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ARQUITECTURAS SIN CUERPO


Resumen:


En diferentes interpretaciones, el inconsciente colectivo y personal, aparece en el origen de cada pensamiento y comportamiento humano, constituyendo un universo cerrado y caótico, donde todas las ideas están en constante tensión y contradicción. Para el proyectar arquitectónico estas configuraciones se expresan en la condición del espacio, el tiempo y el cuerpo, como elementos básicos de jerarquización de la habitabilidad humana.


Los territorios afectivos, temporales o hedonistas son la hibridación de la contemporaneidad donde los nuevos modos de habitar se hacen presentes. Las formas nomádicas, hiperconectadas e individuales coexisten en la discontinuidad, la simultaneidad y la temporalidad. La cotidianidad se posiciona en el punto de mira espacio-temporal; el presente es absoluto y eterno, el tiempo se proclama global y la desterritorialización presupone la eliminación de la Historia y la memoria. Lo arquitectónico se ve interpelado por el cuerpo, la identificación y la performatividad, exigiendo nuevas configuraciones y nuevas construcciones.


Palabras clave: Imaginario, cuerpo, proyectar, imagen corpórea, performatividad



Arquitectura, aquí y ahora


La construcción del espacio ha sido la referencia básica que ha constituido y formado una parte importante del mundo moderno. Su influencia ha dominado la cultura arquitectónica del siglo XX, tanto a través de los edificios construidos como en relación a las aproximaciones pedagógicas en las escuelas occidentales de arquitectura. No obstante, dos variables han permanecido generalmente ocultas, reprimidas y rechazadas por su complejidad para el pensamiento arquitectónico: el tiempo y el cuerpo.


Si “proyectar es anticipar, conjeturar frente a otros presentes alternativos” (Amann, Seguí de la Riva 2012), si proyectar es hacer visible nuevos contextos y nuevas narrativas, a través de este texto se intenta establecer los vínculos entre las formas de pensar y de ver el mundo, las normas de regulación de los cuerpos y los modos arquitectónicos de estar en él.


El espacio-tiempo, el cuerpo y sus interpretaciones como base de modelos absolutistas, universalistas y perfeccionistas han dominado el pensamiento arquitectónico occidental y han elaborado la noción de lo normal en su totalidad, restando complejidad y diversidad. Sin embargo, en la era hipermoderna ya no tiene sentido hablar en términos que no contemplen la superposición y la contradicción de la multiplicidad caótica y ha de optar, a su vez, por un pensamiento concreto y más centrado en la cohabitabilidad fluida de la contemporaneidad.


La cotidianidad ha superado la arquitectura y el tiempo ha aniquilado el espacio. (Amann, 2011) La casa, la ciudad y la metrópolis al vaciarse de contenidos tradicionales, han dejado de cumplir funciones morales y simbólicas. Los no-lugares, los no-space, los no-time son las condiciones radicalmente fenoménicas que reemplazan la realidad de lo vivido y activan de forma directa los sentidos; son lugares que excitan el cuerpo y impulsan en gran medida la multinormatividad. Sin duda alguna, aquí y ahora se requiere un nuevo modo de emplear el espacio, el tiempo y los múltiples cuerpos, dentro de una temporalidad efímera y eterna simultáneamente.


La verdad y los paradigmas científicos


Dentro de la cultura occidental, y en concreto en el transcurso de la última década “un conjunto de coincidencias y revisiones han recuperado la vigencia de los planteamientos estratégicos por encima de los paradigmáticos en aproximaciones equivalentes” (García-Germán 2012:41), proponiendo un posicionamiento crítico y transgresor, capaz de desvelar y repensar el estigma tecnológico-funcionalista, como si fuese premeditadamente una oposición a la disciplina rígida o a la visión progresista de la Historia misma. Como bien ha sido expuesto por Kuhn (1962), en su teoría análoga de las revoluciones científicas, las comunidades científicas se agrupan en torno a paradigmas difíciles de abandonar; los investigadores normalmente se apoyan en los paradigmas establecidos para desarrollar su práctica científica, sin necesidad de preguntarse por las cuestiones más profundas que han llevado a su adopción.


Al contrario, “las revoluciones científicas nacen de mentes que no conformes con las respuestas admitidas, buscan nuevas formas de explicar los hechos.” (Kuhn 2006:12) Estas rectificaciones tienen que ver con la urgencia de cuestionar los paradigmas, las verdades importadas, las teorías acabadas o los dogmas. Es precisamente este planteamiento de gran impacto en la historia de la ciencia, el que hay que reconsiderar. Popper (1963) propone entender los sistemas teóricos como escalones, no como fines. El concepto de verdad no se refiere a una verdad absoluta e incontrovertible, sino a una “verdad aproximada; se refiere a la verosimilitud. Cada una de las etapas por las que transcurre el conocimiento científico son importantes, en tanto que conducen a un saber más variado y verificable.” (Popper 1994:149) Por consiguiente, la crítica juega un papel fundamental, puesto que a través de esta reflexión, no solo los elementos racionales o empíricos, sino también las elecciones, los rechazos y las decisiones básicas constituyen un conjunto compacto y presentado como un conocimiento científico novedoso e innovador.


Según Foucault (1966) cada sociedad tiene su régimen de verdad: aparatos de verificación científica, tipos de discurso que acogen y legitiman los avances científicos como verdaderos o falsos, técnicas y procedimientos valorados como capaces de obtener la verdad y modos de sancionar la producción científica. La economía política, la verdad centrada al discurso científico y la forma sobre la que se rige la producción de las instituciones están enredadas con el poder político, cuya extensión se amplia al propio cuerpo social, se reproduce y se retrasmite bajo el control económico y político. Existe, pues, una estrecha relación entre el saber o verdad y el poder. El saber científico está ligado a sistemas de poder que lo producen, lo sostienen y lo prolongan como verdadero; no se puede caracterizar como meramente ideológico o derivado de la organización social, sino más bien es una de las condiciones de formación y desarrollo de las estructuras de las sociedades actuales; se trata de la construcción del imaginario, del inconsciente común.


Por su lado, la literatura y el discurso científico occidental han buscado apoyo desde hace siglos sobre lo que es natural y verosímil en la naturaleza y han generado un discurso verdadero. Dentro del pensamiento se pueden encontrar las huellas de las transformaciones y de los ajustes políticos o económicos mediante las incompatibilidades aparentes que pueden ser interpretadas como reales o sintomáticas, dependiendo del paradigma de crítica. Se puede hallar en la diversidad filosófica algunos rasgos como una cierta arbitrariedad en la naturaleza del pensamiento y en su expresión en palabras que da origen a la diversidad filosófica. (Lledó 1998)

Aparentemente no se encuentra ninguna salida de esta arbitrariedad; tomando posicionamiento significa necesariamente una elección previa entre elementos arbitrarios, que potencialmente se translucen o se conversan de una filosofía a otra. La condición incompatible de las distintas filosofías se debe en la premisa de pensar o hablar en términos coherentes y conexos en cada momento y no mezclarlos indiscriminadamente. (Watson 2008:80) Es evidente que la diversidad filosófica no es una función de una variable única sino de múltiples variables, puesto que los regímenes de pensar se asemejan y apenas se distinguen unos de otros en su totalidad.


La metáfora como modo de revolución


El lenguaje metafórico y las conexiones simbólicas son desde luego un campo que todavía queda bastante disuelto entre la conciencia y lo inconsciente. Cuando sucede el transporte del significado entre dos significantes distintos acontece la metáfora: si no hay transporte, o no hay significado que ceder, o la cesión es torpe y lenta, o los significantes no son distintos, no hay metáfora. (Lizcano 2006:32)


En la metáfora participa de una manera decisiva la evocación que la forma plástica anula al identificar las cosas. La metáfora es una propuesta explícita; un elemento distinto al símbolo, al emblema, a la alegoría, a la iconología, a los signos alusivos y a los mensajes cifrados, aunque a menudo se confundan. Al análisis del imaginario no le interesa la metáfora como resultado, en cuanto al acierto poético en la elección de los signos y la transmisión de los significados, sino como un recurso para la investigación que pretende averiguar significados e intenciones no inmediatas en los signos y aprovecha el conocimiento de los métodos de construcción de la metáfora para aplicarlos tanto en sus indagaciones como en la exposición de sus conclusiones. No sólo para la indagación de lo ajeno; también nos interesa como procedimiento útil en la elaboración y manifestación del pensamiento propio, para aquellos análisis más estrechamente relacionados con el proyecto arquitectónico. (Parra Bañon 2007)


La metáfora en definitiva, pone en relación dos cosas diferentes, quizá distantes -y cuanto mayor sea la distancia mayor será la intensidad de la misma-, buscando explicar algo de ellas que tiende a quedar oculto. La metáfora es una técnica para desvelar: técnica por su inclinación poética hacia la ensoñación, y económica cuando con su intermediación se logra explicar algo que de otra manera necesitaría más explicaciones. “La metáfora es un procedimiento intelectual por cuyo medio conseguimos aprehender lo que se haya más lejos de nuestra potencia conceptual.”(Ortega y Gasset 1997:78) Esta apropiación de lo distante y la búsqueda de lo que hay de lo uno en lo otro, es tal vez una misión primordial de la metáfora, pues opera entre la realidad no-textual y la realidad textual; se trata de un fluir de conocimiento entre la conciencia y el inconsciente, pero también entre el significado y la semántica: es el acto intelectual entre lo aparente y lo verdadero.


El inconsciente o el imaginario es lo que está antes que las ideas, haciendo posibles unas e imposibles otras; educa la mirada; una mirada que no observa nunca directamente el mundo; lo contempla a través del complejo estrato de las significaciones imaginarias. No se puede pensar que el individuo posea o construya un imaginario, sino que el imaginario, es que “lo habita a los humanos; les obstruye así ciertas percepciones, hurta ciertos caminos, pero también pone gratuitamente a la disposición de un grupo o una sociedad, toda su potencia, todos los modos de poder ser expresado.” (Lizcano 2006: 44)


En la actual cultura dominante, el imaginario se sitúa en una posición anterior a las imágenes o las palabras; sus raíces han de ser buscadas en su propio interior, donde yace la posibilidad o la imposibilidad de construir imágenes y por lo hemos de cuestionar los límites de la propia imaginación. La evidente consecuencia es que cuando se producen imágenes nuevas, es inminente la transformación de las sociedades dominantes y la subsecuente acción de emprender nuevos formatos de vida en formas arquitectónicas. Es más, solamente estudiando la objetividad de las ciencias contemporáneas, se evidencia la potencia que por un lado ejerce el imaginario en las formulaciones reflexivas, y por otro el grado de invisibilidad bajo la cual actúa. Cada imaginario tiende a mostrarse como un universo cerrado sobre sí mismo y homogéneo; es decir, inalterado por el espacio o el tiempo; invariable por las tensiones corrientes internas; condicionado bajo una inestable estabilidad.


Se podría intuir que la agonía por imponer nuevas metáforas no es nada más que una lucha por el poder, en gran medida. Y por tanto, los modelos de los imaginarios colectivos son temporales; su construcción es definitivamente lenta, pero no necesariamente contínua. Es la percepción que se tiene sobre costumbres, valores, prácticas y razonamientos que existen en lo social, utilizando estereotipos. Los medios masivos de comunicación tienen una influencia en la conducta y comportamiento de la sociedad, tanto si se refiere a la palabra, como a la imagen y la tecnología; dentro del imaginario existen elementos que operan potentemente en la construcción de la cultura. Sin duda, la palabra y la imagen son fundamentalmente los pilares del imaginario y la tecnología encarna y pone en práctica los pre-su-puestos (Lizcano 2006) tangibles que se producen en la combinación de la palabra y la imagen.



Puede comunicarse con la autora aquï: / https://uam-mx.academia.edu/MagdaliniGrigoriadou.




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