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Cuerpo-Vestido. Un análisis de la base material - materialidad en los vestidos de quinceañeras*



Hace poco más de quince años mi prima Romina y yo cumplimos exactamente esa cantidad de años. Ambas éramos –y somos- muy amigas; habíamos “elegido”, dentro de las ¿opciones? para festejar nuestro aniversario de cumpleaños, viajar juntas en diciembre del mismo año a Disney World, Orlando, con un contingente completo de quinceañeras. Sin embargo, para el día exacto de nuestros cumpleaños “había que” reunirse, cantar el feliz cumpleaños y soplar las velitas pidiendo los clásicos tres deseos. En esa dirección, la madre de Romina organizó una cena en el departamento donde vivían en ese momento, en una avenida céntrica de la ciudad de Córdoba. Pensada en un momento como una reunión sencilla para cumplir con los objetivos antes mencionados, a la cena se fueron sumando ciertos objetos, y dos en particular que provocaron varios fruncidos de mi ceño quinceañero: un vestido blanco, corto, ceñido al cuerpo, con hombreras y escote; y un par de zapatos clásicos con taco, blancos también. Mi tía había conseguido ambos objetos prestados para que mi prima los usara en la cena. Yo no salía de mi asombro. Me resultaban particularmente feos ambos objetos y no podía comprender cómo mi prima, obedientemente, iba a calzárselos para la cena. ¿Por qué la necesidad del vestido blanco en una cena familiar? ¿Qué significaba/hacía el vestido en ese contexto?


El presente trabajo procura pensar, discutir y revisar un conjunto de preguntas que se desprenden de esta anécdota haciendo eco en un conjunto de cuestiones más amplias vinculadas a los vestidos que las quinceañeras usan en sus “fiestas de quince”. ¿Qué sucede con los objetos –vestidos- en cuerpos –quinceañeros- y los cuerpos en objetos? ¿Son los objetos los que construyen el cuerpo o el cuerpo el que porta los objetos, o ambas cuestiones a la vez? ¿Cómo lograr poner en diálogo los cuerpos, las personas y las relaciones (Joyce, 2005); la cultura material, sexo/género y cuerpo? (Alberti, 2001).


Partiendo de algunas herramientas de análisis provenientes de la Arqueología del Género, del Nuevo Materialismo y de la Performatividad de Género, este escrito procura problematizar la relación entre cuerpo/vestido en fiestas de quince años, teniendo en cuenta que la puesta en marcha de estas fiestas no puede prescindir del cuerpo de la quinceañera, pero además, se trata de un cuerpo que tampoco puede prescindir de un vestido importante, o al menos, alguna vestimenta que opere como marca de que se está ante una fiesta de quince años y no de un evento cualquiera.


::::Fiesta de quince::::vestido largo::::


En la ciudad de Córdoba, las fiestas de quince años constituyen una de las “opciones” que se le presentan a las adolescentes para celebrar su aniversario, entre viajes a Disney World como se mencionó más arriba, cruceros a Punta del Este o a Brasil, recibir una moto de regalo, realizarse una operación de aumento de busto[1]. Las opciones de “viaje” y/o “fiesta de quince” son reforzadas a través de exposiciones que se realizan en la capital provincial, las cuales ofrecen servicios para concretar alguna de ellas[2]. La elección de estas opciones también depende de los sectores sociales de los cuales provienen las quinceañeras[3]. Cuando se trata de la segunda opción –fiesta de quince- la cuestión del vestido de la quinceañera ocupa un lugar central[4], la anécdota antes relatada es apenas la punta del iceberg que habilita pensar la relación cuerpo/vestido, en tanto el trabajo de campo realizado hasta el momento da cuenta de que la presencia del vestido es fundamental, con o sin el consentimiento/agrado de las quinceañeras[5].


A estos vestidos se accede a través de distintos medios: pueden ser encargados especialmente a modistas, comprados en negocios ya confeccionados (en general reciben algún retoque en función de cómo le queda a la quinceañera), recibidos en préstamo, alquilados, o una combinatoria entre estos caminos. Contaba una madre de una quinceañera en una entrevista luego de la fiesta,


E (entrevistadora)- ¿y después lo compraron?

M (madre)- sí, lo compramos al vestido, ahí lo tengo guardado (se ríe).

E- ¿y por qué lo compraron?

M- porque le digo a José (su marido), son unas moneditas nomás que quedan. Vos tenías que entregar 50 pesos más por las dudas si pasaba algo. Y le digo a José, son unas monedas le digo, dejémoslo. Para qué lo querés, me dice mi marido. Callate, le digo, para guardárselo, (se ríe) soy loca.

E- ¿y ella lo quería?

M- ella sí, pero para comprarlo no, para usarlo sí. Ella me decía para qué lo vas a comprar mami. Me gusta guardar las cosas. Me gusta guardar esas cosas a mí. Me dice, ah mami, para qué. Vos dejamelo, yo lo voy a guardar. Ya van a ver. Tengo de bautismo, de todo vestidos tengo. Me gusta guardar esas cosas de ellas.


E- y ahora lo tienen

M- y ahora está guardado

E- pero para tu hija próxima?

M- no

E- ¿no va a usar ese?

M- no, no quiere.

E.- ¿pero vos le preguntaste?

M- sí, le pregunté pero no, me dijo que no. Que le gusta el color verde, otros colores quiere. Lo que pasa es que no tienen el mismo gusto. Ella quiere con mangas, después anoche me decía que quiere uno con blanco con negro, qué le vamos a hacer.


La mayoría de los vestidos son largos, hasta los pies. La parte inferior del vestido (cintura para abajo) suele elevarse con un implemento –el miriñaque- y por ello no se ciñe al cuerpo: no marca las curvas de caderas y cola, ni la forma de las piernas, todo queda bajo una especie de paraguas formado por tal implemento. El vestido largo puede convertirse o reemplazarse por un vestido corto (se volverá más adelante sobre esta cuestión). La parte superior de los vestidos (cintura para arriba) presenta una forma bastante similar entre los que se han registrado: bien ceñidos al torso, marcando las curvas de la cintura y el busto con el uso de corsé. Una vez cubiertos los pechos, el resto de la espalda y hombros quedan al descubierto y por lo general, el busto se resalta con la presencia de un escote. Algunas de sus partes (inferiores y superiores) suelen decorarse con algún tipo de brillo, canutillos bordados, flores confeccionadas en tela. Las texturas suelen ser tornasoladas, arrasadas, brillantes, en general se trata de telas sin estampados, de colores variados: fucsia, turquesa, azul, entre los más vistos. Por supuesto que no todos los vestidos presentan estas características, pero en entrevistas y registros de trabajo de campo, el modelo descripto y mencionado es éste, tanto sea para seguirlo como para distanciarse del mismo. Para el segundo caso, las quinceañeras se encargan de aclarar que ellas han elegido un “vestido diferente, no lo que se usa siempre, lo clásico”. Una quinceañera y su padre mencionaban en una encuesta,


E- y qué tal salió todo?

P (padre)- no, bien, porque somos una familia de músicos y bailarines

E- y qué otra cosa original le pusiste a la fiesta?

Q1 (quinceañera1)- el vestido era fuera de lo común, no era como los típicos vestidos, era mucho más original


Otra quinceañera entrevistada relataba que no le gustaban esos “vestidos blancos tipo de novia” para sus quince, tampoco quería hacérselo con modista. Entonces vio una solerita corta, color natural, rústica, en un comercio no especializado en vestidos de fiesta. Fueron las tarjetas de invitación las encargadas de convertir la solerita en vestido de quince, citando a los invitados a asistir vestidos de negro.


E- ¿por qué te gustaba ese vestido?

Q2- no me parecía un vestido muy común para fiesta de quince, me parecía algo que estaba bueno hacer algo distinto, no que sea siempre lo mismo.

E- ¿y cómo son los vestidos comunes para fiestas de quince

Q2- para mi los vestidos comunes son siempre un color para resaltar, pero yo resaltaba porque estaba de blanco, pero me parecía algo más… no se, más delicado que los otros vestidos que son muy producidos, muchos colores.

E- ¿que colores ves mucho en la fiestas?

Q2- se usa mucho los azules, azules. Yo fui a un montón de fiestas, azules, turquesas, todos esos colores o se hacen esos vestidos que son como re princesas que son strapless, como largos, esos tampoco me gustan.

E- ¿y por qué querías blanco?

Q2- es que tenía por ejemplo miedo de que, como yo no me quería hacer un vestido, de irme a comprar un vestido, que alguien tenga el mismo vestido, y la verdad es que no me hubiese gustado. Así que digo bueno, no hay forma de que alguien venga si yo voy de blanco, y todos van de negro.

E- ah, por ahí venía la mano

Q2- iba a decir todos de blanco, pero como era invierno, ir todos de blanco, no era como… así que…

E- o sea que vos un poco que elegiste el color de la otra ropa porque tenías miedo de que se repitiera tu vestido

Q2- se ríe


Sea por las formas preestablecidas de vestidos, o por una clara intención de distanciarse de ellas, como se ha señalado, lo que no se discute es que una fiesta de quince años requiere la presencia de un vestido particular, distintivo.


Buceando en un libro sobre historia de la belleza “social”, Vigarello (2005) describe cómo los vestidos del siglo XVI agregan a sus formas encubridoras un intenso ensanchamiento en la zona inferior. El autor describe este proceso en términos del “triunfo de la parte superior del cuerpo”,


“(…) casi escapan a la horizontal por debajo del talle, sostenidos por polisones asentados sobre láminas de metal o de madera, que convierten más que nunca la falda en el pedestal del busto, realzando de manera no vista antes la importancia de la parte “superior” (…) Lo “inferior” sigue siendo ante todo soporte, zócalo casi inmóvil de lo “superior” (p. 20-21).


El autor advierte cómo en este proceso la belleza ha quedado circunscripta históricamente a esferas particulares del cuerpo, imponiéndose un criterio de lo que puede quedar al descubierto y lo que debe ocultarse, enfatizando la existencia de “zonas envilecidas” y “zonas ennoblecidas” del cuerpo. Los diseños y particularidades de los vestidos que describe y que son extremadamente semejantes al modelo de vestido descripto y usado por las quinceañeras hacen y refuerzan la existencia de tales zonas.


Un conjunto importante de perspectivas arqueológicas permiten ahondar en la fuerza del mundo de objetos en las prácticas sociales. Joyce (2008) señala que afortunadamente los arqueólogos se han dado cuenta de que las cosas que las personas hacen forman a las personas que las usan, y sostiene avanzando en problemáticas de género que “(…) muchas de las maneras en las que aprendemos como ser hombre y mujer en una sociedad, no provienen necesariamente de discursos explícitos, sino de la experiencia no explícita de vivir en un mundo de objetos” (p. 20). En un artículo anterior, Joyce (2005) indica que es necesario pensar en los efectos que producen en la persona que los porta el uso de cierto tipo de ornamentos, estilos, vestimentas, advirtiendo que no es correcto mirar estos objetos como imágenes, sino que deben leerse como evidencias de la vida, de la acción, del uso. En la misma dirección, Sofaer (2006) llama la atención sobre la inseparable relación entre los significados sociales de objetos y cuerpos, y sus realidades físicas, tangibles (se volverá sobre esta relación más adelante).


En este sentido, la cuestión del vestido no puede reducirse sólo a una descripción como la realizada en torno a sus aspectos visiblemente materiales, si bien estos también deben ser considerados, más aún teniendo en cuenta cierta ceguera antropológica para dar el lugar que le corresponde al mundo de los objetos materiales en las prácticas sociales y procesos de construcción de subjetividades.


En varias oportunidades se acompañó a quinceañeras en los momentos de cambio de ropa y maquillaje previos a la fiesta. En dos casos, mientras ellas iban calzándose con la ayuda de madrinas, madres, hermanas sus vestidos con corsé y miriñaque, las “agasajadas” hicieron referencia a la escasa cantidad de busto que creían tener, decían que sus “tetas” no bastaban para rellenar la zona del busto prevista por el vestido. Uno de ellos era turquesa, se lo habían prestado a la quinceañera unas sobrinas del padre, y le habían hecho unas pinzas en la parte del busto, para ajustarla a las medidas de la quinceañera. Ella preguntaba mientras se cambiaba si además el vestido no le marcaba mucho las “chichas”[6]. El otro vestido era fucsia. La madrina de la quinceañera había ahorrado para pagarle a una modista que lo confeccionó. Seguía también la estructura de vestido descripta más arriba. Mientras se cambiaba en la iglesia evangelista al lado de su casa, me miraba y hacía comentarios sobre el poco busto que tenía. En ambos casos, las quinceañeras habían bajado o subido de peso antes de sus fiestas (lo que adjudicaban a distintos motivos, como nervios, stress, algo de dieta, situaciones complicadas en sus respectivas escuelas secundarias).


Vinculando los enfoques arqueológicos con procesos de construcción de género, Alberti (2001) sostiene la necesidad de pensar la cultura material no como “mero reflejo de una realidad externa al mundo humano, o una realidad precultural y extra-discursiva sobre la cual las creencias acerca del sexo se concretizan” (p. 69), sino como constitutiva, productora de identidades, relaciones y conceptos. El autor señala que tanto el cuerpo humano como los vestidos, adornos, instrumentos, viviendas y objetos “naturales” están involucrados en estos procesos. Malafouris (2008) avanza recuperando la dimensión de acción de ciertos artefactos, su rol en la emergencia de la auto-conciencia, el carácter performativo de los objetos materiales: los objetos son importantes “por lo que hacen y no por lo que significan” (408). Propone ver los ornamentos no como simplemente existiendo para el yo, sino atendiendo a cómo el yo emerge a través de los ornamentos, basándose en el concepto de “externalismo activo”: cuando una parte del mundo -como el bastón del ciego- funciona como un proceso en el que no vacilamos en aceptar como parte del proceso cognitivo, entonces esa parte del mundo (por ese momento) es constitutivo del proceso cognitivo (p.405). Haciendo el ejercicio de reemplazar la palabra bastón por vestido y ciego por quinceañera, podemos avanzar en el análisis que se propone en este trabajo. Si la fiesta de quince años debe tener vestido, ¿qué hace el vestido en el cuerpo de las quinceañeras?, ¿qué modificaciones se producen en las percepciones tanto de las quinceañeras como del resto de los participantes cuando ellas llevan el vestido puesto?


Otra quinceañera de vestido fucsia –también al estilo descripto más arriba- relataba durante una entrevista que las nenas del barrio que la vieron salir de su casa hacia el salón decían que parecía una princesa y que querían hacer lo mismo cuando cumplieran quince años. En la fiesta de la otra quinceañera de vestido fucsia ya citada, las nenas se acercaban durante la noche a tocar repetidamente la parte inferior del vestido, acariciaban la tela, le decían que estaba hermosa, la perseguían por el club de barrio atrás de su vestido.


Malafouris sostiene que la estructura funcional y la anatomía del cerebro humano es una construcción dinámica remodelada en detalle por las experiencias de comportamiento importantes, que son mediadas y usualmente constituidas por el uso de objetos materiales y artefactos que por esa razón deben ser considerados como partes integrales continuas de la arquitectura cognitiva humana (p. 404)


Como señala Malafouris, quitarle el bastón al ciego –el vestido a la quinceañera- ¿no significaría impedir que el ciego vea, o más específicamente, impedir que el mundo toque su corteza visual? El texto del autor brinda un análisis ejemplar para avanzar en el trabajo revisando tanto el lugar que el cuerpo de las quinceañeras ocupa en sus fiestas como el tratamiento que el cuerpo ha recibido en los estudios recientes en Arqueología.


::::Fiesta de quince::::vestido corto::::cuerpo::::


En algún sentido, es posible hacer cierta analogía entre lo superior e inferior en el vestido quinceañero según lo describe Vigarello, y los modos mediante los cuales la arqueología ha estudiado la cuestión de los cuerpos. En un comienzo, su abordaje se mantenía dentro de la lógica occidental y cartesiana, concibiendo la existencia de dos mundos: uno externo (el lugar del cuerpo), y uno interno (el de la mente) (Schilling, 2008). El cuerpo era concebido en estos primeros estudios como lo que Norbert Elías denominó homo clausus: una prolongación inercial, una obstrucción para los pensamientos cognitivos (tener mente era lo que nos definía como humanos) (p. 2). Se tendía por tanto a subsumir uno de los aspectos al otro: las visiones naturalistas subestimaban la importancia del mundo concebido como construcción, mientras que las visiones con más sesgo constructivista quitaban relevancia al componente físico en los cuerpos (Boric and Robb, 2008: 3)[7]. Según la analogía propuesta, el vestido “modelo” de Vigarello seguiría también esta línea: la parte superior del cuerpo de la quinceañera es la que admite ser mostrada, en tanto porta la cabeza, y por ello, la mente. La parte inferior debe ocultarse, tapar la genitalidad, sirve tan solo como base y sustento de lo que nos define como humanos. Butler (2001) llama la atención acerca de que esta “diferenciación ontológica entre alma (conciencia, mente) y cuerpo siempre defiende relaciones de subordinación y jerarquía política y psíquica”, razón por la cual la autora indica la necesidad de no abandonar cierta vigilancia epistemológica cuando se reproducen ambos conceptos (p. 64).


Es esta vigilancia la que habilita retomar una referencia que se mencionó al inicio de este trabajo: existe la posibilidad de que la parte inferior del cuerpo quinceañero se haga visible, aparezca, se muestre, juegue. Es el “cambio de vestido” que realizan las quinceañeras durante sus fiestas el que lo habilita.


Por lo que se ha podido registrar hasta el momento, la operación de volver corto el vestido se lleva adelante luego de que se han desarrollado algunos momentos rituales característicos de este tipo de eventos, entre los que suelen contar el ingreso al salón, el baile del vals, la entrega de velas o “árbol de la vida”. El vestido puede volverse corto porque viene diseñado para ello (se suelen quitar algunas capas de telas y el miriñaque de la parte inferior del vestido), o bien porque directamente es reemplazado por otro, también de fiesta o “para salir”.


La quinceañera de vestido fucsia hecho por modista comentaba antes de la fiesta que posiblemente no tuviera vestido para cambiarse durante la misma porque no contaba con recursos para comprarlo. Finalmente, la madrina que le regaló el vestido largo, fue con ella al centro y compraron un vestido bien corto, justo por la línea de la cola, apretado, con escote al estilo de los vestidos largos descriptos, pero con breteles. La quinceañera del vestido turquesa, también hizo cambio de vestido, apareció luego de bailar el vals con un vestido del mismo color, en raso, con un importante escote, y bien corto, en este caso no era “tipo solera” sino que tenía mangas cortas, elevadas con pinzas en l tela. El vestido largo, alquilado, en tonos blanco y negro de otra quinceañera – al estilo del modelo ya descripto- se convirtió en corto luego de servir la torta –venía diseñado para tal fin – lo que fue acompañado además con un cambio de zapatos con taco por zapatillas de lona. Sin embargo, esto no fue suficiente. En un momento la quinceañera apareció con una nueva solera corta, que fue traída de improviso por un miembro de su familia debido a que el vestido alquilado tenía unas partes mal cocidas que molestaban a la adolescente desde que salió de su casa rumbo a su fiesta. Antes de llegar al vestido corto, la quinceañera tuvo que esconderse varias veces con su madre en la cocina del salón de fiesta para que ésta diera unas puntadas con aguja e hilo en las ballenas del corsé que estaban descocidas y se zafaban de la tela, pinchando a la quinceañera.


El cambio de vestido permite que el cuerpo se transforme, habilitando que la quinceañera muestre sus piernas (que no están vedadas para el resto de las adolescentes invitadas); el vestido se hace corto, movedizo, se vuelve otro, los zapatos se convierten en zapatillas, y el peinado se recoge, modificándose el peinado de peluquería con el que la quinceañera ingresó a su fiesta. El busto se sale del corsé. El triunfo de la parte superior del cuerpo ya consagrado al inicio del evento, cede lugar avanzado el mismo, a la exposición de aquello que permanecía oculto bajo el miriñaque. El cuerpo acompaña este cambio de vestido: se trata de un cuerpo que baila, salta, se escurre, juega, se “desencorceta”. La parte inferior hace su ingreso al mundo adolescente permitido. Y siguiendo en la analogía señalada, el cuerpo como materia de estudio también es habilitado a partir de nuevas apuestas en los estudios en arqueología, que intentan efectuar un movimiento más comprometido que les permita tomar distancia de la diferenciación ontológica mencionada por Butler más arriba. Estas nuevas apuestas plantean vinculaciones entre cuerpo, mente, objeto, sujeto, experiencia, etc.que, valiéndose de importantes aportes desarrollados en el campo del constructivismo social, de la fenomenología, y de las teorías de la estructuración (Schilling, 2008), planteando nuevos desafíos y controversias en la cuestión de los cuerpos.


Como vía para alejarse del biologicismo que impregnó la disciplina, algunas de estas apuestas recurren a herramientas de la antropología y la teoría feminista, procurando romper la noción de cuerpo como algo universal y natural. Si bien estos últimos aportes centran la discusión en los conceptos de sexo y género y en el papel de la construcción discursiva de los cuerpos, habilitan concebirlos como “(…) una parte inviolable del proceso en el cual identidad, mente y cultura son producidas y mantenidas. [El cuerpo] deja de ser el signo de lo natural” (Alberti, 2001: 66).


Estas posturas han sido criticadas por algunos autores en algunos puntos. Schilling (2008) señala que por su supuesto énfasis en lo discursivo, estas posturas poco aclaran las capacidades que el cuerpo posee y que pueden constituir una fuente activa de lo social y de la experiencia viva de la acción “incorporada” (embodied). Las acusa de cierto reduccionismo discursivo o social, que dejaría de lado la historia material del cuerpo y su capacidad de agencia (Schilling, 2008: 5). En la misma dirección, Sofaer (2006) señala que algunos de estos intentos en arqueología han quedado entrampados al procurar por todos los medios escapar del biologicismo. Para la autora, estos enfoques omiten sistemáticamente la cuestión del cuerpo en tanto objeto, base material “elástica” que es necesario describir, y solo se sostienen en el reconocimiento del cuerpo como resultado de procesos sociales (p. 68). La autora defiende que en arqueología el cuerpo debe ser abordado tanto desde su base material como desde su materialidad[8], llamando la atención sobre la inseparable relación que se mencionó más arriba entre los significados sociales de objetos y cuerpos, y sus realidades físicas, tangibles[9].


En diálogo con Butler, Joyce trae a la discusión el carácter performativo de ciertos elementos e invita a considerar las formas en las que las prácticas corporales y las representaciones del cuerpo trabajan juntas para producir experiencias en las subjetividades incorporadas diferenciadas a lo largo de líneas de sexo, edad, poder, etc. (p. 149).


Elías propone entonces reemplazar el concepto de homines clausus por el de homines apertis, rechazando la noción de rigidez e impermeabilidad de los límites que supuestamente separarían lo que ocurre afuera y adentro del cuerpo y mente. Esta noción permite explorar no solo cómo las relaciones sociales y materiales re/forman el cuerpo humano sino también otorga el lugar que le corresponde a la base corporal como generadora de pensamiento y acción (Schilling, 2008: 2).


Una apuesta fuerte que enriquece estas problemáticas es la perspectiva “materialista, naturalista y posthumanista” de Barad (2003: p. 803). La autora reconoce el camino recorrido por Butler en torno a la revisión de la noción de materia, en la medida en que la adscribe a un proceso de materialización historizada. Sin embargo, Barad considera que la teoría de Butler finalmente termina reinscribiendo la materia como un producto pasivo de las prácticas discursivas más que como un agente activo que participa en el proceso complejo de materialización (en una dirección muy similar a la crítica de Sofaer al respecto). Para Barad la teoría de la materialidad de Butler es limitada para dar cuenta de la materialización de los cuerpos humanos, o, lo que es más acertado, de la construcción de los contornos del cuerpo humano. Barad entonces avanza proponiendo una ontología relacional basada en el “realismo agencial” que habilita un replanteo de la noción de materialización, reconociendo la existencia de importantes vinculaciones entre prácticas discursivas y fenómenos materiales “sin las limitaciones antropocéntricas de la teoría de Butler” (pp. 821, 822). En este sentido Barad (2003) brinda un valioso aporte teórico para pensar en la fuerza performativa de las materialidades ligada no solo a la formación de los sujetos sino también a la producción de la cuestión de los cuerpos (p. 808).


La madre de una quinceañera relataba en una entrevista que su hija muchas veces amenazaba con no hacer la fiesta a pesar de que su mamá ya estaba comprando las bebidas, la comida, tenían listas las tarjetas de invitación y souvenirs, y habían señado el vestido fucsia para la fiesta. La madre relataba preocupada los enojos de la quinceañera que eran seguidos de este tipo de amenazas. La presencia corporal de la quinceañera en el evento era fundamental. Debía estar allí de cuerpo presente. No era posible reemplazarla. Y tampoco era posible pensarla sin vestido.


::::Trenza vestido:::::cuerpo::::[10]


En tanto estos enfoques discuten y problematizan las vinculaciones entre cuerpo, mente, objeto, sujeto y experiencia, constituyen una vía de análisis productiva para describir las fiestas de quince años en tanto las mismas se hacen y se sostienen en un mundo de objetos (vestido de la quinceañera, por citar el elemento que ocupa el presente trabajo) y de prácticas discursivas.


Al inicio del trabajo se planteaban las siguientes preguntas: ¿por qué la necesidad de vestido blanco en la cena familiar de Romina? Ambos –cuerpo y vestido- debían conjugarse, trenzarse, hacerse uno con el otro al menos por un momento. Lo mismo sucede en la mayoría de los casos registrados de quinceañeras y sus fiestas. Ellas arriban a sus fiestas “portando” su vestido. Después de cumplir ciertos momentos rituales, el vestido –y por tanto el cuerpo- se transforman, se vuelven cortos, movedizos, se modifica a veces el calzado y casi inevitablemente el peinado de peluquería se recoge, se desarma. El cuerpo se “desencorceta” como ya se mencionó.


Entonces, ¿qué hacen cuerpo y vestido juntos? No es posible pensarlos por separado cuando se realizan fiestas de quince años. Romina cumplía quince años, y su regalo era un viaje a Disney, sin embargo el día de su cumpleaños debió ponerse un vestido blanco y zapatos. Una de las quinceañeras de vestido fucsia, contaba no querer usar vestido; finalmente su madre la convenció y alquilaron uno que finalmente fue comprado. La quinceañera de vestido corto color natural, rústico, sin las características descriptas más arriba por Vigarello, se encargó de convertirlo en vestido quinceañero a partir de una pauta en las tarjetas de invitaciones solicitando a los invitados asistir vestidos de negro así su vestido quedaba resaltado en su cuerpo.


El vestido hace a la quinceañera y hace su cuerpo, le provee de otra sensibilidad, de un sentido de la percepción diferente; el vestido hace la fiesta y la fiesta requiere de un vestido: ese vestido hace el busto de la quinceañera y oculta sus caderas, sus partes inferiores, en determinados momentos rituales; y también un segundo vestido corto descubre/hace cuerpo cuando esa misma quinceañera habilita que sus piernas al descubierto ocupen la pista de baile. Una quinceañera a la que entrevisté señalaba que la opción por la fiesta era la mejor porque “usás vestido”; otra contaba que haría una fiesta no tan producida pero que los elementos que no podían faltar eran “el vestido, los tacos, la coronita, música y salón”.


Mientras una de las quinceañeras de vestido fucsia se cambiaba para su fiesta, intentaba sacarse el piercing que tenía por encima del labio superior. Cuando llegué dos horas antes a su casa para presenciar los preparativos para la fiesta, ella comentó que hacía dos horas que no conseguía extraerse el aro de ese lugar. Su hermana la cambiaba y la peinaba mientras ella seguía renegando para lograr quitar esa marca en su cara. Ya maquillada y pintada, su hermana dio un ultimátum, no eran compatibles el vestido con ese aro. A la fuerza, lograron sacarlo, maquillando la zona para tapar el orificio que quedó en su cara. A la semana siguiente, el aro había vuelto intacto a su lugar.


Generalmente abocados desde la antropología a estudiar la trama de significaciones que los sujetos otorgan a sus prácticas (Geertz, 1992) muchas veces se nos “pasa por alto”, omitimos (Sofaer) la importancia y el carácter performativo de lo material. El presente trabajo ha sido un intento de recuperar esa dimensión tanto de objetos como de cuerpos, en diálogo con la performatividad de género y discursiva que propone Butler, cuestiones a las que más habitualmente llegamos olvidando por momentos el lugar que a los objetos compete en las prácticas sociales.



Bibliografía


  1. ALBERTI, B. (2001) “De Género a Cuerpo: Una reconceptualización del cuerpo y sus implicaciones para la Interpretación Arqueológica”. En Intersecciones en Antropología. Nº 2, pp. 61-72

  2. BARAD, K. (2003) “Posthumanist Performativity: Toward an Understanding of How Matter Comes to Matter”. En Signs: Journal of Women in Culture and Society. Vol. 28, Nº 3, pp. 801-831

  3. BORIC, D. Y JOHN R. (2008) “Body theory in archaeology”. En Boric & Robb (eds) Past Bodies Body Centred Research in Archaeology. Oxford: Oxbow.

  4. BUTLER, J. (2001) Géneros en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Buenos Aires: Paidós.

  5. GEERTZ, Clifford (1992). La interpretación de las culturas. Barcelona: Gedisa.

  6. JOYCE, R. (2005) “Archaeology of the body”. En Annual Reviews in Anthropology. Vol. 34: 139-158.

  7. --------------------- (2008) Ancient Bodies, Ancient Lives. EE.UU: Thames and Hudson

  8. MALAFOURIS, L. (2008) “Beads for a Plastic Mind: the ‘Blind Man’s Stick’ (BMS): Hypothesis and the Active Nature of Material Culture”. En Cambridge Archaeological Journal. 18(3). Pp 401-414.

  9. SOFAER, J. (2006) The Body as Material Culture. Cambridge: Cambridge University Press.

  10. SCHILLING, C. (2008) “The challenge of embodying archaeology”. En Boric & Robb. Past Bodies: Body Centred Research in Archaeology. Oxford: Oxbow.

  11. SCHECHNER, R. (2000) Performance. Teoría y prácticas interculturales. Buenos Aires: Libros del Rojas. UBA.

  12. VIGARELLO, Georges (2005). Historia de la belleza. El cuerpo y el arte de embellecer desde el Renacimiento hasta nuestros días. Buenos Aires: Nueva Visión.



[1] Estas opciones son las que mencionan las personas implicadas en estas celebraciones.


[2] Desde hace quince años, la Revista Mil Opciones organiza en la ciudad de Córdoba “ExpoNovias”, eventos que incluyen el mercado de fiestas de quince años; y ha implementando hace cinco años otra feria anual especialmente destinada a “los quince”, denominadas “ExpoTeens” o “ExpoQuince” (www.milopciones.com.ar). En estos eventos diferentes empresas ofrecen sus servicios de catering, cotillón, sonido e iluminación, alquiler de salones de fiesta, modistas, gráfica, fotografía, animación, organización de eventos, etc. Es importante señalar que este mercado de ferias y eventos crece acompañando también la profesionalización del último rubro mencionado - organización de eventos- que se ofrece en la modalidad de tecnicaturas y formación profesional en institutos terciarios no universitarios de la ciudad.


[3] Por la extensión del presente trabajo, no es posible detenerse en el análisis de este aspecto de las celebraciones de quince años, el cual es abordado en la investigación más amplia en curso.


[4] Otros objetos también son mencionados por los nativos como imprescindibles (souvenires, vals, música, y otros). Por la extensión del presente trabajo solo se analizará la relación entre vestido quinceañero: cuerpos de las adolescentes.


[5] Algunas manifiestan no querer usar vestido, aunque finalmente el vestido llega a ellas de algún modo. Otras adolescentes manifiestan querer un vestido diferente al que aspiran quienes organizan la fiesta con ellas, por lo general, madres, abuelas, hermanas.


[6] Se refería a los pliegues de piel o “rollos” que suelen cubrir caderas y cintura.


[7] Malafouris (2008) discute aquellos abordajes que procuran dibujar una línea divisoria entre mente y cuerpo material, mediante la cual inferir una dirección de causalidad entre biología y cultura.


[8] Sofaer (2006) discute la diferencia entre materia/materialidad a partir de los aportes de Butler y Foucault.


[9] Como respuesta a estas críticas, algunos autores señalan que el problema ha sido el tipo de lecturas que se han hecho de estas teorías centradas en lo discursivo. Alberti (2001) sostiene que las mismas no estarían atacando la base material del cuerpo, sino que pondrían el eje en observar y develar cómo ciertas manifestaciones discursivas y culturales crean y reglamentan determinados sistemas que tienen efectos sobre las divisiones corporales dominantes en nuestros saberes y estructuras sociales (p. 67).


[10] Schechner (2000) usa el concepto de trenza para referirse al entrecruzamiento entre eficacia y entretenimiento característico de toda performance social, que el autor define como conductas restauradas practicadas más de una vez y ad infinitum (p. 13)


*Texto tomado del Archivo Documental “Cuerpos, sociedades e instituciones a partir de la última década del Siglo XX en Colombia”. Mallarino, C. (2011 – 2016). Tesis doctoral. DIE / UPN-Univalle.


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