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De las auto-agresiones a los intentos de suicidio. Nuevas formas de expresión a través del uso ..


 

RESULTADO DE INVESTIGACIÓN: Tesis de Maestría: “De las auto-agresiones a los intentos de suicidio. Nuevas formas de expresión a través del uso del cuerpo en adolescentes de escuelas secundarias del conurbano bonaerense. ¿Resistencias, rebeldías, construcción de pautas de identificación colectivas o diversidad cultural? - Antropología Social, Universidad de Buenos Aires UBA, Buenos Aires, Argentina / Proyecto de Investigación “Multiculturalidad y Educación” - Facultad de Filosofía y Letras FFyL, Universidad de Buenos Aires UBA, Buenos Aires, Argentina

 

Tan ofensiva apareció la imagen de mi niñez que me hubiera retorcido el cuello como a un cisne, yo sola a mi sola. (Y luchas por abrir tu expresión, por liberarte de las paredes.)

Alejandra Pizarnik, Niña entre las Azucenas



Mi hija de ocho años me preguntó por qué investigaba sobre la muerte, que por qué no investigaba sobre cosas de la vida: le respondí simplemente “porque la muerte es parte de nuestras vidas”. Y en efecto saber cómo morimos o queremos morir significa también saber cómo vivimos. Ya nos lo indicaba Martín Heidegger en sus escritos cuando pretendía argumentar que el morir estaba relacionado también con el amor, y la buena vida con la buena muerte. El interés que me convocó con esta investigación fue que en diciembre de 2009 se “me” suicidó una alumna de 12 años de edad en una escuela secundaria de la localidad de Wilde – Partido de Avellaneda – Provincia de Buenos Aires en donde ejercía el cargo de profesora en el primer año del turno mañana donde ella cursaba. El “me” no significa que se me haya suicidado a mí precisamente, pero sí representa el sentido de culpa y sufrimiento que implica el duelo frente al acto que determinó la ausencia de ese otro con quién compartía la vida cotidiana, y la emergencia del interrogante de por qué una joven decidiera, si es que acaso hubiera podido siquiera elegir hacerlo, suicidarse, o lo que considero lo mismo: matarse a sí misma enroscándose una soga al cuello que previamente sujetó a la ducha de su baño justo después de regresar de la escuela a su casa.


Luego de lo sucedido acontecieron despliegues y resoluciones diversas de parte de la familia, la escuela y las Inspectoras de Psicología del Distrito que convocaron al Equipo Distrital de Infancia y Adolescencia para dar cuenta de la situación. Esta niña ya no podía hablar, así que cedió la palabra ante la falta de su testimonio a otros que entre todos negaron todo. Es decir la suicidaron por segunda vez. Fue entonces, en medio del dolor y la impotencia, cuando comprendí que su suicidio nos quería contar algo, más teniendo en cuenta que no era el único en el distrito, porque desde un tiempo a esta parte cada vez más frecuentemente escuchamos casos de adolescentes que incurren en intentar o lograr suicidarse, y asimismo que se auto-agreden con cortes en su cuerpo, incluso dentro de las mismas instituciones educativas. Así fue como digo que el hecho de problematizar esta problemática no lo elegí yo, sino que me eligió a mí para asumir este lugar de presentificar la palabra negada de no pocos jóvenes y adolescentes del Partido de Avellaneda del Conurbano Bonaerense. “La escuela media debe conseguir algo más que empujar a los adolescentes al suicidio…Debe instar a los jóvenes a gozar de la vida” (Freud, 1910). A lo que más presto atención de estas realidades por las que atraviesan los jóvenes que observo y entrevisto en estos tres años de trabajo de campo en sus cotidianidades escolares son sus condiciones de existencia que, considero, motivan tanto las auto-agresiones como a los suicidios.


Antes de proseguir necesito aclarar dos cuestiones que considero significativas en mi investigación: la forma en que ingreso al campo de investigación y las consecuencias que ello me trae aparejadas; la diferenciación entre joven auto-agresivo y suicida. Que aunque se tratan de procesos distintos, y requieren problematizaciones distintas, en lo que atañe a mi trabajo he encontrado aristas que establecen relaciones entre ambos. Si bien ya mencioné como estas problemáticas juveniles me convocaron, no debí nunca realizar una presentación formal de proyecto de investigación para ingresar al campo puesto que ya estoy dentro del campo de la educación secundaria desde hace once años. Esta situación puede resultar negativa y positiva a la vez. Positiva porque estoy realizando trabajo de campo con adolescentes y demás agentes institucionales desde las siete y media de la mañana hasta las cinco y media de la tarde todos los días de la semana a través del desempeño de variados roles que me han mantenido bastante bien ocupada en varias de las escuelas de la localidad (profesora, preceptora y orientadora social). Negativa porque la tarea de objetivación del material de investigación se complica por el grado de compromiso cotidiano con el trabajo y con las circunstancias que afectan tanto a los adolescentes como a mí misma. Sí es cierto que el hecho de “pertenecer” a la vida escolar ayuda a establecer la confianza necesaria para que las narraciones discurran con soltura, o para realizar observaciones de las prácticas de los actores; también de alguna manera resulto aparecer como agente de molestias para ciertos otros actores (especialmente directivos o inspectores) que me presuponen como “espía” de sus quehaceres y decisiones en la dinámica escolar y me convierten en un mecanismo de vigilancia y control institucional definida como “la antropóloga que nos mira y critica nuestros errores”. A la par los jóvenes me definen como “la rubia que nos defiende y nos protege”. Como la práctica siempre diverge con las representaciones que la definen, ni una ni otra representación es cierta del todo, ni una ni otra es del todo inadecuada puesto que todo mito en algún lugar tuvo su origen. Y como bien lo define Peter McLaren (1989:47) ser antropólogo y, a la vez, profesor de jóvenes de barrios sin recursos está mirado por los colegas como una forma de “arruinar nuestra carrera”, considero que muy por el contrario requiere de un doble esfuerzo por objetivar sin perder la riqueza de la subjetivación previa y significa que “debemos enfrentar nuestra propia culpabilidad en la reproducción de la desigualdad…” (1989:41) que desencadena procesos como los que me ocupa problematizar en esta oportunidad.


Jóvenes que se auto-agreden y jóvenes que intentan suicidarse:
“ME/TE DESANGRO PARA LIBERARTE”


Foto 1: Esta es una foto de un tatuaje realizado a un joven de la Localidad de Wilde, Partido de Avellaneda, Provincia de Buenos Aires. Representa cuatro heridas sangrantes realizadas con un objeto cortante en su torso. Similar a los que se realizan en sus propias pieles tanto en el torso, parte baja de la espalda, extremidades inferiores y superiores. Por cuestiones que considero de carácter moral y ético no expondré en el transcurso de mi trabajo de investigación ni fotos ni nombres ni sobrenombres personales que identifiquen a los entrevistados. Como así tampoco el de otros actores institucionales o el de las escuelas.


En los contextos escolares de referencia es común escuchar a los adultos que se preguntan ¿por qué los chicos se cortan? o, ¿para qué lo hacen? “Estos pibes están cada día más locos” dicen. “A nosotros nunca se nos hubiera ocurrido hacer una cosa así cuando éramos pibes”, acotan. Debemos empezar por diferenciar a los jóvenes ya que no todos ellos se cortan; tampoco todos intentan suicidarse; tampoco todos los chicos que presentaron antecedentes de cortarse intentaron suicidarse aunque sí varios; y sólo algunos, aunque en cantidad creciente, son los que lo concretan. ¿Serán acaso formas de responder violentamente hacia sí mismos frente a contextos de existencia impregnados de violencias diversas? ¿o se habrán modificado algunas de las formas de representación socioculturales frente a la innegable reducción de la capacidad del lenguaje y simbolización que produce la sociedad de consumo en donde todo, incluso el goce, se convirtió en una mercancía y en una ficción tecnológica? ¿Quizá también podrían ser puerta de salida forzada a una situación bajo presión que ya no se puede soportar? ¿Compulsión psicopatológica que no pueden controlar ni dejar de hacer o socialización diferencial?.......


Según la antropóloga mexicana Rossana Reguillo “Uno de los elementos más característicos de la culturas juveniles es el que puede englobarse bajo la denominación socio-estética, que busca nombrar la relación entre los componentes estéticos y el proceso de simbolización de éstos, a partir de la adscripción a los distintos grupos identitarios que los jóvenes conforman” (199:97). Casi todos los chicos que he registrado como auto-agredidos presentaban ciertas características comunes: tendencia a vestir de negro, uso de piercings faciales o los llamados aros tribales en sus orejas, el cabello cortado de manera irregular con mechones pintados de colores llamativos como ser violeta, rojo, verde o azul, muchos de ellos fanáticos del animé japonés se hacen denominar “otakus”, de personalidades introvertidas, callados, muy estudiosos e inteligentes. No son alumnos de los considerados tradicionalmente como “revoltosos e indisciplinados” en la dinámica aúlica, más bien pasan por desapercibidos salvo cuando algo los irrita y entonces reaccionan bruscamente a través de gritos o golpeándose a sí mismos o sus puños contra las paredes. Muchos de ellos dibujantes de imágenes de animé, y asiduos lectores de historietas llamadas “mangas” que se leen de atrás para adelante. No todos presentan tatuajes en su piel. Se los reconoce fácilmente porque siempre, incluso en pleno verano y con mucho calor, suelen usar mangas largas que tapan hasta la mitad de sus manos, y ocultan las inscripciones o cortes cicatrizados. Digo, fácilmente para mí que presto particular atención, pero no parece ser tan evidente ni para sus familias ni para los actores institucionales que ni siquiera les preguntan por qué con tanto calor están siempre tan cubiertos sus brazos y/o piernas. Por último, me resulta interesante resaltar que muchos de ellos son considerados por sus familias como necesitados de tratamiento psiquiátrico por éstos “brotes o estallidos” (no así por los cortes) y consecuentemente medicados psiquiátricamente, algunos de ellos incluso, con drogas anti-convulsivas o antiepilépticas. También he registrado casos de jóvenes que consumían blíster enteros de drogas analgésicas o para descender la presión arterial que robaban a sus familiares. Sus familiares se quejaban que tenían que tener los medicamentos siempre escondidos. Ninguno de ellos consumía otros tipos de drogas de consideradas como no legales. Algunos se cortan a sí mismos y a otros, algunos se dejan cortar. Algunos comienzan a hacerlo y luego se arrepienten y no lo hacen más. Algunos también se cortan formando letras iniciales de sus nombres o frases que intentan expresar como ser “te odio”. A veces publican las fotos de los cortes en sus respectivos facebook animando a que otros también lo hagan en búsqueda de un sentido que fortalezca la asociación corte como símbolo-identidad y pertenecía. Todas estas características del uso de su corporalidad (vestimenta de color negro, peinado, disposición de sus mangas,…) ya son en sí significantes y significativas como forma de expresión.

En mi trabajo de campo llego a advertir a los chicos que se cortaban a partir de las entrevistas y observaciones realizadas con los chicos que se habían intentado suicidar, y no al revés. Es por eso que me resultar reflexionar acerca de ciertas relaciones entre ambos procesos. Aun cuando de los registros de los chicos que se suicidaron, por ahorcamiento y tirándose bajo de las vías del tren por haber reprobado materias e inmediatamente al salir de la escuela (en su mayoría de sexo femenino de entre 12 y 19 años), o pegándose un tiro (varones de igual franja etaria) nada indica hasta lo que sé que se hubieran auto-agredido con cortes previamente; si los registros de los jóvenes que intentaron suicidarse sin lograr efectivizar el acto suicida presentaban marcas tanto en sus extremidades, espalda o torso, como en sus muñecas. Sin importar qué, ni cuándo ni cómo, fueron devueltos a sus cursos con los vendajes como si nada hubiera sucedido, o sea invisibilizados. Podemos pensar que el joven suicida se ha encontrado en un estado por el cual ha perdido el sentido de su existencia puesto que ésta ha resultado para él una carga insoportable, y por ello se alejado de sí mismo ante la imposibilidad de ver proyectada una idea de fututo que aparece ante sí como negada y por ello se suicida.


Pero el intento auto-agresivo, fallido, y por ende no suicida se presenta más bien como forma de oposición, de resistencia, de quiebre, es decir: de corte. Y el corte se presentaría como símbolo de ciertos sentidos de identidad juveniles nuevos, como pretendiendo construir una identidad alternativa o contra-hegemónica, liberadora de presiones. Así es como lo han manifestado en cada uno de los registros “me corte porque no aguantaba más y después me tranquilicé” y de muchas observaciones se vislumbra que se han escapado de clases al baño para cortarse con espejos que rompieron en el momento o con filos de los lavatorios cuando se sentían no soportar la situación de “acoso” o “malestar” o “injusticia” o “maltrato”, es decir, de poder ejercido por algún docente o directivo arbitrario. Lo más delicado que la problemática conlleva, supongo que es el sentido del goce que manifiestan encontrar tanto en el corte como en el sangrado. A priori uno podría pensar el proceso como doloroso, porque de hecho lo es ya que además del dolor físico simboliza un doler emocional que reproduce sufrimiento. Sin embargo nadie los obliga a hacerlo, ni ellos se obligan entre sí, se copian unos de otros, se identifican, lo disfrutan a pesar de.

No hallo más que puertas que niegan lo que esconden


Las narraciones, expresiones y “acting” de los jóvenes en sus cotidianidades escolares sin duda hablan. Y cuentan de lo injusto, de lo abusivo, de lo violento, de lo loco y lo absurdo pero aun así vivido. Y muestran todo un entramado institucional que a través de la negación y ocultamiento de ciertas realidades no hace más que incitar al desamparo.


En la localidad de Wilde, Partido de Avellaneda, de la Provincia de Buenos Aires no se puede negar que se aparece como manifestación colectiva, ritualizada en la medida que establece lazos sociales entre ellos, la práctica de cierto grupo de adolescentes de cortarse el cuerpo con objetos cortantes, que en oportunidades comparten poniendo en riesgo su salud por la falta de profilaxis, dentro de las mismas escuelas, enfrente de los mismos profesores, preceptores, directivos y auxiliares y durante el horario de clases. Y acontecen muchos intentos de suicidios de adolescentes y muchos suicidios también. Pero estos aconteceres no se dan a conocer aun cuando la misma Inspectora de la Modalidad de Psicología, que debería dar cuenta de los sucesos, indica que “hay muchos pibes muertos en el distrito” pero no aclara muertos bajo qué circunstancias. Y cuándo he tratado de entrevistar directivos donde eran alumnos estos jóvenes se me informó que tenían órdenes estrictas de no hablar del tema a nadie. Órdenes impartidas por la máxima autoridad a cargo de la cuestión y que verticalmente bajan al resto de los actores escolares.


¿Qué se oculta y con qué fines? Ocultar las evidencias bajo la alfombra política de la negación no procuró que los jóvenes dejarán de lastimarse. Por el contrario reafirmó las prácticas. El interés de mi análisis de Tesis de Maestría en relación a ellas, y a partir de mi trabajo de campo, consistirá en focalizarme en las significaciones socioculturales que éstos jóvenes atribuyen a tales prácticas, al uso de sus cuerpo como signo y vehículo de expresión, a las concepciones que poseen acerca de la vida, del cuidado de su cuerpo, así como de la muerte, al sentido del goce que encuentran al cortarse muy probablemente asociado al desarrollo y definición de su sexualidad y, también, al sentido que relatan en relación al fluir de su sangre. Como ya mencioné, en el mes de diciembre del 2009 comencé a realizar trabajo de campo etnográfico con adolescentes de escuelas secundarias de la localidad de Wilde, Partido de Avellaneda, jóvenes de género femenino en su mayoría de entre 12 y 17 años que habían sido víctimas de intentos de suicidio y en algunos casos se suicidaron. Durante el transcurso del 2010 y 2011, y siendo yo misma miembro de un Equipo de Orientación en calidad de Orientadora Social de una escuela Técnica situada en dicha localidad, comencé a observar en la comunidad de jóvenes que la componían, provenientes de barrios muy precarios de las inmediaciones, que las auto-agresiones en las extremidades inferiores y superiores de sus cuerpo con objetos punzantes tales como “cutters”, cuchillos y tijeras constituían en muchos casos una práctica habitual en los jóvenes que habían intentado suicidarse y entonces centré mi atención en este proceso también. Y que además estas prácticas acontecían como mimesis e identificación grupal en relación a los líderes escolares, generalmente de sexo masculino, y más grandes de edad que el resto del grupo. Así fue cómo comencé a focalizar también mi interés de análisis en las auto-agresiones como forma de significación corporal y establecimiento de lazos rituales novedosos y diversos. Desde el comienzo del 2012 me incorporé a otro establecimiento educativo secundario de la misma zona en calidad de preceptora ya que considero que de esta manera puedo estar en mayor contacto con los jóvenes, y no asistiendo situaciones emergentes y consideradas de “riesgo o vulnerabilidad” como en el caso de pertenecer a un Equipo de Orientación Escolar.


Mi intención a futuro, y a partir del análisis de todo el material registrado, es centrarme en el punto de vista de los actores que participan de estas problemáticas, desde una perspectiva relacional que ponga en tensión también las prácticas de las cuáles son protagonistas estos jóvenes y teniendo en cuenta las distintas instituciones que asimismo intervienen tanto en la prosecución como en la resolución de dichas problemáticas, especialmente la escolar. Dicho en otros términos, desenmascarar cierto entramado de relaciones institucionales que reproducen a partir de lo que niegan, prácticas y representaciones entre los jóvenes que son consecuentemente sistémicas en la medida que, como veremos, reproducen silencios que de ser expresados y escuchados muy probablemente darían lugar a la construcción de relaciones completamente diferenciales. Porque como bien dice Philippe Ariès: “Al negar la muerte y el dolor que conllevan esas situaciones, negamos la vida y la plenitud a otros, y en último término a nosotros mismos. La autodestructiva negación de la muerte es más nefasta que la muerte física” (1977). Debo mencionar, asimismo, la necesidad de no olvidarnos que se trata de menores de edad para la Ley, lo cual implica que son sujetos de derechos de protección de su integridad tanto física como psicopedagógica. Cabría preguntarme frente a este contexto situacional cuál es el alcance del Estado a través de sus instituciones educativas en torno a problemáticas reproducidas por los jóvenes usando su propio cuerpo como forma de manifestación, ya sea a partir de las auto-agresiones con objetos cortantes y muchas veces compartidos, o de los intentos de suicidio notoriamente crecientes. Dentro de los instructivos que el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires difunde en la Modalidad de Psicología no aparecen detalladas qué medidas debe tener en cuenta una institución educativa secundaria con los chicos que se cortan dentro de la escuela o que vienen sangrando de sus casas sin que sus padres los hayan advertido en esas condiciones. Sólo indican que hacer en caso en que algún joven miembro de la comunidad escolar se haya suicidado o intentado hacerlo. Igualmente no todas las escuelas poseen Equipos de Orientación, y de poseerlos, tampoco son muy operativos al respecto. El Servicio Local Municipal tampoco operativiza sus funciones porque cuando se les consulta ni siquiera logran dar cuenta de qué adolescentes son los que están siendo asistidos socialmente ni por qué motivo. Cabría preguntarnos si es responsabilidad del Estado por medio de sus instituciones (especialmente escolar y del servicio de salud) reconocer que estos acontecimientos que se suceden diariamente son de orden público, no sólo privado al seno de las familias, para que de esta manera se deje de “patologizar” individualmente a estos chicos indicando prejuiciosamente que están simplemente “locos”, “no son normales” y que “se cortan o suicidan porque se quieren lastimar, se quieren morir, no les importa nada” y, entonces el servicio de salud mental de algunos Hospitales Públicos de la zona no los atiende porque “mejor darle el turno a alguien que lo necesite más, que se pueda mejorar, viene mucha gente acá con muchos problemas, estamos rebalsados de gente” (respuesta de una asistente de mostrador del Servicio de Salud Mental del Hospital Iriarte de Quilmes). Naturalmente no he registrado la voluntad de morir de los jóvenes que lograron con éxito el pasaje de su existencia al acto suicida, pero de los que fracasaron ninguno de ellos manifestó “querer morir” sólo “desaparecer un rato porque no aguantaba más” y “…para mirar cómo mi sangre sale de la vena, para verla correr, y porque eso me tranquiliza y porque además no quiero seguir viviendo así como vivo ahora” (palabras de una joven de 13 años en ocasión de describir lo que sentía cuando pretendía pinchar una de las venas de su muñeca con un cuchillo de dientes acerrados. Esta niña tenía ya cicatrizada, o mejor dicho “escarificada” a lo largo de todo su brazo la leyenda Te Odio). ¿Se querrían morir los “pibes muertos” o quizá hubieran preferido unas condiciones de vida más benignas o la simple posibilidad de expresar lo que les estaba sucediendo en ese momento?...por si acaso, ¡me pregunto!. E. Durkheim se hubiera preguntado de quién son, al fin y al cabo, estos jóvenes que tienen en común esta “tendencia colectiva de naturaleza inminentemente sociocultural” (1897).


Desde mi mirada como antropóloga me aventuraría a proponer que esta manifestación a partir del uso del cuerpo como fuente de simbolización reducida en el lenguaje negado a partir de la falta de comunicación intercultural (no se habla de lo que se piensa y siente y de lo que uno mismo es, se habla del discurso previamente hablado y aceptado socioculturalmente por otros) se trataría de una forma nueva de construcción de identidad y pertenencia juveniles que están haciendo presente lo socioculturalmente ausentificado. Por ello nos encontraríamos frente a un proceso que socializa y visibiliza diversidades multiculturales y no una simple compulsión consumista compartida individualmente.


El cuerpo de éstos jóvenes “cortados”, creo yo, se resiste a convertirse en meros objetos de la sociedad de consumo y de descuido en la que vivimos, a convertirse por medio de su muerte inminente en un residuo más que se descarta como otros porque la vida de cualquiera, su humanidad, tampoco vale nada, y entonces es suicidable o asesinable. Y entonces concretan lazos rituales novedosos de rebeldía, de poder conquistar un lugar físico donde poder expresar lo que necesitan pero les fue institucionalmente negado siempre, tanto en sus contextos socio-familiares como en las escuelas a las que asisten como en el resto de la sociedad, y de demanda comúnmente conocida como “llamado de atención” de “aquí estoy, esto soy, aceptame así aunque diferente a vos”. Y este lugar de expresión es su propio cuerpo, lo único que les queda como recurso. Los cortes son heridas que hablan, que cuentan dolores, pero sobre todo que afirman identidades en medio de la lucha cultural que podría interpretarse también como una forma de participación social definida como “…un proceso de adquisición de poder, en el sentido de acceso y control sobre los recursos (culturales) considerados necesarios para proteger los medios de vida (poder ser, existir), y colocando el eje de las decisiones en el saber y poder locales” (Oakley citado por Menéndez y Spinelli 2006:11) dentro y fuera de la institución educativa. Y “Como todo sujeto y grupo social constituyen inevitablemente su subjetividad y su identidad dentro de relaciones y rituales sociales,…necesitamos no obstante reconocer que las relaciones y rituales no han desaparecido (a causa de la negación institucionalizada de los mismos) sino que continuamente se constituyen o resignifican.” (Menéndez, E. 2006:153). Es decir que no debemos buscar respuestas en las significaciones de lo negado, sino muy por el contrario para encontrar lo que buscamos debemos tomar en consideración los rituales que se están gestando y difundiendo entre nuestros jóvenes. Y que los mismos son procesos emergentes de las luchas culturales por resistir y permanecer, un signo de que existen, de que representan un sentido de pertenencia, y además, transmiten disconformidad y ratifican la necesidad de cambio en relación a la estructura económica y política recreada cotidianamente en la institución escolar o fuera de ella también. “Hoy sabemos que las identidades culturales no son rígidas ni mucho menos inmutables. Son los resultados siempre transitorios y fugaces de los procesos de identificación…esconden negociaciones de sentido, juegos de polisemia, choques de temporalidades en constante proceso de transformación…son pues identidades en curso” (De Sousa Santos, 1998: 161) que se están construyendo y constituyendo de manera que cuestionan la posición de unos en relación a otros que son diferentes, es decir, que expresan procesos de multiculturalidad.


Como bien expresaba joven de 16 años luego de haber “supuestamente” querido suicidarse cortándose las venas: “Yo nunca me quise morir, cuando vi mi sangre me sentí que estaba viva”. Esta forma de experimentar a través del cuerpo, y de expresarse, aunque parezca contradictoria, no es más quizás que una declaración desesperada por demostrar cuán “vivos” están, cuán presentes, es decir, de reafirmar su presencia. Y resulta contradictoria porque la presentificación de la vida se lleva a cabo a través de las auto-agresiones y el sufrimiento. Luego dicen que nuestra juventud es cada día más violenta, cabría preguntarse entonces violenta contra quién. Nos guste o no la manera el cuerpo de estos jóvenes “…se convierte en productor de significantes culturales…” (Citro 2009:39) en la vida social escolar. Significantes que asimismo son reproducidos a partir de “…las prácticas culturalmente compartidas y con fines contra-hegemónicos” (Citro 2009:36). Experimentar estos cambios en sí mismos, aunque dolorosamente, podría a su vez producir cambios en la dinámica institucional negadora de la multiculturalidad en la escuela. Diría Henry Jules que “…ésta es otra de las razones por las cuales, aunque la cultura está en pro del hombre, también está en contra…pues me preocupa profundamente la idea de que la sujeción irreflexiva al impulso primordial de su supervivencia es, lisa y llanamente, lo mismo que producir nuevas variedades de destrucción” (Henry, 1962:15) o auto-agresión. La instituciones educativas donde tuvieron lugar mis registros de campo, son en su mayoría estatales (públicas), por lo tanto de carácter jerarquizado y homogeneizante, y reproducen de manera generalizada a través de sus directivos y sus docentes la negación de las manifestaciones multiculturales de los jóvenes provenientes de los barrios más humildes colindantes (desde la música que escuchan, la vestimenta, las vísceras que usan, los peinados, hasta las formas diversas de producción de lenguajes que verbalizan). Todo parece resultar incoherente e inapropiado desde el punto de vista del actor hegemónico institucional. No llama entonces la atención la proliferación de respuestas simbólicas contra-hegemónicas más o menos violentas puesto que en este camino de la violencia es en donde “…allí se encuentra el sentido de la vida” (Briceño-León, 2003:658). Como bien dice Menéndez, E. “La mayoría de los actos violentos no son nuevos, lo que es nuevo es que se los considere violencias” (Menéndez, 2010:34), o en el caso que nos compete, auto-agresiones o violencias hacia sí mismo. Cortes que dicen los que nadie pretende igualmente escuchar. Identidades que se pretenden disimular todo lo que se pueda antes de que se hagan inevitablemente evidentes. Tan sólo la mirada del investigador, que ya en sí con su simple presencia, está modificando en parte la realidad, se convierte en necesaria.


Bibliografía

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  5. Freud, S. (1910). Cinco lecciones de psicoanálisis. II Congreso Psicoanalítico Internacional de Núremberg, Alemania.

  6. Jules, H. (1962). La cultura contra el hombre. México: Ed. Siglo XXI

  7. McLaren, P. (1984). La vida en las escuelas. Una introducción a la pedagogía crítica en los fundamentos de la educación. México: Ed. Siglo XXI

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  9. Menéndez, E. (2010). Lo que aparece, lo que no aparece y lo que desaparece: el caso de las violencias” En: Vivir en la Ciudad (pp. 23-36). CEACU. Laborde Editor.

  10. Menéndez, E. y Spinelli, H. (2006). Participación social ¿para qué? Buenos Aires: Lugar.

  11. Reguillo, R. (2002). Emergencia de culturas juveniles. Estrategias del desencanto. Buenos Aires: Norma.




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