planteamos el tema de la masturbación tanto para mujeres como para varones. Entre las mujerse adultas la masturbación masculina es reconocida y “se puede hablar”, la “toleran” entre los más chicos y jóvenes, “para descargarse”; pero no se la consideran como una práctica posible entre los adultos. Reconocieron las limitacioens espaciales de sus viviendas (niños que duermen juntos en la misma cama y/o que comparten la habitaciòn con hermanos de diferente sexo) y mencionaron el baño y “debajo de las sábanas” como los únicos lugares para la intimidad.


Con respecto a la masturbación femenina, ninguna la negó; nuestra afirmación inicial de que era una práctica habitual y “normal” quizás habilitaba las “confesiones”. Y entre risas y bromas circulaban los comentarios: “sabía … sí”, “me gustaba tocarme ahí … y no sabía por qué”, “nunca lo comenté con nadie”, “cuando nos dieron la casa, descubrí el bidet, y me quedaba un rato largo ahí…”.


Con las jóvenes no logramos generar la suficiente empatía para desplegar el tema en los encuentros cara a cara, lo esquivaban, se reían; pero sí respondieron en las encuestas (Fretes 2011). Admiten la masturbación como práctica tanto en mujeres como en varones, como reconocimiento de sus propios cuerpos, zonas de placer y también como entrenamiento para o reemplazo de las relaciones sexuales: “Es el acto de experimentación de todas las personas; consiste en tocarse uno mismo determinadas zonas del cuerpo” (Joven de 17 años, estudiante nivel medio); “Un método que realiza una persona para satisfacer sus necesidades en el caso de encontrarse sola” (Joven de 16 años, estudiante nivel medio).


La corporeidad se construye socialmente. “Las representaciones del cuerpo y los saberes acerca del cuerpo son tributarios de un estado social, de una visión del mundo y, dentro de ésta última de una definición de persona” (Le Breton, 2002: 13). Las mujeres adultas habían adquirido sus conocimientos corporales en el contacto con el sistema de salud y por “tradición familiar”, lo poco que sus madres y abuelas comentaron, más sobre los cuidados infantiles que sobre el ejercicio de la sexualidad. Las mujeres jóvenes, en cambio, destacaron que la escuela –ya sea por los conocimientos transmitidos por los docentes como por sus compañeros- era su ámbito de aprendizaje, en la casa “chequeaban” qué sabían sus padres, o hermanos mayores.


La menstruación, le pasa a todas las mujeres


Nos desconcertó que la mayoría de las mujeres mayores – algunas con apenas 30 años- fueran “sorprendidas” por su primera menstruación, nadie les había advertido de qué se trataba, y entre sustos y temores se animaron a comentar a sus madres, hermanas mayores, abuelas y/o tías cercanas. Las respuestas recibidas se limitaban a “te va a pasar todos los meses, ya sos mujer, y puede doler”. El testimonio que sigue evidencia el ocultamiento del tema y las dificultades para referirse a éste:


“Nadie te avisa nada… te arreglás sola… si te asustás, jodete… Así nomás es… Yo estaba empleada en una casa, tendría 11 años cuando me manché la primera vez y me dio miedo, creí que me iba a morir porque nunca me había pasado ni escuché esas cosas. No sabía qué hacer, me dolía todo … hasta la cabeza me dolía. No se me ocurrió protegerme ni nada y se ve que la ropa se me manchó. Le dije a mi patrona que me quería ir a mi casa porque no me sentía bien, ella me preguntó qué me pasaba y yo casi no podía hablar pero se me notaba todo. Ella me tranquilizó y me dijo que eso era normal a mi edad; me preguntó si me habían hablado antes del “asunto”. Le dije que no y ahí ella con paciencia me dijo que les pasa a todas las mujeres, que no me asustara y me trajo unos pañitos para ponerme, me dijo cuando cambiarme y me dio una pastilla por los dolores. Al final no me fui a casa me quedé ahí nomas….” (Mujer, 26 años, 4 hijos de entre 8 y 2 años).


Otra mujer relató en un taller, en voz baja a sus compañeras cercanas, que ella aún no había menstruado cuando tuvo a su primer hijo, era muy jovencita tendría 14 o 15 años y lo tuvo con una partera en la chacra, y fue esa mujer quien le explicó que después del sangrado del parto a ella “todos los meses le iba a venir una hemorragia pero era normal, porque era mujer y así fue…”(47 años, 9 hijos de entre 32 y 11 años).


En reiteradas oportunidades, surgieron las advertencias de cuidados y prevenciones para las mujeres menstruantes: “no podés lavarte la cabeza, te vas a enfriar y el frío causa pasmo”; “no te mojes, con el frío se puede cortar y te podés enfermar… el pasmo”. Comentarios de este tipo habçiamos registrado tres décadas atrás (Jaume y otros 1984) y nos sorprendimos de su vigencia aún entre mujeres relativamente jóvenes (entre 25 y 50 años).


La sangre menstrual ha sido objeto de numerosas precauciones, enfatizadas en la primera vez o el reinicio de los períodos menstruales posteriores al parto. Evidencias etnográficas de grupos humanos muy variados nos devuelven el valor de este fluido sobre todo para el género femenino (Héritier 1996). Las explicaciones de las mujeres entrevistadas acerca de por qué se produce la menstruación fueron limitadas, referían a la regularidad de las pérdidas y que era “sangre sucia” diferente a la que nos corre por el resto del cuerpo. Se destacaron las siguientes expresiones: “es la sangre que no se usa para hacer el bebé”; “si te enfrías y no sale, se te va a la cabeza y te produce derrames, porque tiene que salir”; “ cuado nacemos traemos una bolsa, la matriz, que va juntando sangre mientras crecemos y cuando maduramos va saliendo mes a mes sino se forma un bebé… eso es la menstruación (Mujer 42 años, tres hijos de entre 15 y 12 años).


Las más jóvenes, em cambio, habían sido advertidas con anticipación en la escuela por sus maestras; pero separadas del grupo de varones. Otras lo habían comentado con sus hermanas o primas mayores; sino por las indagaciones en sus casas sobre las propagandas de las “toallitas íntimas”. Las explicaciones de docentes y parientes tenían el mismo contenido: “ya son mujeres”.


La enigmática expresión “ya sos mujer” encierra el críptico y seguro mensaje patriarcal para garantizar el rol de mujer-madre. A ninguna de las mujeres entrevistadas – ni a las jóvenes ni a las adultas- se les advirtió que a partir de ese momento podían embarazarse si mantenían relaciones sexuales con un varón. Esta sutil manera de reproducir el mandato de la maternidad ni siquiera es registrada por las propias mujeres que reproducen con sus hijas el mismo discurso sin detenerse a reflexionar.


Los varones son ajenos a estos conocimientos y ni siquiera se considera útil que sepan sobre ello, la actitudd de las maestras lo confirma. La menstruación es un “tema femenino”. Hacerlo público ante los varones ya no reviste el sentido del pudor de hace décadas atrás pero la mayoría piensa que los varones no tienen por qué conocer cómo es y funciona el cuerpo femenino. El testimonio que sigue introduce algunas variaciones sobre este tema:


“Sí, hay que decirles a las chicas lo que les va a pasar, yo me crié en un internado de huérfanas y nadie nos decía nada… cuando a uno le venía la primera vez de la cara de susto las compañeras se daban cuenta y las mayoras te avisaban como era la cosa, pero las hermanas [se refería a las monjas que las cuidaban] no decían nada. Por eso yo a mis hijos les aclaré bien pronto cuando empezaron a preguntar por qué yo usaba “esos pañalitos” si no era un bebé. Ella tendría 8 y mi hijo 6, y a los dos les dije que todas las mujeres sangramos por abajo una vez al mes y por eso nos tenemos que proteger con esos pañitos, pero que no duele ni te morís por eso. Se quedaron tranquilos y después ellos mismos me preguntaban ¿y mamá… este mes, ya pasó?” (Mujer 38 años, 4 hijos entre 17 y 8 años).


Entre mujeres, sean madres, maestras, hermanas o primas, repiten de una generación a la siguiente, el mismo mensaje sobre la menstruación, lo que les han dicho a ellas, reproduciendo en complicidad la versión patriarcal, de los dominantes, las mujeres son para ser madres, “el embarazo es lo natural”.


El primer embarazo … los hijos “premio”


De los relatos sobre la menstruación pegaban un salto a los relatos de los embarazos. A las mujeres no les cuesta hablar de sus embarazos, se comentan situaciones críticas, de riesgo, las que pasaron acostadas todos los meses, otras acompañando nacimientos con problemas (niños prematuros, de nalga, etc.), relatos de situaciones de parto que ponían en jaque al equipo del hospital, reacciones de médicos o enfermeras cuando ellas se “plantaban” con sus propios criterios, etc. Pero los compañeros o parejas no figuraban como parte de los acompañantes, sino siempre mujeres, más bien madres, hermanas mayores más experimentadas y algunas suegras.


Al señalar en los encuentros cómo pasaban de los relatos sobre la menstruación al embarazo y parto sin considerar las relaciones sexuales, brotaban las risas y bromas como respuestas sobre “lo que se podía contar y lo que no”, quienes disfrutaban y quienes preferían pasar por alto. Cuando planteamos puntualmente hablar del inicio sexual, pocas se prendían al desafío y relataban sus experiencias, lo hacían entre las compañeras más cercanas y con dificultades ante todo el grupo.


Para la mayoría, las primeras relaciones amorosas han sido románticas y afectivas, recuerdan que “estaban enamoradas”, todo les parecía lindo pero nunca se imaginaron que era tan fácil quedarse embarazadas. Nadie les había advertido que si mantenían relaciones sexuales debían tomar recaudos para no embarazarse, sus propios compañeros restaron importancia al hecho, para ellos no tenía mayores consecuencias.


“Tenía 16 años, yo era jovencita cuando me embaracé y fue con su primer novio, estaba muy enamorada, creía todo lo que él me decía, que íbamos a vivir juntos y criar ese hijo fruto del amor... pero al poco tiempo él se fue y fueron mis padres y hermanos quienes me ayudaron a criar a mi primer hijo, yo apenas tenía cumplidos los 17 años cuando el nene nació” (Mujer de 33 años, madre de dos hijos de 14 y 10 años).


Las primeras relaciones sexuales “tienen premio”, el embarazo es lo esperado; no dispusieron de información ni acceso a métodos anticonceptivos.Las parejas no sienten responsabilidad ante el hecho, las dejan libradas a su proia suerte en la mayor parte de los casos. Otro testimonio confirma la respuesta familiar ante el hecho:


“Yo tenía un novio de hacía varios años, y tenía como 18 o 19 [años]cuando tuve “mi primera vez” y como no nos cuidamos ahí nomás me embaracé, pero luego él me dejó y crié a mi primer hijo junto a mis padres; lo mismo me pasó con el segundo…, cuando mi compañero se enteró que yo estaba embarazada me acompañó unos años y luego nos separamos … era muy “inmaduro”, era como tener tres hijos y no dos” (Mujer de 35 años, madre de 4 hijos de entre 18 y 10 años).


La virginidad no es destacada como un valor en sí misma entre las mujeres adultas y jóvenes de Posadas, aunque en comunidades más pequeñas o semi-rurales sigue constituyendo un bien preciado y se generan una serie de posiciones sociales según las circunstancias en que “la perdieron”: madres solteras, “queridas” o segundo hogar, estériles, adúlteras entre otras (Fagetti 2006). Para nuestras entrevistadas “perderla por amor” está justificado; a ello corresponden los relatos anteriores. La edad para el inicio sexual entre las mujeres adultas oscilaba entre los 16 y 20 años; los casos “precoces”, ente los 12 y 15 años son “por calentura” o por violaciones, y sçi fueron sancionados negativamente. La fiesta de los 15 años sigue teniendo vigencia como ritual que confirma la finalización de la infancia; se festeja en familia, con los vecinos y amigos. Se “invierte en la fiesta”, se ahorra y/o se endeudan para garantizar a las jóvenes la fiesta, “el 15”.


“Me embaracé la primera vez a los 13 años por calentura con mi novio y tuve a mi primera hija a los 14 años; él me acompañó [es su marido actualmente después de algunos períodos de separaciones] pero aunque mi cuerpo estaba maduro para ese embarazo, por eso “cuajó”, pero yo no emocionalmente, pues me costó mucho criar a esa hija, yo quería hacer otras cosas … no ocuparme de un bebé” (Mujer de 33 años, mdre de 5 hijos entre 19 y 7 años, abuela de una nieta de 1 año).


En numerosas oportunidades, el inicio precoz con embarazos a los 15 o 16 años fue producto de la “huida de la casa”. Siendo muy jóvenes, cuando el cuerpo de niña va perfilando como “mujeres” los varones adultos de la familia (sean padres, padrastros, buelos, tíos, cuñados) se les abalanzan, los manoseos y tocamientos junto a comentarios zoeces y burdos las espantan y se van… Duras historias relataron de estas huidas, las madres se enteraron muchos años más tarde, y algunas nunca. Emplearse como domésticas cama adentro resultaba una solución, o bien viajar a otras ciudades, solas o porque tenían parientes, y se “engancharon con el primero que pasó”, palabras que describen los hechos:


“Me fui de mi casa porque mi mamá estaba enferma en casa de mi abuela, y yo como era la mayor cuidaba a mis hermanos y hacía las cosas en la casa… tendría 12 o 13 años y mi papá me avanzaba… me tocaba; a mí no me gustaba y yo le decía pero él se hacía que no escuchaba y seguía… yo no podía contarle a mi mamá ni a mi abuela.. así que me tomé el tren a Bs. As. sin plata siquiera para el pasaje y solo con el número de teléfono de una tía. La gente del tren me ayudó…me dieron para comer, me pagaron el teléfono para llamar y boleto del colectivo para llegar hasta mi tía…Pasaron unos meses, yo trabajaba en una casade familia y con el primero que me miró ya me enganché… ése fue el padre de mis dos primeros hijos….” (Mujer de 30 años, madre de cuatro hijos de entre 16 y 8 años).


La extrema vulnerabilidad de estas jóvenes ante los “avances” de los varones adultos da cuenta de los contextos familiares tolerantes, de madres resignadas o de mujeres que han naturalizado los abusos sexuales. La conformación de parejas a partir de las primeras relaciones sexuales no es lo habitual, éstas relaciones son transitorias, experimentales, pasado el “enamoramiento” y ante la inminente llegada del bebé, los vínculos se relajan y se pierden. La maternidad vinculada con experiencias de violaciones y abusos pone en peligro no sólo a las madres sino a los niños (Kalinsky y Cañete 2010); aunque mencionaron pocos casos de “madres que daban a sus hijos” o “que entregaban a otros” no fueron vinculados con el modo de engendrar sino con las circunstancias de vida: “están solas”, “la familia no las contiene”, “no tiene cómo darles de comer”, “no pueden criarlos solas, son muuy jóvenes”.


Como sus parejas consideraban que “el embarazo es un asunto de mujeres”, pocos las acompañaron ante el primer embarazo y aunque en la mayoría de los casos fueron sorprendidas por la situación, a ninguna se le ocurrió abortar. Tuvieron a sus primeros hijos acompañadas de sus madres, “el premio”, y en algunos casos los criaron las abuelas; así muchas reproducen con sus hijas y nietas/os esta misma secuencia. Los primeros hijos son “los hijos de las madres”, así confirman su rol como mujeres en obediencia al modelo patriarcal, la violencia de género las atraviesa sin poder tomarla en cuenta.


Entre las jóvenes, para algunas el inicio sexual está en un futuro próximo, se “preparan” para ello, lo imaginan como fruto de relaciones afectivas, no vinculadas a la maternidad pero tampoco con cuidados anticonceptivos. Numerosas creencias perduran con efectos casi mágicos: “la primera vez no embaraza”; “si lo hacés una sola vez no te embarazás”; “si te lavás enseguida no cuaja”. Lo charlan con sus amigas, se “controlan” entre las compañeras de escuela, pero no lo abordan con sus parejas, “te toman por rápida”, “te consideran una puta si hablás de eso”.