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Reflexiones sobre el cuerpo desde la teoría de los procesos civilizadores de Norbert Elias



Introducción


Este capítulo tiene por objetivo reflexionar acerca de las potencialidades de la obra de Norbert Elias para pensar el cuerpo, sus transformaciones a lo largo del tiempo y las implicancias en los modos de percibir y hacer uso de la violencia. Si bien se trata de un autor que no se ha centrado puntualmente en la cuestión de lo corporal, su teoría sobre el proceso de civilización es de suma relevancia para comprender la génesis y modelación del cuerpo moderno. Coincidimos con Vergara Mattaren que “la obra de Elías le da a la Sociología de principios del siglo XXI un cúmulo de desafíos epistemológicos, teóricos y metodológicos a partir del continuo sociedad-cuerpo-emociones enlazados en una lógica de proceso...” (2010: 33).


El cuerpo es un fenómeno sociocultural con historia: “existe un tratamiento social del cuerpo o, lo que equivale a decir, que lo social se encarna en el cuerpo” (Kaplan, 2013: 51). Somos sujetos arrojados en el espacio, la experiencia acerca del mismo procede de nuestro movimiento alrededor del mundo y depende de nuestra comprensión de los objetos que aparecen delante de nuestra conciencia sensorial (Merleua-Ponty, 2003). Asimismo, el cuerpo “... está inserto en una trama de sentido y significación. Vale decir, es materia simbólica, objeto de representación y producto de imaginarios sociales” (Scharagrodsky, 2010: 2). Podríamos decir junto a Le Breton (2002) que el cuerpo es experiencia subjetiva y entidad objetivante. Nuestro interés por la obra de Elías y su enfoque teórico-epistemológico se enmarca en las investigaciones sobre violencias en las escuelas que viene dirigiendo la Dra. Carina V. Kaplan a lo largo de los últimos diez años. Bravin plantea que para comprender las conflictividades y violencias escolares se requiere abordar la construcción social de la corporalidad,


“... `hacer ver´ las diversas formas en que se instituye lo social como violencia inscripta simbólica y materialmente en los cuerpos, a través de los cuerpos” (Bravin, 2010: 197). Sin embargo, la corporeidad ha sido históricamente un objeto de estudio marginal en el campo de las ciencias sociales (Kaplan y Krotsch, 2014).


En su libro traducido al español como “El proceso de la civilización”, Elías (2011) elabora una teoría sobre el proceso de civilización, basado en una investigación empírica, a través del cual busca comprender


las relaciones posibles entre el cambio a largo plazo de las estructuras individuales de los hombres (en la dirección de la consolidación y diferenciación de los controles emotivos) y el cambio a largo plazo de las composiciones que construyen los hombres en la dirección de un grado superior de diferenciación e integración; esto es, por ejemplo, en el sentido de una diferenciación y prolongación de las líneas de interdependencia y de una consolidación de los "controles estatales". (Elias, ibíd., 31)


La conformación de un aparato sociogenético de auto-control psíquico, a partir de un aumento de las auto coacciones que regulan la vida emocional y el comportamiento de los individuos, se produce en un proceso de mutua imbricación con una progresiva integración y diferenciación del entramado social y el aumento de las redes de interdependencia en unidades cada vez mayores. Así, las mutaciones en los comportamientos y usos sociales del cuerpo de los individuos y las transformaciones de las relaciones humanas a lo largo del tiempo son dos caras simultáneas del mismo proceso de civilización.


En este trabajo nos proponemos abordar, en primera ins-tancia, el lugar que Elías le otorga al cuerpo en su propuesta epistemológica en torno a la relación individuo-sociedad. Posteriormente, realizamos un análisis de las transformaciones en los hábitos corporales que conlleva el proceso civilizatorio respecto de dos cuestiones: el uso de la violencia física y los comportamientos en el trato cotidiano.


Lo corporal en la relación individuo-sociedad


Elías se opone a los enfoques epistemológicos de las ciencias sociales que tienden a pensar al individuo y la sociedad como dos entes estáticos, separados entre sí y con entidad propia. Desde su perspectiva, ambos son aspectos distintos pero inseparables de un mismo proceso. Tradicionalmente los individuos se presentan como homo clausus cuyo núcleo, esencia,


... su auténtico yo se manifiesta, en todo caso, como algo que está encerrado en su interior, aislado del mundo exterior y de los demás seres humanos por medio de un muro invisible. Sin embargo, casi nunca se menciona el carácter de este muro y, desde luego, jamás se da una explicación de él. ¿Es el cuerpo un recipiente en cuyo interior se encuentra encerrado el auténtico yo? ¿Es la piel la línea fronteriza entre el "in-terior" y el "exterior"? (Elias, 2011: 58)


El sociólogo alemán busca romper el muro conceptual que coloca al cuerpo como frontera física, táctil, entre el “yo interior” del individuo, a modo de caja cerrada y autónoma, y el mundo exterior a este. Los individuos son “personalidades abiertas”, pluralidades que no gozan de una autonomía absoluta, sino que siempre han de estar insertos en relaciones de interdependencia. Es necesario comprender que la reunión de muchas personas por sus vinculaciones y su dependencia recíproca forman algo distinto a la mera suma de individualidades y “… constituyen entre sí entramados de interdependencia o figuraciones con equilibrios de poder más o menos inestables del tipo más variado como, por ejemplo, familias, escuelas, ciudades, capas sociales o estados” (Elías, 2008: 16).


Los individuos conforman una sociedad, la cual no puede tener entidad sin aquellos. A su vez, la configuración individual del ser humano depende de la estructuración de las relaciones humanas. Las estructuras individuales y las es-tructuras sociales deben investigarse como algo mutable y en flujo continuo, esto quiere decir que se van modificando a lo largo del devenir histórico. Bajo estos supuestos, Elías se deshace de aquellas concepciones que asocian al cuerpo con lo estrictamente biológico y del orden de la acción individual, así como también de aquellas otras que entienden a la sociedad como un cuerpo social cerrado en sí mismo. La corporalidad no vendría a ser el fundamento de la separación entre individuo y sociedad, sino más bien, el nexo, la mediación, de una relación procesual inescindible. Justamente, Bravin plantea que, “... los estudios sobre el cuerpo y la subjetividad suelen ir juntos en el intento por superar las concepciones dualistas de la modernidad” (2013: 266).


El proceso de civilización que describe Elías atraviesa a los cuerpos, los transforma morfológica y simbólicamente, los resignifica semánticamente. A lo largo de este proceso, se va definiendo un aparato de coacción que regula las interacciones entre los individuos y se sitúa en la conciencia de estos en forma de “autocoacción”: es el “súper-yo”, que apa-rece como el código social del comportamiento inscrito en los cuerpos individuales. Se trata de la contención de toda una gama de impulsos afectivos, comportamientos y formas de trato social que hoy son percibidas como inciviles. A modo de ejemplo, Elías menciona:


el malestar mayor o menor que producen en nosotros las personas que mencionan o que hablan abiertamente de sus funciones corporales o que ocultan o reprimen menos que nosotros tales funciones es una de las sensaciones dominantes que se expresan en los juicios de "bárbaro" o "incivilizado". Tal es, por lo tanto, el "malestar de la barbarie" o, por decirlo de un modo algo más neutral [...]; el malestar que produce aquella otra pauta de pudor que precedió a la nuestra y que es su presupuesto. La cuestión que se plantea es averiguar cómo y por qué pasó la sociedad occiden-tal de una pauta a la otra, es decir, cómo se "civilizó". (2011: 136)


Aquellos modos de comportamiento no deben ser vistos como algo “negativo”, como una “falta de civilización” o como expresión de “ignorancia”, sino como conductas que se corresponden con determinadas figuraciones sociales, con una red de interdependencias particular; es decir que son comportamientos acordes o “razonables” para las personas que habitan dichas figuraciones. El cuerpo se manifiesta de diferentes maneras en cada una de estas figuraciones. Si bien el cuerpo es “propiedad” del individuo, son las interacciones con los otros las que van moldeándolo.


Este proceso de cambio, cada vez más acelerado, de la coacción externa interhumana en una autocoacción individual hace que muchos impulsos afectivos no puedan encontrar canal de expresión. Tales auto-controles individuales y automáticos, que se originan en la vida en común, por ejemplo, el "pensamiento racional" o la "conciencia moral" se intercalan de modo más fuerte y más firme que nunca entre los impulsos pasionales y afectivos de un lado y los músculos del otro e impiden con su mayor fuerza que los primeros orienten a los segundos, esto es, a la acción, sin un permiso de los aparatos de control. (Elias, 2011: 66)


Elías asume la complejidad de los sujetos desde una triple estructura: “... la sociedad, como entramados de interdependencias exige asumir simultáneamente una dimensión social, un sustrato fisiológico del hombre y una estructura psíquica...” (Vergara, 2010: 26). Asimismo, para Haroche el proceso de moderación, compostura y gobierno de sí que describe el sociólogo alemán es “... mucho más que una cuestión psicológica y sociológica: [es] una cuestión funda-mentalmente política” (2009: 26).


En síntesis, y siguiendo el razonamiento propuesto por Elías, el proceso de civilización se va desarrollando en la medida en que ciertas coacciones externas se van transfigurando en lo que el autor denomina como auto coacciones. Es en este proceso donde el cuerpo se va moldeando en estrecha conexión con los cambios que se producen tanto a nivel psicológico (en la psique de los individuos) como a nivel macrosocial (en las estructuras de poder).



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