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El cuerpo en la nota roja*



Nadie quiere aparecer en un diario de nota roja, pero la mayoría, irremediablemente, busca o dirige la mirada hacia sus páginas. En la nota roja, el cuerpo es el mensaje. Para entender los mensajes que revela el cuerpo es necesario entenderlo como una imagen que fascina y seduce; como lo sagrado que es posible profanar. El cuerpo como lo sagrado se hace público, se vuelve obsceno y se vende. La imagen-cuerpo sólo se hace pública en una puesta en escena dónde se muestra y se vende. La imagen-cuerpo en la nota roja es una imagen abyecta que se fija temporalmente, agrada o agrede. Es abyecta porque al ser arrojada a nuestra mirada marca el límite entre lo vivo y lo muerto; como todo lo que eyecta el cuerpo, la imagen de la nota roja en lo simbólico es una deyección del cuerpo social. Por consiguiente, las imágenes de cuerpos expuestos en la nota roja no son cuerpos reales, son la construcción que da forma al discurso gramatical de la nota roja. Una gramática que obedece a cuerpos expuestos, rotos y ensangrentados. En las representaciones construidas por los fotógrafos no se trata de cuerpos reales, sino de imágenes que dan forma e informan al sujeto sobre lo que acontece. Los 100 mil muertos del sexenio calderonista sólo informarán y darán forma al discurso que justifica “su guerra” contra el narcotráfico. En el cuerpo imaginario “Las diversas partes del cuerpo, en efecto, pueden servir de significantes, ir más allá de su función en el cuerpo vivo. De esta manera el significante entra en lo imaginario…” (Garrido, 2007). A partir de ese significante o de esa parte del cuerpo se crea una relación con el Otro. En la nota roja, un cuerpo que exhibe una mano femenina mientras el resto está cubierto con una manta blanca puede remitir, entre otras cosas a la violencia de género. Las cabezas decapitadas han sido una constante; se han vuelto una práctica ritual para el crimen organizado.


En el cuerpo simbólico “Lo que es primero es la palabra, es de la palabra que surge el deseo, y el cuerpo está ligado al deseo…” (Garrido, 2007). El cuerpo expuesto está escrito, su discurso es el del cuerpo roto y ensangrentado. Si sangra, vende, es lo que codifica y reglamenta lo deontológico en la nota roja. Para que el cuerpo se muestre debe estar roto. El cuerpo gramatical de la nota roja establece un cuerpo dolido, predomina el exceso, el dolor. Se trata de un cuerpo simbólico porque es el lenguaje quien lo determina y dice como deberá constituirse, bajo que formas. No obstante, el cuerpo expuesto cubre un cuerpo real, desconocido, no presente en el imaginario; entre más se muestre más oculta. Ése es el deber ser del cuerpo en la nota roja. Es el discurso que prevalece desde el siglo XIX y que, al conjugarse con la estética del exceso que muestra el narcotráfico, constituida por lo estridente, saturada y ruidosa, encuentra una reafirmación del cuerpo simbólico en la nota roja. El cuerpo expuesto es un cuerpo escrito, pertenece al orden de lo simbólico. Un cuerpo lienzo sobre el que se nombra, se escribe y se plasma un mensaje. Sobre este cuerpo codificado se coloca una inscripción hoc est enim corpus deum (éste es mi cuerpo). Este cuerpo se hace visible en tanto que en sí mismo es un mensaje.


Sin cuerpo no hay sensación y si no sangra, pues no se publica. Como los cuerpos escritos de Peter Greenaway en The Pillow Book, el cuerpo en la nota roja debe estar expuesto, ni siquiera cubierto por la manta blanca; debe mostrar sangre y vísceras, si no, no vende. Esta tendencia ha acompañado al periodismo de nota roja desde las primeras publicaciones periódicas del siglo XIX. En México, a partir del año 2000 –y más en los últimos doce años–los diarios locales incrementaron su sección policiaca. Más información que cubrir e imágenes cada vez más explícitas sobre la violencia con la que se enfrenta los grupos del crimen organizado. La demanda resultó mayor por lo que los medios locales y los nacionales comenzaron a incluir en sus secciones, información de tipo policíaca, lo policíaco trascendió a problemas de delincuencia, seguridad nacional, impartición de justicia y política; se vieron involucrados otros personajes del orden federal; ya no sólo se trataba de policías, taxistas, choferes, traileros, albañiles, crímenes pasionales o suicidas solitarios; ahora los involucrados son sicarios, narcotraficantes, funcionarios federales, estatales, municipales y agentes de la DEA (Agencia Antidrogas estadounidense). Para el cuerpo expuesto, la aparición del grupo armado Los Zetas merece mención aparte. En 1999 surgen “los de la última letra”, brazo armado del Cártel del Golfo; a partir de entonces y con ellos aparece una forma de exponer los cuerpos victimados, una tendencia marcada por la crueldad y la brutalidad, e introdujo una estética que superó con mucho a lo que nos tenía acostumbrado el semanario policíaco Alarma! Los Zetas poseen una estética obscena que gusta de exhibir sus excesos, colocan mantas en cuerpos, los cuelgan de puentes, suben videos a las redes sociales, se hacen notar y acompañar con camionetas ostentosas, música estridente, narcocorridos, duranguense, movimiento alterado, armamento de uso exclusivo del Ejército. Torturan, decapitan y mutilan. Con ellos la violencia se vuelve más explícita, muestran su poderío a través del terror que provocan sus actos. Todo parece indicar que buscan el espectáculo mediático. Son vistosos, hacen del exceso y del pathos de la violencia su estética. Sus videos están lejos de ser gore, rayan en el snuff. Buscan, que a pesar de los intentos de grupos y asociaciones civiles de prohibir y limitar contenidos violentos en los medios, sus operativos consigan la nota de ocho columnas. El cuerpo abierto está expuesto a las miradas. Los signos de la vida, la muerte y la enfermedad. El cuerpo expuesto es una imagen; en ella es posible identificar elementos dentro y fuera del cuerpo. Para Ilena Diéguez, la corporalidad adquiere ahora otro sentido:


Otra dimensión de la corporalidad se ha ido imponiendo más allá de los cuerpos desmembrados; son desde hace cuatro años la nueva representación de una degradada condición humana. El cuerpo expuesto es apenas reconocible. La reducción a un montón de carne. Y esta otra dimensión de una corporalidad diseminada, despedazada, ha ido implicando la emergencia de perfomatividades y teatralidades (lo que hay para ver) determinadas por el exceso (ir más allá, del latín: excedere) y la hiperbolización del horror” (Diéguez, 2011: 41-42).


El cuerpo simbólico del crimen es significante de violencia y poder sobre el adversario; exterioriza derroche de fuerza. Si en un momento les interesó mostrar los cuerpos, avisando incluso a los reporteros de donde se encontraba tal o cual narcofosa, o donde debía encontrarse tal o cual cuerpo, ahora está la intención de ocultar, cubrir con mantas, cobijas, bolsas. Al respecto, Alejandro Villafañe, fotógrafo de El Imparcial, diario de circulación local en Oaxaca, expuso en entrevista: “Los narcos nos tienen bien ubicados a los periodistas, saben quiénes somos, dónde trabajamos y dónde encontrarnos, quién es capaz. Ellos son los que avisan a las autoridades cuando van a tirar un cuerpo, si es que quieren que se sepa, sino los tiran en la selva o sitios difíciles de ubicar. Para ellos es fácil hacerlo”. Para el sicario o capo, en la realización del ritual, los cuerpos tirados ya no tienen una identidad; son objetos que les permiten comunicación con las autoridades o con los bandos contrarios. La lucha con el Ejército no es por el control de la plaza sino por el control del narcotráfico. Poder y dinero de por medio, una víctima no es un ser humano, es un objeto de cambio, de negociación, he ahí la deshumanización. Alejandro Restrepo considera que en estas circunstancias “El rito es la dramatización del mito, teatro del horror para que el público no olvide” (Restrepo, 2006: 20). Los asesinatos ya no son por sacrificio o venganza, son por poder y dinero. El cuerpo se convierte en moneda de cambio. La nota roja, con toda la sangre que corre, es incapaz de albergar tanta imagen. Incluso hay intentos de varios medios de comunicación por no publicar, por no hacerle el juego al crimen, no para frenar la violencia sino para restarle importancia a los grupos de criminales y minimizar el problema al hacerlos a un lado o dejarlos fuera de los escenarios. Pero no publicar es no hacer frente al problema. Lo real escapa, no queda representado en las páginas; no obstante permanece ahí. En algún momento de la historia de México los más de 100 mil muertos tendrán voz y representación, por el momento eso se torna difícil, casi imposible.


Existe toda una construcción icónica de cómo debe mostrarse el cuerpo. Detrás de la puesta en escena está el mensaje moralizante de lo que podría ocurrirte si desobedeces. El mensaje se torna amenaza, nadie quiere una muerte brutal, el mensaje es para todos. Para unos y otros la nota roja y los medios de comunicación en general se convierten en voceros de sus mensajes aleccionadores, incluso de censura. Si hay algo que no se debe publicar, la censura también viene por parte de ambos grupos. El aparato de Estado es capaz de coartar la libertad de expresión. Sobre los cuerpos del imaginario hay un mensaje explícito; sobre el cuerpo real se traza el mensaje de intimidación y sobre el cuerpo simbólico se disponen los elementos del mensaje, sobre los que se pronuncian discursos. Del cuerpo real y del cuerpo simbólico aún sabemos poco. Habrá que reflexionar sobre la forma de transmitir esos mensajes. Por su parte, Fernando Brito, editor de fotografía del diario El Debate de Sinaloa, comenta: “…cada medio tiene su línea editorial, unos serán más violentos y otros más suaves pero a final de cuentas es la misma noticia…”; considera que es deber del medio publicar lo que está sucediendo en el país (Meza, 2011: 24-25). Ante la proliferación de imágenes que nutren el cuerpo imaginario, el exceso raya en la banalidad, en la “normalidad” de la que habla Diéguez; son tantos que se olvida que ocurren, no puede haber dignificación de uno por uno, tendrá que ser colectiva, como ocurre con las muertas de Juárez. Al respecto, Corine Maier sostiene que la abyección es toda acción que merece desprecio. Puede llamarse obscenidad, yace igualmente en lo bello, significa corromper, hacer perder lo moral, pero sobre todo la moral de todo aquel que contemple, que este próximo. Es la fascinación que provocan los muertos afectados por la desnudez suprema, esa contra la que no hay manera, lo que significa que el fallecimiento es una horrible sobrevida que deja indefenso al muerto ante la mirada de los vivos. La muerte, lejos de arrancar a la víctima de manos de los verdugos, la deja a merced de ellos (Maier, 2004: 56).


La abyección se provoca por la manera en como esos cuerpos imágenes son arrojados a la vista de todos, para aleccionar a los vivos. Esos cuerpos, que han dejado de serlo, están a la espera de convertirse en cuerpo imaginario o ser redimidos en el cuerpo simbólico. Esperan ser colocados de manera estratégica en un baldío, colocados de un puente, en una fosa o esperan ser desaparecidos en ácido. Lo que venga primero. La exhibición del cuerpo como objeto no es de ahora. La Inquisición mostró cuerpos de manera pública, quemó y torturó frente a todos. Permitió un primer acercamiento con el cuerpo interno y sus órganos, expuso la vivisección, no como una lección de anatomía, sino como una lección de castigo; después de eso nadie quería ser acusado de hereje. Se sabe que los inquisidores tenían un agudo conocimiento sobre anatomía; practicaban con cadáveres y ponían todo su empeño en los cuerpos torturados; era más importante aplicar el dolor necesario justo antes de que el sujeto muriera o eran capaces de extender la tortura en el tiempo y espacio antes de que el sujeto sucumbiera. “En el antiguo Egipto se viviseccionaban los cuerpos de los delincuentes como castigo por sus delitos, sólo así se legalizaba la práctica” (González, 2003: 14). En el Renacimiento, la práctica de la vivisección sólo se empleaba en cuerpos de criminales o de gente marginada. Por tanto, la exhibición siempre ha aparecido como escarnio y debe ser pública para dejar testimonio de la culpa o el castigo. Si el cuerpo es el mensaje, lo explícito es que sólo criminales y gente marginada está colgada, arrojada en los baldíos o aparece en una fosa clandestina. Lo anterior hace parecer un entramado moral en todo el discurso. Las heridas, cicatrices, tatuajes, perforaciones, la colocación del cuerpo, todo cuenta para construir el discurso. Para Bataille, el cuerpo es lo abierto al desorden y a la violencia, esto se complementa con el mostrar y ver, razón de ser de la sociedad del espectáculo. En términos psicoanalíticos, el cuerpo está situado más en lo imaginario que en lo real; lo anterior se debe a que el cuerpo es una imagen especular, y una imagen no es, por mucho, un sujeto, por tanto, la imagen no es algo real. Cuando se habla del cuerpo social se menciona a un organismo con una estructura sólida, pero no es un sujeto, son todos los que lo constituyen. En este sentido se puede decir que hay un cuerpo, el imaginario; el cuerpo simbólico está en el lenguaje y el cuerpo real es aquél que no está porque es desconocido o permanece oculto o está perdido. No es posible enunciarlo a través del leguaje ni representarlo mediante imágenes. El cuerpo ausente tiene más que ver con el cuerpo real, aunque para hablar del cuerpo ausente habría que comenzar por el cuerpo simbólico y seguir con el imaginario. Para Jacques Ranciére “…lo intolerable en la imagen pasa a lo intolerable de la imagen… Una imagen es intolerable porque es demasiado real. Somos intolerables a la realidad que nos hace sentir culpables, porque invariablemente no haremos nada” (2010: 86).


Hay situaciones sobre las que lamentamos el que hayan ocurrido, cuando estos acontecimientos pasan a formar parte de una imagen fotográfica o ésta se exhibe de manera obscena; el hecho puede ser no tan condenable como el hecho de querer mostrarlo. El caso de los 72 migrantes que fueron masacrados en el Rancho San Fernando, Tamaulipas, el pasado 23 de agosto de 2010, puede darnos una idea de lo terrible y repudiable que puede ser el hecho.[1] Los 72 cuerpos de los migrantes constituyen el cuerpo real, la forma como se han representado y el discurso que se ha construido a partir de su tragedia obedece al cuerpo imaginario y simbólico. El cuerpo real revela la arbitrariedad con la que operan los grupos criminales en este país, así como el nivel de impunidad que se vive. Lo intolerable en la imagen, pasa a lo intolerable de la imagen. La diferencia estriba en lo que exhibe y cómo se exhibe. Muchas imágenes de nota roja contienen situaciones terribles sobre víctimas de la naturaleza, del hombre o de las circunstancias, eso obedece a lo intolerable que exhibe, pero también a ese contenido le suman una estrategia mediática sobre cómo mostrar la imagen, mediante planos cerrados que acentúan el dramatismo de la imagen; aquí la imagen se construye a partir de la mirada del fotógrafo, es decir, lo intolerable en la imagen es la brutalidad con la que fueron masacrados, lo intolerable de la imagen es la manera como se exhiben los cuerpos y como se publican. Los cuerpos que el ojo no puede ver están en el registro de lo real; son físicamente invisibles ante los ojos del mundo. Se trata de cuerpos visiblemente cubiertos o velados en el imaginario (como en el fotógrafo Fernando Brito), en los que la mancha de sangre, la huella, los zapatos, la ropa o la cruz representan simbólicamente el cuerpo que es sustituido por dicho objeto u ocupa su lugar y con el que tenemos la tarea de desentrañar qué es lo que oculta.


El cuerpo simbólico sustituye la ausencia del cuerpo real y se puede contemplar en los cenotafios (cruces o tumbas pequeñas) comunes en las carreteras que anuncian muertes por accidente; las hay muchas y variadas en caminos, carreteras sinuosas, con profundos cañones o cerros escarpados, pero también son frecuentes en baldíos. Las imágenes de cenotafios en color rosa que han recorrido el mundo son los que existen para dar voz a las desaparecidas y muertas de ciudad Juárez, México. El cuerpo desaparecido en ácido fue una práctica frecuente en Santiago Meza López “el Pozolero”, quien confesó haber disuelto en ácido más de 300 cuerpos con la intención de desparecerlos y para que las cifras de muertos en el sexenio no sumaran más (González, 2011). ¿Cuántos pozoleros más existen?, ¿cuántos cuerpos más se encuentran en fosas clandestinas que aún no son descubiertas? Hay varias intenciones en el hecho de desaparecer el cuerpo. La primera puede obedecer a razones estéticas, destaca el trabajo fotográfico de Fernando Brito, aunque el cuerpo no desaparece del todo, permanece oculto en el paisaje; una segunda intención sería estratégica y puede obedecer a intenciones políticas; aquí el problema del cuerpo ausente es igual de grave que el que se exhibe; aún más, puede referir a la censura y eso, en parte, podría deberse a los contenidos explícitos; otra más podría venir de una regulación mediática que impida, por cuestiones legales, la prohibición de imágenes explícitas; en este caso y en varios lo explícito de la violencia, del cuerpo violentado o del cuerpo roto. Ante el reclamo y la oposición a mostrar con lujo de morbo los cuerpos violentados, ocultarlos se plantea como una alternativa porque no se trata sólo de mostrar en exceso, sino de abordar la problemática en cuanto al acontecimiento sin perder el contexto. Si se ocultan los cuerpos en la nota roja puede ocurrir que en el lector se genere mayor interés por saber sobre lo que acontece; ello implica mayor trabajo creativo por parte del hacedor de imágenes para generar el interés a partir de lo mostrado o puede ocurrir que la gente deje de comprar el diario por su marcado interés hacia el morbo. Debido a la proliferación de imágenes de muertes violentas, algunos organismos, colectivos y asociaciones han elaborado un discurso opuesto al de la violencia en Ciudad Juárez, México. Con una pretensión positiva y la colaboración de 16 fotógrafos entre profesionales y amateurs la propuesta es “convertir el río en una galería de arte urbano”. La artista visual Mónica Lozano da continuidad al proyecto de arte global Inside Out promovido por el fotógrafo JR. La intervención pretende colocar en la calle fotos de gran formato en blanco y negro de los habitantes del lugar haciendo muecas o sonriendo, con lo que se pretende enviar un mensaje positivo sobre la violencia que ocupa a los ciudadanos de esa ciudad fronteriza mediante una imagen más positiva. El proyecto en 2011 con Lozano, Judith González Ham como coordinadora general del proyecto y María Eugenia Ruiz como promotora cultural, tiene seguimiento en 2012 no sólo en Ciudad Juárez, sino también en León, Chihuahua, Monterrey, Mérida, Cancún, Ciudad de México y Campeche. Con el título Inside out be the chance el 21 de septiembre, Día Internacional de la Paz, exhibió en distintos recintos de las ciudades mencionadas y de manera simultánea 500 fotografías tamaño póster provenientes de 16 países y 28 ciudades de todo el mundo. Su intención fue tomar conciencia sobre un problema que aqueja a la sociedad global: la violencia.


Aquí lo ausente es el cuerpo violentado como discurso, el cual es sustituido por rostros alegres. Lo opuesto a la violencia es la alegría. Funciona al ser una estrategia social y artística que pretende cambiar el discurso que se ha vuelto endémico, pero en lo periodístico no funciona, pues detrás de esos rostros sonrientes se está ocultando un problema real que no se resuelve con buena cara. Detrás de esa imagen abyecta, hay un cuerpo social en franca convulsión. La nota roja esta imparable, no hay forma de detenerla, ha estado y está con nosotros. La discusión ontológica seguirá entre mostrar u ocultar, la gente pide más, porque ve más en las calles. El crimen organizado genera mucha información, introduce nuevos códigos y con ello, los neologismos que se vuelven cotidianos: levantones, pozolero, encobijados, pero también controla más y ejerce presión sobre los medios locales, amenaza y cobra vidas. En este oficio no hay valientes. Esa imagen abyecta y satanizada guarda más secretos que males, la caja de Pandora se ha abierto, y no queremos ver que hay detrás de esa imagen cotidiana, revulsa y empecinada en existir. Finalmente, el cuero en la nota roja, no se ha desnudado, se ha inventado gusto de propios y extraños. Lo dramático debe estar en el hecho en sí, y no en la calificación o en los adjetivos a través del lenguaje que se utiliza y por lo tanto lo intolerable puede ser un acontecimiento atroz, la muerte violenta, la abyección del cuerpo y sobre eso, habrá poco que hacer, lo que si puede generar todo un discurso es la manera como se muestra eso que resulta intolerable. Eso puede lograr cambios en lo futuro para la nota roja o para el periodismo policíaco. De lograrse el cambio, la gramática de la nota roja también podrá mudar de piel, hacia un discurso más conforme a derecho que respete la vida privada y la integridad de las personas independientemente del bando en el que se encuentren. De esa imagen que dista de ser real no es más que un reflejo de lo que somos como sociedad. Fernando Brito, Tus pasos se perdieron con el paisaje.


Bibliografía

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*Tomado del Archivo Documental “Cuerpos, sociedades e instituciones a partir de la última década del Siglo XX en Colombia”. Mallarino, C. (2011 – 2016). Tesis doctoral. DIE / UPN-Univalle.


[1] La mañana del lunes 23 de agosto de 2010, 72 migrantes centroamericanos aparecieron asesinados con tiro de gracia, signos de tortura, mutilados, vejados, sin documentos. De estos cuerpos, 58 eran de hombres y 14 de mujeres.


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