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De las auto-agresiones a los intentos de suicidio. Nuevas formas de expresión a través del uso ..


 

RESULTADO DE INVESTIGACIÓN: Tesis de Maestría: “De las auto-agresiones a los intentos de suicidio. Nuevas formas de expresión a través del uso del cuerpo en adolescentes de escuelas secundarias del conurbano bonaerense. ¿Resistencias, rebeldías, construcción de pautas de identificación colectivas o diversidad cultural? - Antropología Social, Universidad de Buenos Aires UBA, Buenos Aires, Argentina / Proyecto de Investigación “Multiculturalidad y Educación” - Facultad de Filosofía y Letras FFyL, Universidad de Buenos Aires UBA, Buenos Aires, Argentina

 

Tan ofensiva apareció la imagen de mi niñez que me hubiera retorcido el cuello como a un cisne, yo sola a mi sola. (Y luchas por abrir tu expresión, por liberarte de las paredes.)

Alejandra Pizarnik, Niña entre las Azucenas



Mi hija de ocho años me preguntó por qué investigaba sobre la muerte, que por qué no investigaba sobre cosas de la vida: le respondí simplemente “porque la muerte es parte de nuestras vidas”. Y en efecto saber cómo morimos o queremos morir significa también saber cómo vivimos. Ya nos lo indicaba Martín Heidegger en sus escritos cuando pretendía argumentar que el morir estaba relacionado también con el amor, y la buena vida con la buena muerte. El interés que me convocó con esta investigación fue que en diciembre de 2009 se “me” suicidó una alumna de 12 años de edad en una escuela secundaria de la localidad de Wilde – Partido de Avellaneda – Provincia de Buenos Aires en donde ejercía el cargo de profesora en el primer año del turno mañana donde ella cursaba. El “me” no significa que se me haya suicidado a mí precisamente, pero sí representa el sentido de culpa y sufrimiento que implica el duelo frente al acto que determinó la ausencia de ese otro con quién compartía la vida cotidiana, y la emergencia del interrogante de por qué una joven decidiera, si es que acaso hubiera podido siquiera elegir hacerlo, suicidarse, o lo que considero lo mismo: matarse a sí misma enroscándose una soga al cuello que previamente sujetó a la ducha de su baño justo después de regresar de la escuela a su casa.


Luego de lo sucedido acontecieron despliegues y resoluciones diversas de parte de la familia, la escuela y las Inspectoras de Psicología del Distrito que convocaron al Equipo Distrital de Infancia y Adolescencia para dar cuenta de la situación. Esta niña ya no podía hablar, así que cedió la palabra ante la falta de su testimonio a otros que entre todos negaron todo. Es decir la suicidaron por segunda vez. Fue entonces, en medio del dolor y la impotencia, cuando comprendí que su suicidio nos quería contar algo, más teniendo en cuenta que no era el único en el distrito, porque desde un tiempo a esta parte cada vez más frecuentemente escuchamos casos de adolescentes que incurren en intentar o lograr suicidarse, y asimismo que se auto-agreden con cortes en su cuerpo, incluso dentro de las mismas instituciones educativas. Así fue como digo que el hecho de problematizar esta problemática no lo elegí yo, sino que me eligió a mí para asumir este lugar de presentificar la palabra negada de no pocos jóvenes y adolescentes del Partido de Avellaneda del Conurbano Bonaerense. “La escuela media debe conseguir algo más que empujar a los adolescentes al suicidio…Debe instar a los jóvenes a gozar de la vida” (Freud, 1910). A lo que más presto atención de estas realidades por las que atraviesan los jóvenes que observo y entrevisto en estos tres años de trabajo de campo en sus cotidianidades escolares son sus condiciones de existencia que, considero, motivan tanto las auto-agresiones como a los suicidios.


Antes de proseguir necesito aclarar dos cuestiones que considero significativas en mi investigación: la forma en que ingreso al campo de investigación y las consecuencias que ello me trae aparejadas; la diferenciación entre joven auto-agresivo y suicida. Que aunque se tratan de procesos distintos, y requieren problematizaciones distintas, en lo que atañe a mi trabajo he encontrado aristas que establecen relaciones entre ambos. Si bien ya mencioné como estas problemáticas juveniles me convocaron, no debí nunca realizar una presentación formal de proyecto de investigación para ingresar al campo puesto que ya estoy dentro del campo de la educación secundaria desde hace once años. Esta situación puede resultar negativa y positiva a la vez. Positiva porque estoy realizando trabajo de campo con adolescentes y demás agentes institucionales desde las siete y media de la mañana hasta las cinco y media de la tarde todos los días de la semana a través del desempeño de variados roles que me han mantenido bastante bien ocupada en varias de las escuelas de la localidad (profesora, preceptora y orientadora social). Negativa porque la tarea de objetivación del material de investigación se complica por el grado de compromiso cotidiano con el trabajo y con las circunstancias que afectan tanto a los adolescentes como a mí misma. Sí es cierto que el hecho de “pertenecer” a la vida escolar ayuda a establecer la confianza necesaria para que las narraciones discurran con soltura, o para realizar observaciones de las prácticas de los actores; también de alguna manera resulto aparecer como agente de molestias para ciertos otros actores (especialmente directivos o inspectores) que me presuponen como “espía” de sus quehaceres y decisiones en la dinámica escolar y me convierten en un mecanismo de vigilancia y control institucional definida como “la antropóloga que nos mira y critica nuestros errores”. A la par los jóvenes me definen como “la rubia que nos defiende y nos protege”. Como la práctica siempre diverge con las representaciones que la definen, ni una ni otra representación es cierta del todo, ni una ni otra es del todo inadecuada puesto que todo mito en algún lugar tuvo su origen. Y como bien lo define Peter McLaren (1989:47) ser antropólogo y, a la vez, profesor de jóvenes de barrios sin recursos está mirado por los colegas como una forma de “arruinar nuestra carrera”, considero que muy por el contrario requiere de un doble esfuerzo por objetivar sin perder la riqueza de la subjetivación previa y significa que “debemos enfrentar nuestra propia culpabilidad en la reproducción de la desigualdad…” (1989:41) que desencadena procesos como los que me ocupa problematizar en esta oportunidad.


Jóvenes que se auto-agreden y jóvenes que intentan suicidarse:
“ME/TE DESANGRO PARA LIBERARTE”


Foto 1: Esta es una foto de un tatuaje realizado a un joven de la Localidad de Wilde, Partido de Avellaneda, Provincia de Buenos Aires. Representa cuatro heridas sangrantes realizadas con un objeto cortante en su torso. Similar a los que se realizan en sus propias pieles tanto en el torso, parte baja de la espalda, extremidades inferiores y superiores. Por cuestiones que considero de carácter moral y ético no expondré en el transcurso de mi trabajo de investigación ni fotos ni nombres ni sobrenombres personales que identifiquen a los entrevistados. Como así tampoco el de otros actores institucionales o el de las escuelas.


En los contextos escolares de referencia es común escuchar a los adultos que se preguntan ¿por qué los chicos se cortan? o, ¿para qué lo hacen? “Estos pibes están cada día más locos” dicen. “A nosotros nunca se nos hubiera ocurrido hacer una cosa así cuando éramos pibes”, acotan. Debemos empezar por diferenciar a los jóvenes ya que no todos ellos se cortan; tampoco todos intentan suicidarse; tampoco todos los chicos que presentaron antecedentes de cortarse intentaron suicidarse aunque sí varios; y sólo algunos, aunque en cantidad creciente, son los que lo concretan. ¿Serán acaso formas de responder violentamente hacia sí mismos frente a contextos de existencia impregnados de violencias diversas? ¿o se habrán modificado algunas de las formas de representación socioculturales frente a la innegable reducción de la capacidad del lenguaje y simbolización que produce la sociedad de consumo en donde todo, incluso el goce, se convirtió en una mercancía y en una ficción tecnológica? ¿Quizá también podrían ser puerta de salida forzada a una situación bajo presión que ya no se puede soportar? ¿Compulsión psicopatológica que no pueden controlar ni dejar de hacer o socialización diferencial?.......


Según la antropóloga mexicana Rossana Reguillo “Uno de los elementos más característicos de la culturas juveniles es el que puede englobarse bajo la denominación socio-estética, que busca nombrar la relación entre los componentes estéticos y el proceso de simbolización de éstos, a partir de la adscripción a los distintos grupos identitarios que los jóvenes conforman” (199:97). Casi todos los chicos que he registrado como auto-agredidos presentaban ciertas características comunes: tendencia a vestir de negro, uso de piercings faciales o los llamados aros tribales en sus orejas, el cabello cortado de manera irregular con mechones pintados de colores llamativos como ser violeta, rojo, verde o azul, muchos de ellos fanáticos del animé japonés se hacen denominar “otakus”, de personalidades introvertidas, callados, muy estudiosos e inteligentes. No son alumnos de los considerados tradicionalmente como “revoltosos e indisciplinados” en la dinámica aúlica, más bien pasan por desapercibidos salvo cuando algo los irrita y entonces reaccionan bruscamente a través de gritos o golpeándose a sí mismos o sus puños contra las paredes. Muchos de ellos dibujantes de imágenes de animé, y asiduos lectores de historietas llamadas “mangas” que se leen de atrás para adelante. No todos presentan tatuajes en su piel. Se los reconoce fácilmente porque siempre, incluso en pleno verano y con mucho calor, suelen usar mangas largas que tapan hasta la mitad de sus manos, y ocultan las inscripciones o cortes cicatrizados. Digo, fácilmente para mí que presto particular atención, pero no parece ser tan evidente ni para sus familias ni para los actores institucionales que ni siquiera les preguntan por qué con tanto calor están siempre tan cubiertos sus brazos y/o piernas. Por último, me resulta interesante resaltar que muchos de ellos son considerados por sus familias como necesitados de tratamiento psiquiátrico por éstos “brotes o estallidos” (no así por los cortes) y consecuentemente medicados psiquiátricamente, algunos de ellos incluso, con drogas anti-convulsivas o antiepilépticas. También he registrado casos de jóvenes que consumían blíster enteros de drogas analgésicas o para descender la presión arterial que robaban a sus familiares. Sus familiares se quejaban que tenían que tener los medicamentos siempre escondidos. Ninguno de ellos consumía otros tipos de drogas de consideradas como no legales. Algunos se cortan a sí mismos y a otros, algunos se dejan cortar. Algunos comienzan a hacerlo y luego se arrepienten y no lo hacen más. Algunos también se cortan formando letras iniciales de sus nombres o frases que intentan expresar como ser “te odio”. A veces publican las fotos de los cortes en sus respectivos facebook animando a que otros también lo hagan en búsqueda de un sentido que fortalezca la asociación corte como símbolo-identidad y pertenecía. Todas estas características del uso de su corporalidad (vestimenta de color negro, peinado, disposición de sus mangas,…) ya son en sí significantes y significativas como forma de expresión.

En mi trabajo de campo llego a advertir a los chicos que se cortaban a partir de las entrevistas y observaciones realizadas con los chicos que se habían intentado suicidar, y no al revés. Es por eso que me resultar reflexionar acerca de ciertas relaciones entre ambos procesos. Aun cuando de los registros de los chicos que se suicidaron, por ahorcamiento y tirándose bajo de las vías del tren por haber reprobado materias e inmediatamente al salir de la escuela (en su mayoría de sexo femenino de entre 12 y 19 años), o pegándose un tiro (varones de igual franja etaria) nada indica hasta lo que sé que se hubieran auto-agredido con cortes previamente; si los registros de los jóvenes que intentaron suicidarse sin lograr efectivizar el acto suicida presentaban marcas tanto en sus extremidades, espalda o torso, como en sus muñecas. Sin importar qué, ni cuándo ni cómo, fueron devueltos a sus cursos con los vendajes como si nada hubiera sucedido, o sea invisibilizados. Podemos pensar que el joven suicida se ha encontrado en un estado por el cual ha perdido el sentido de su existencia puesto que ésta ha resultado para él una carga insoportable, y por ello se alejado de sí mismo ante la imposibilidad de ver proyectada una idea de fututo que aparece ante sí como negada y por ello se suicida.


Pero el intento auto-agresivo, fallido, y por ende no suicida se presenta más bien como forma de oposición, de resistencia, de quiebre, es decir: de corte. Y el corte se presentaría como símbolo de ciertos sentidos de identidad juveniles nuevos, como pretendiendo construir una identidad alternativa o contra-hegemónica, liberadora de presiones. Así es como lo han manifestado en cada uno de los registros “me corte porque no aguantaba más y después me tranquilicé” y de muchas observaciones se vislumbra que se han escapado de clases al baño para cortarse con espejos que rompieron en el momento o con filos de los lavatorios cuando se sentían no soportar la situación de “acoso” o “malestar” o “injusticia” o “maltrato”, es decir, de poder ejercido por algún docente o directivo arbitrario. Lo más delicado que la problemática conlleva, supongo que es el sentido del goce que manifiestan encontrar tanto en el corte como en el sangrado. A priori uno podría pensar el proceso como doloroso, porque de hecho lo es ya que además del dolor físico simboliza un doler emo