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Expresiones emocionales y locura en México 1900-1930: la parte negada de la cultura


 

RESULTADO DE INVESTIGACIÓN: Proyecto de investigación: “El lugar de las emociones en las categorías diagnósticas de la psiquiatría y su interrelación con la construcción de la salud mental en México entre 1900-1950” - Dirección General de Asuntos del Personal Académico DGAPA, Universidad Nacional Autónoma de México, México D.F., México

 

Introducción*


Uno de los grandes retos de la medicina ha sido distinguir los signos y los síntomas de la enfermedad, esa tarea ha sido la base del método clínico. El método clínico, en palabras de Foucault[1] está íntimamente relacionado con la educación de la mirada del médico. Es a través de la mirada médica que se abre el secreto de la enfermedad porque se hace visible y por consiguiente se torna penetrable a la percepción. Desde la perspectiva médica, el signo es el dato objetivo (orgánico) de la enfermedad, no tan asequible a la mirada y el síntoma es la manifestación de una alteración orgánica o funcional perceptible al médico y al paciente.


La psiquiatría a diferencia del resto de las especialidades médicas carece de un órgano identificable en el cuerpo humano, sitio en el que pueda desarrollarse la patología. Por ello ha padecido de la indefinición de un lugar en el territorio de lo biológico, en consecuencia, carece de una legitimación científica. En el afán de conseguir un sitio de reconocimiento y legitimidad científica, la psiquiatría emuló el método clínico para establecer el diagnóstico de las enfermedades mentales y, a través de la descripción de las patologías ha intentado desarrollar clasificaciones médicas aparentemente inequívocas y objetivas para quien las evalúa. Estas descripciones van desde la propuesta de Emile Kraepelin hacia finales del siglo XIX, hasta los DSM en la segunda mitad del siglo XX propuestos por la Asociación Americana de Psiquiatría[2].


Durante el siglo XIX, la medicina científica, le otorgó un lugar fundamental a la emoción como síntoma y signo de enfermedad mental, debido a que la emoción ha sido considerada un acto disruptivo de la inteligencia, que conllevaba eventualmente a la pérdida de la razón y por ende da origen a comportamientos considerados patológicos. Identificar los signos y síntomas de la pérdida de la cordura y la falta de sensatez constituyó una función central del diagnóstico médico-psiquiátrico para conformar cuadros clínicos que prontamente dieron lugar a criterios clasificatorios en los que la objetivación semiología de la enfermedad mental, dentro de la cual, las emociones formaron parte importante, se fue convirtiendo en una actividad profesional de gran envergadura para la medicina psiquiátrica. El proceso de objetivación de la sintomatología de la enfermedad mental dio lugar a cuadros clínicos y nosotáxicos de las enfermedades mentales como los de la psiquiatría francesa y la alemana.


Desde las coordenadas de la antropología médica, sustentado en el modelo crítico[3], existe una manera distinta de entender los signos y síntomas de las enfermedades y padecimientos, sean estos físicos o mentales. Desde este otro ángulo, la enfermedad no solo es resultado de la biología, también es un producto de la cultura. La significación que la medicina, en tanto etno-medicina, le otorga a la enfermedad, así como la significación que el propio paciente le atribuye a su padecimiento es fundamental para dar cuenta de la evaluación o diagnosis. Los signos aparecen del lado de las significaciones biomédicas, mientras que los síntomas expresan formas de significación local sobre la enfermedad[4]. Es justamente en este debate, desde un modelo crítico interpretativo que pretendo mostrar cómo los síntomas, identificados por la psiquiatría practicada en México en las primeras décadas del siglo XX, fueron extractos de experiencias afectivas, interpretadas desde una dimensión reduccionista biológica y cognitiva de las emociones que encerraron significados sociales vinculados con los roles de género. Para lo cual pretendo analizar dos padecimientos psiquiátricos clásicos: la histeria y la epilepsia.


Antecedentes


Históricamente, la manifestación de cierto tipo de emociones y comportamientos han sido considerados rasgos de enfermedad mental; algunas de las entidades nosológicas importantes desde la antigüedad y que persistieron, sino con el mismo nombre, sí por la descripción de sus rasgos son la frenesís, la letargia, la manía y la melancolía.[5] Estos rasgos aludieron, dentro del corpus hipocrático a cierto tipo de enfermedades mentales, cuyas clasificaciones y nombres, fueron variando con el tiempo.[6] A partir del siglo XIX con el ascenso de la denominada medicina científica[7] la inclusión de la dimensión biológica y los postulados de la ciencia racional para explicar los procesos patofisiológicos se emplearon también para explicar el origen de las enfermedades mentales. Los médicos se empeñaron en ubicar orgánicamente las causas de los trastornos mentales, de la misma manera que lo habían hecho con las enfermedades físicas (orgánicas); en esa labor, el cerebro resultó ser el órgano rector de la vida anímica de los individuos, por lo que la neurología y la psiquiatría prontamente estrecharon sus actividades para encontrar la explicación de las denominadas enfermedades mentales. En dicha objetivación, las explicaciones de los signos y síntomas de la enfermedad mental pasaron exclusivamente por el tamiz de la biopatologización. En tal escenario, nos resulta fundamental el análisis del proceso, a través del cual, las emociones formaron parte de los cuadros clínicos psiquiátricos, a partir de su incorporación en las dimensiones semiológicas, diagnósticas y terapéuticas de la locura considerada una enfermedad mental.[8]


Emociones y enfermedad mental: histeria y epilepsia


La teoría de psicólogo francés Théodule-Armand Ribot[9] sobre las emociones y las del español García Fraguas[10] consideraron que los estados emocionales puros o salvajes, o primarias como las llamó Darwin[11], sufrían una profunda metamorfosis durante la adolescencia. Los autores referidos, consideraron que, en un primer momento, las condiciones de cualquier clase, conocidas o desconocidas, obraban sobre el organismo y modificaban su estado. En un segundo momento, estas condiciones orgánicas engendraban un tono afectivo particular en la conciencia, y finalmente, el estado afectivo ya formado, suscitaba representaciones correspondientes. En el último tránsito, es decir, cuando surgía el elemento representativo fue considerado como el lapso en el cual se podía incubar la enfermedad mental. La emoción que con mayor frecuencia aparece en los textos psiquiátricos franceses y españoles consultados por los médicos mexicanos[12], alusivos a la patología mental, fue la tristeza o melancolía empleadas como sinónimo:


En la mayor parte de los casos es éste un estado vago de tristeza. Tristeza sin causa, dícese vulgarmente; con razón si se entiende que no es suscitada ni por un accidente, ni por una mala noticia, ni por las causas ordinarias; pero no sin causa, si se tienen en cuenta las sensaciones internas cuyo papel, desapercibido en estos casos, no es por eso menos eficaz. Esta disposición melancólica es también la regla de las neurosis. Muchas veces se encuentra que el estado afectivo, en lugar de ser una incubación lenta, es un aura de carácter emocional de una duración muy corta (algunos minutos ó algunas horas a lo más).[13]


La postura de García Fraguas en torno a la explicación de la emoción en el desarrollo dela enfermedad mental es un tanto ambigua. En algunos momentos, la emoción es entendida como causa, otras como síntoma o signo de la enfermedad mental. En el caso de la cita anterior, la tristeza/melancolía fue entendida como el aura de la enfermedad por lo que, este médico aseguró que cuando una persona experimentaba tristeza era frecuente que sobreviniera un delirio[14] o alucinación[15]. Cuando el estado afectivo se experimentaba (sensación) en el cuerpo, se convertía en una idea (representación psíquica) con la que se manifestaba el delirio de persecución, de grandeza, de desesperación, hipocondriacas, religiosas, eróticas, entre otras. Este fenómeno de la emoción fue explicado bajo la lógica de la proyección psico-sensorial que conllevaba a una excitación anormal.


La discusión en torno a la naturaleza de las emociones y su participación en la causalidad de las enfermedades mentales, es muy compleja y la he tratado en otro espacio[16]. Las explicaciones están basadas en el modelo organicista de James-Lange hasta las explicaciones psíquicas de las emociones como percepciones que generan efectos en el cuerpo. Lo cierto es que la emoción desde una aparente comprensión interna, individual y por consiguiente biológica y cognitiva como respuesta de lo psíquico quedó sujeta al encorsetado discurso de la biomedicina. Eso en lo teórico, pero en el momento de interpretar la emoción en casos clínicos, esta visión biologista y cognitiva se quiebra y permite la emergencia del dato cultural a través de la experiencia de los sujetos enfermos. Que paradójicamente no proviene de la voz en cuello del enfermo sino del propio médico quien se esfuerza por ofrecer una interpretación del sentir del sujeto enfermo.


En seguida revisaremos de manera breve el lugar de la emoción y tipos de emociones identificadas en dos enfermedades mentales dentro de las denominadas neurosis que atrajeron la atención de los psiquiatras mexicanos: la histeria y la epilepsia[17].


a) La histeria


La histeria representó un desafío para la ciencia porque constituyó un fenómeno mental escurridizo en el momento de describirlo y clasificarlo. La histeria desafió y desmintió las regularidades científicas al no respetar las leyes de la anatomía, de la patología, nada en ella funcionaba de manera regular, sin materialidad alguna porque no tuvo una lesión cerebral identificable. Por esa variabilidad de los síntomas, la histeria se consideró un proteo que se presentaba con tantos colores como el camaleón. En cambio, la sintomatología de la histeria representó un amplio repertorio de conocimientos sobre el deseo, la sexualidad y el goce, lo que se convirtió en una tensión permanente porque la estrategia histérica coincide con la estructura profunda del deseo. En ese mismo sentido, el estudio de la histeria permite acercarse a la subjetividad de los psiquiatras que la estudiaron por ser la revelación de sus propios deseos.


Según los tratados clásicos de psiquiatría, los síntomas o manifestaciones morbosas de la histeria (accidentes y estigmas) también se podían clasificar en somáticas y mentales, las primeras asociadas a lo material y las segundas al espíritu, las cuales a su vez podían clasificarse en conscientes e inconscientes. Como decía el médico mexicano Enrique Aragón en la histeria algo era constante, la inconsistencia, y advertía como lo hicieran sus colegas franceses, que los síntomas histéricos por más aparatosos e intensos eran aparentes. La psiquiatría del siglo XX postuló que las perturbaciones histéricas no comprometían lesiones estructurales, eran trastornos “sine-materia” en las cuales, lo único existente era un cambio en la variación de la dinámica de los procesos. Por ejemplo, en una parálisis histérica “no había destrucción de los centros correspondientes motores y corticales, ni tampoco una degeneración en los conductores y vías eferentes sino que todo se reduce a una suspensión o virtualidad en la acción”[18]


La histeria pasó de ser considerada una enfermedad propia de las mujeres, sustentada en una visión que he denominado úterocentrista, a una concepción neurológica en el siglo XIX, que la entendió como resultante de una predisposición orgánica a padecer una enfermedad[19]. Briquet la definió de la siguiente manera: “La histeria es una neurosis del encéfalo, cuyas manifestaciones consisten principalmente en trastornos de los actos vitales que sirven de expresión a las sensaciones afectivas y a las pasiones”. Así aparecen como elementos inseparables de la enfermedad los fenómenos psíquicos y afectivos que se constituyen en un eje de cristalización de la enfermedad. La entrada de la histeria en el campo de la psiquiatría se puede ubicar en la Salpêtrière con los estudios de Charcot, en este modelo se consideró la etiología psíquica de la enfermedad y por lo tanto se reconoció como enfermedad mental. Más tarde Pierre Janet heredero de la psiquiatría clásica concibió a la histeria como una enfermedad degenerativa, con desagregación mental y tendencia al desdoblamiento permanente y completo de la personalidad. La triada de estigmas psíquicos sobre el cual se sostenía la histeria según Janet era la disminución del poder de síntesis personal, estrechamiento del cuerpo en la conciencia y desdoblamiento del yo.[20] En las primeras décadas del siglo XX, las explicaciones bio-psico-sociales de la histeria aceptaron que la histeria era una enfermedad psicógena. Es decir, existió un acuerdo en el rasgo psicológico de la histeria. Para Bernheim,[21] la histeria no era una enfermedad, sino un modo especial de reaccionar a las causas emocionales. Las respuestas emocionales constituyeron parte de los síntomas de las crisis y así como las emociones tienen manifestaciones fisiológicas, las crisis se asemejaban a una exageración patológica de lo orgánico. La autosugestión presente en la histeria era el equivalente de la obediencia y el convencimiento fisiológico. Mientras que el neurólogo de origen polaco J.F Félix Babinski[22] aseguró que la histeria era una enfermedad pitiática, es decir, enfermedad causada por la sugestión –idea introducida en el cerebro-, en cuyo caso, la imitación y el contagio eran las obras de las emociones.[23] En México, Enrique Aragón llamó a la histeria enfermedad psíquica de teatralización por la manifestación de su sintomatología y por la ausencia de patología del sistema nervioso.


Para Enrique Aragón la histeria era la empresa de la teatralización pues ninguna de sus afecciones físicas manifestadas por las personas afectadas tenía un correlato orgánico y sin embargo lo aparentaba. Así, Aragón aseguró que en la histeria cabían todas las comedias ficticias y todos los dramas y tragedias figurantes. En esta concepción, el engaño se constituyó en un núcleo duro de su explicación y los síntomas fueron concebidos como los personajes obedientes que fingían y mentían. Entonces Aragón se dio a la tarea de enumerar y describir lo que él llamó los elencos principales de la teatralización de la histeria y que otros médicos llamaron la enfermedad de representaciones.[24]


Aragón basado en Babinski, identificó un nexus desconocido entre lo psíquico y lo orgánico en el que las emociones aparecían como un elemento nodal de dicha relación, ya fuese como punto de partida o punto de llegada del brote histérico.[25]


A pesar de que la histeria había sido considerada una enfermedad que también afectaba a los varones, ésta seguía cargando con el estigma de ser una enfermedad propia de las mujeres por las características de sus rasgos y sintomatología. En seguida se cita un párrafo elocuente de lo que se está exponiendo que corresponde a un trabajo de Enrique Aragón sobre la histeria:


La Histeria es un Proteo, todo puede caber en ella, y por lo que toca a la mentira, puede haberla originada por la enfermedad misma; o bien existe a pesar de ella o sobre ella. La vieja afirmación Socrática y de orden moral de “nadie es malo a sabiendas” podría modificarse tratándose de la Histeria y diciendo que, en las histéricas, unas mienten ignorándolo y otras mienten a sabiendas. Entre las primeras, existen las paralíticas, que propiamente son pseudo-paralíticas, porque la impotencia sólo es dinámica y debido a zonas parciales del sistema nervioso, que se hallan dormidas; también tienen cabida las que son portadoras de porciones anestésicas de su cuerpo…


Entre las segundas, es decir, las que mienten a sabiendas, hay que colocar a aquellas simuladoras conscientes de su papel y que en sus relaciones sociales, desean engañar a los que las rodean. Entonces no es la enfermedad la engañosa, es la persona que inventa el engaño de un modo premeditado. El médico debe estar alerta para esto último y cuántas veces podría hacerse una comedia que llevara por título “La engañadora engañada” es decir: ella tratando de mentir al médico, éste, en su labor psico-terápica, aceptando el engaño aparentemente; pero en el fondo engañando a la causante, que cree firmemente haber logrado su propósito sin saber que la aceptación médica entra en un programa de tratamiento, de que ella será la consecuencia.[26]


Las impresiones emocionales y los aspectos afectivos constituyeron, en el modelo ecléctico de la psiquiatría de 1930, el origen de los estigmas histéricos, es decir, las manifestaciones orgánicas provocadas por la sugestión a tal grado que según los informes clínicos de Aragón una mujer podía figurar un trabajo de parto sin estar embarazada o generar moretones en su cuerpo sin que nadie se los provocara como parte de los estigmas o bien generar una distorsión en la percepción de su cuerpo como por ejemplo, las mujeres podían percibir que perdían peso, lo que para aquella época constituía un problema de belleza. Las emociones formaban parte de lo psíquico y se convirtieron en el núcleo de la explicación de la histeria, pero la semiología de las emociones dentro de la histeria, en realidad se tornaron confusos y al parecer operaron bajo la lógica de un pensamiento moral y sobre la significación cultural de lo que debía ser un hombre y una mujer, es decir, en estereotipos de género. En este sentido podemos concluir que las emociones se desplazaron muy sutilmente del campo de la psicofísica al campo de lo psíquico para conseguir un significado en un contexto médico que obró sobre todo como regulador moral del comportamiento de hombres y mujeres.


b) La epilepsia


La epilepsia considerada en principios como una enfermedad mental, posteriormente reconocida como una enfermedad eminentemente neurológica también reconoció las emociones como parte de la etiología y sintomatología del padecimiento. En 1863 Hughlings Jackson publicó sus primeros trabajos sobre fisiología y clínica respecto de la epilepsia y atribuyó a los centros motores de los distintos grupos musculares de los miembros que se encontraban en la corteza cerebral, el centro de las lesiones que directa o indirectamente producían las convulsiones epilépticas. Se reconocieron tres tipos de Epilepsia: Jacksoniana, esencial e histérica.[27]


Las causas más frecuentes de la epilepsia Jacksoniana eran los tumores cerebrales, las meningitis, los traumatismos craneanos, los abscesos, las hemorragias corticales. Lo que a mi análisis compete son los síntomas psíquicos de la epilepsia, dentro de los cuales se contemplaron la apatía intelectual manifestada en los olvidos de la memoria y la afectación de las facultades afectivas, manifestadas por la irascibilidad del carácter de los enfermos. Los médicos encontraron que en la epilepsia esencial, los vicios intelectuales y morales (depravación, masturbación, perversidad, hipocresía, mentira, maldad, entre otros.) eran más frecuentes, y prácticamente nulos en la Jacksoniana. En cuanto a la epilepsia histérica, se distinguió, por los antecedentes, por el carácter del enfermo y el sexo. Aunque existía la histeria en el hombre, se siguió considerando bastante rara. Su sintomatología se limitaba a la anestesia de ciertas regiones en el cuerpo, la perturbación pasajera de los sentidos, los cuales desaparecían bajo la influencia de la electricidad farádica, de los imanes o de algunos metales como el oro, la plata o el platino.


Otros médicos mexicanos como Julián Villalva[28], retomando a los psiquiatras clásicos franceses, hablaron sobre todo de dos tipos de epilepsia; la esencial y la sintomática, esta última causada por la sífilis, alcoholismo o traumatismo sufrido en el cráneo, o simplemente refleja. Esta división de la epilepsia pretendió una distinción fundamental, diferenciar una entidad patológica real de un cuadro sintomatológico producido por otras causas.


Durante los siguientes años, los médicos mexicanos[29], apoyados en gran medida en las teorías de sus pares extranjeros como Esquirol, Charcot, Regis y el médico legal francés Legrand du Saulle, consideraron a la herencia como el factor desencadenante de la epilepsia; hijos de epilépticos, nacían de padres epilépticos o histéricos; también se incluyó como parte de las causas de la epilepsia, los matrimonios consanguíneos y, sobre todo, padres alcohólicos sifilíticos o intoxicados por plomo quienes heredaban la predisposición epiléptica a sus hijos.


Una de las preocupaciones de los médicos mexicanos heredada de sus pares europeos fue establecer la responsabilidad legal de los actos criminales cometidos como consecuencia de los ataques epilépticos y distinguir dichos actos de una sintomatología real epiléptica de una acto criminal intencionado. Me parece relevante entrar en esta discusión porque la epilepsia fue considerada una enfermedad que afectaba profundamente a las emociones y a la moral. No sólo fue una enfermedad cuyos rasgos se caracterizaron por presentar un carácter irascible, cruel frente a los seres indefensos, cuya venganza les podía llevar a cometer crímenes crueles y gozar del sufrimiento de otros, y al mismo tiempo ser tan volubles en su carácter que se convertían en un verdadero sufrimiento para la vida de su familiares y la propia[30]. Legrand du Saulles[31] quien desarrolló estudios de medicina legal para establecer la irresponsabilidad absoluta o la responsabilidad completa de los actos criminales de los epilépticos aseguró que éstos “tenían el corazón duro”, mientras que Charcot en otro momento había dicho: “estos individuos llevan un libro de oraciones en la bolsa, el nombre de Dios en los labios, y la abyección y la infamia en el alma”.[32] Mientras que Vibert, citado por Rojas, sostuvo que las alteraciones morales eran creadas por la enfermedad y las perturbaciones del carácter eran su consecuencia”. La enfermedad trastornaba el orden moral, tal y como en el pasado, el pecado lo generaba.


De acuerdo a los trabajos revisados sobre epilepsia, uno de las tareas fundamentales de los médicos era identificar los signos físicos de degeneración, la cual comprometía la vida psíquica del enfermo, tornándola inferior como consecuencia de una impotencia cerebral. La representación psiquiátrica de la inferioridad psíquica y mental del epiléptico se basó en la atribución de la afección cerebral, la cual detenía el desarrollo de un sano criterio moral e impedía como consecuencia dominar las pasiones exaltadas.


Hacia los años de 1925, los jóvenes médicos José Manuel Hernández[33], Enrique Flores Espinosa[34] y Alfredo García Río[35], entre otros, se interesaron por hacer explícita, dentro de la historia clínica, la vida afectiva de los epilépticos. El peso de la herencia degenerada producto del alcoholismo y en menor grado la sífilis siguió llenando los expedientes clínicos. Las emociones que mayormente se reportaron como parte de la sintomatología eran el egoísmo, irritabilidad y la abulia en general. Por esa misma época, se comenzaron a introducir pruebas psicológicas para dar cuenta de los aspectos psíquicos de manera presuntamente más objetiva y científica.[36]


Una constante aparece en los trabajos revisados, el número de varones epilépticos era mayor en los reportes clínicos y las emociones identificadas en los varones epilépticos fueron la ira, el egoísmo, la altanería, cólera, furia, arrebatos súbitos e inesperados de violencia, mientras que, en los casos de las mujeres diagnosticadas como epilépticas, las emociones referidas eran abulia y tranquilidad, solamente en un caso se reportó cólera.


Buscar en la estructura orgánica del cerebro, la causa de los comportamientos morales, particularmente los criminales, nos coloca frente a una explicación eminentemente organicista de la vida mental, pero cuando observamos que los mayores casos de epilepsia se presentaban entre los varones. Estamos frente a un rasgo cultural y no sólo ante una variante dada por el sexo de los enfermos, entendido como una característica orgánica de la enfermedad.


En el caso de la epilepsia, las emociones que se constituyeron en signos y síntomas de la enfermedad fueron el egoísmo, la crueldad, la cólera, la ira, mientras que, en el caso de la histeria, las emociones asociadas estuvieron relacionadas con las pasiones genésicas, el amor exacerbado y sexual. La epilepsia, en los últimos reportes de los años de 1925 a 1930, padecida más por varones que por mujeres; la histeria asumida completamente como una enfermedad femenina en la década de 1920-1930. Las dimensiones emocionales identificadas en ambos padecimientos también corresponden a las representaciones de los roles de género de una cultura en la cual las voces de algunos aseguraban la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, mientras que la ciencia, particularmente la medicina, esencializó las diferencias de los sexos en y desde el cuerpo. Dicha esencialización, también abarcó las representaciones de raza y clase social. Frecuentemente los médicos refirieron la incapacidad intelectual y psíquica de los pobres, los indios y los iletrados, cuyos comportamientos como el alcoholismo, les valió la etiqueta médica de degenerados.


El consumo de alcohol se daba más entre los varones, los pobres y los indios, según las representaciones médicas del periodo estudiado, en consecuencia, la epilepsia sintomática y por accidentes se presentaban más entre varones que entre mujeres. Mientras que, en la histeria, el sexo que predominó fue el femenino. Incluso cuando se entendió como una enfermedad por sugestión se aseguró que las mujeres buscaban ganancias secundarias de esas simulaciones.


Reflexiones finales


La medicina es sobre todo un saber histórico preexistente con otros saberes sobre el cuerpo y la salud, ésta última tiene una significación en lo biológico, personal y social.[37] La ciencia médico-psiquiátrica es un elemento más de la cultura. Como sostiene Medina Domenech, […] el conocimiento científico es un componente más, no privilegiado, de la cultura y la sociedad de una época.[38] En ese contexto, el análisis de las emociones como síntomas de la enfermedad mental dentro del discurso psiquiátrico nos puede permitir mostrar la parte negada de la cultura en la construcción del signo y del síntoma. Más allá de las discusiones, sumamente interesantes sobre la naturaleza de las emociones. Las formas de sentir paulatinamente se fueron constituyendo, hacia finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, en los contenidos de la experiencia de los sujetos. Eso nos lleva a cuestionarnos sobre las nuevas formas de construcción de los sujetos en los umbrales del consumo por un lado y del modelo organicista, por el otro. El sujeto dejó de ser el resultado de las pasiones del alma para convertirse en la resultante de la biología del cuerpo. En ese tránsito de paradigma, las emociones son las formas secularizadas del sentir. Se trata de un cuerpo que no es afectado por aspectos que provienen del afuera, ahora estamos frente a un cuerpo que percibe, que despliega una vida psíquica dinámica y en una doble recursividad se afecta y es afectado por las emociones que proceden de adentro. Para explicar esa vida profunda e interior se construyó una entelequia llamada yo. Un yo profundo y saturado que se convertirá en el centro de los discursos psí y que marcará el rumbo de la vida de los sujetos, sus identidades y sus formas de relacionarse a lo interior de los conjuntos sociales.


En los discursos biomédicos se habla de las emociones como objetos que pueden ser aprehendidos, como si se tratara de manifestaciones universales y ahistóricos, nada más distante de ello. Las emociones y sus expresiones son experiencias del sentir que tienen lugar en el flujo de los acontecimientos de la vida de los sujetos, en el que la vida individual se encuentra en la colectividad y se significa desde una doble recursividad[39]. Entonces, las emociones son las formas del sentir secularizado en un mundo en el que la ciencia médica se erige como la mediadora entre lo humano y la naturaleza, en esa lógica de dualidad, las emociones tiene un sitio dentro de las epistemes científicas, sólo que ocupan un espacio siempre en oposición a la razón, y por lo tanto se han asociado, primero a la parte baja de la condición humana, y segundo, ocupan el sitio de la patología cuando su manifestación exacerbada y/o inhibida se configura como síntomas y signos de las enfermedades mentales a la luz de los imaginarios socioculturales. Verbigracia el género, la clase social, la edad y el trabajo.




[1] Foucault, Michel (1996) El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica. México, Siglo XXI.


[2] 4 Martínez Hernáez, Ángel (2000) “Anatomía de una ilusión. El DSM-IV y la biologización de la cultura”. En Perdiguero, Enrique y Josep M. Comelles (eds.) Medicina y cultura. Estudios entre la antropología y la medicina. Barcelona, Bellaterra, págs. 249-275.


[3] Amparados en el modelo crítico de la antropología médica, la medicina es sobre todo un saber histórico preexistente con otros saberes sobre el cuerpo y la salud, ésta última tiene una significación en lo biológico, personal y social. Véase Martínez Hernáez, Ángel (2008) Antropología Médica. Teorías sobre la cultura, el poder y la enfermedad, Barcelona, Anthropos.


[4] Martínez Hernáez, Ángel (2000) What´s Behind the Symptom? On Psychiatric Observation and Anthropology Understanting, New York, Routledge.


[5] Postel Jacques, Quétel Claude (comps.) (1993) Historia de la psiquiatría, México, Fondo de Cultura Económica.


[6] Saurí Jorge (1996) Historia de las ideas psiquiátricas. El naturalismo psiquiátrico, Ediciones LOHLÉ-LUMEN, Buenos Aires.


[7] Menéndez, Eduardo (1989-1990) El Modelo Médico Hegemónico y el proceso de alcoholización. Un análisis antropológico, Tesis, Buenos Aires, pp. 80-111; Menéndez, Eduardo (1990) Antropología médica. Orientaciones, desigualdades y transacciones, Cuadernos de la Casa Chata, 179, CIESAS/UNAM, México; Menéndez, Eduardo (1992) “Modelo hegemónico, modelo alternativo subordinado, modelo de autoatención. Caracteres estructurales”, en; Roberto Campos (comp.) La antropología médica en México, Instituto Mora, México.


[8] Otegui Pascual, Rosario (2000) “Factores socioculturales del dolor y el sufrimiento”, en Perdiguero, Enrique y Josep M. Comelles (eds.) Medicina y cultura. Estudios entre la antropología y la medicina, Barcelona, Ediciones Bellaterra, pp.227-248.


[9] Psicólogo francés contemporáneo de Emmanuel Regis interesado en el estudio de la herencia en el campo de la psicología, conocedor de filosofía y de las escuelas inglesas y alemanas en psicología experimental. Fundó sus trabajos en psicología sobre bases fisiológicas y, apegado a los cánones científicos de su época, buscó darle validez al estudio de los fenómenos psíquicos para desterrarlos del campo de la metafísica. El estudio de los aspectos psíquicos hechos por Ribot aportaron importantes conocimientos en la comprensión de las enfermedades mentales.


[10] Médico español, fundador de la gimnasia higienista y de las bases científicas de la educación física en España. García Fraguas basó gran parte sus reflexiones sobre el sistema nervioso en el Tratado de psiquiatría de Emmanuel Regis.


[11] Darwin, Charles (2009 [1872]) La expresión de las emociones, Universidad Pública de Navarra, Laetoli, Navarra, España.


[12] Es importante mencionar que los libros de psiquiatría que se citan en este apartado correspondiente a la literatura extranjera son los que formaron parte de los libros de consulta de los psiquiatras mexicanos.


[13] García Fraguas, J.E. (1906:402) Énfasis nuestro.


[14] Entendido como un desorden de las funciones psíquicas en el cual las sensaciones, la acción y las facultades morales se encuentran muchas veces pervertidas al mismo tiempo que las facultades intelectuales y produce una Idea fija.


[15] Percepción sin objeto


[16] López Sánchez, Oliva (2013) Los elementos psíquicos en la etiología de los trastornos mentales: el lugar de las emociones en el proceso de la enfermedad mental en la Psiquiatría siglos XIX y XX. Trabajo presentado en el III Coloquio de Investigación. Las emociones en el marco de las ciencias sociales: Perspectivas interdisciplinarias 21 y 22 de Marzo del 2013 convocado por la Red Nacional de Investigadores en el Estudio Sociocultural de las Emociones (RENISCE)/Departamento de Estudios Socioculturales (DESO), ITESO/UNAM Facultad de Estudios Superiores, Iztacala.


[17] En efecto, la epilepsia dejó de considerarse una verdadera enfermedad mental y quedó concebida como enfermedad del sistema nervioso, no obstante, generó una producción en investigación importante en la medicina mexicana por lo que se incluye en este breve análisis.


[18] Aragón, J. E. (1931) p.7.


[19] 21 Sobre los modelos de clasificación de la histeria puede consultarse; López Sánchez, Oliva (2012) “La experiencia de la sin razón: el papel de las emociones en la etiología de la histeria y las neurosis en los siglos XIX-XX” en: Oliva López Sánchez (coord.) La pérdida del paraíso; el lugar de las emociones en la sociedad mexicana entre los siglos XIX y XX, México Facultad de Estudios Superiores Iztacala-UNAM, pp.149-171


[20] 22 Aragón, E. (1931)


[21] Citado en Aragón, E. (1931)


[22] Joseph-Francois-Félix Babinski nació en Paris, hijo de migrantes polacos. Neuropatólogo, discípulo de Charcot y jefe de la clínica Charcot en 1886, estudioso de la enfermedad del momento: la histeria.


[23] Babinski consideró que si la histeria era una enfermedad nerviosa por sugestión, ésta podía desaparecer por persuasión. Véase: Postel, Jacques y Claude Quétel (comp.) (1993) Historia de la psiquiatría, México, Fondo de Cultura Económica, pp. 570-580.


[24] Véase Aragón, E. (1931)


[25] Aragón, E. (1926:29-35)


[26] Aragón, E. (1929:191-192). Énfasis nuestro.


[27] 29 Macouset, R. (1893)


[28] Véase Aragón, E. (1931)


[29] Peón del Valle, J. (1908)


[30] 32 Villalva, J. (1900)


[31] Legrand du Saulles, H. (1874)


[32] Citados en: Rojas, E. (1908)


[33] Hernández A., J.M. (1927)


[34] Flores Espinosa, E. (1932)


[35] García Ríos, A. (1932)


[36] Las pruebas psicológicas que se aplicaron para evaluar a los epilépticos fueron las siguientes:

Heilbroner: consiste en que se presenta al enfermo una serie de dibujos incompletos en serie. El primero tiene unas cuantas líneas, los siguientes van presentando paulatinamente más hasta la figura completa, observando en cuál de dichos dibujos reconoce el paciente el objeto.


- Bourdon: consiste en tachar ciertas letras de la página de un libro o bien borrar en serie triángulos, estrellas, cruces, lo que se le pida.

- Binet: Se le dice al enfermo que con la mayor rapidez posible escriba debajo de cada una de tres cifras que se le dan.

- Kraepelin: Se le da al enfermo una columna de números simples y se le pide que vaya sumando de dos en dos y diciendo o anotando el resultado.

- Reich: Se usaba sobre todo con vesánicos niños y jóvenes consiste en que el enfermo tiene que separar dos o más clases de semillas que se dan mezcladas en un recipiente.

- Nünsterberg: consiste en hacer que el sujeto trace de modo simulado con una mano, líneas verticales y con la otra horizontal, al cabo de cierto tiempo ambos movimientos se hacen en el mismo sentido, pero el tiempo transcurrido para las personas normales es más lento que en las enfermas.

- Silogismos de Toulouse: se le hacen varias proposiciones construyendo silogismos verdaderos y falsos y se le pide al paciente su opinión.

- Ziehen: Consiste en diferenciar los conceptos de palabras que se prestan a confusión, por ejemplo, escala y escalera, estanque y laguna.

- Finck: Pedir explicación de refranes.

- Masselon: hacer que el enfermo forme frases con tres palabras.

- Eblinghause: completar las palabras o sílabas que faltan en un discurso.


[37] Martínez Hernáez, Ángel (2008) Antropología Médica. Teorías sobre la cultura, el poder y la enfermedad, Barcelona, Anthropos.


[38] Medina Doménech, Rosa María, “Sentir la historia: Propuesta para una agenda de investigación feminista en la historia de las emociones” Arenal, 19:1; enero-junio 2012, 161-199.


[39] Kleinman, Arthure, (2000) “Lo moral, lo político y lo médico. Una visión socio-somática del sufrimiento” en Emilio González y Josep M. Comelles (comp.) Psiquiatría transcultural, Madrid, Asociación Española de Neuropsiquiatría, pp. 13-35; Kleinman, Arthur (1988) The llnes narratives: Suffering, healing, and the human condiction, Basic Books, EUA. Good, Bayron John. (1994) Medicine, Rationality, and Experience. An Anthropological Perspective, Cambridge University Press, Gran Bretaña; Turner, Víctor (1988) El proceso Ritual. Estructura y antiestructura, Taurus, Madrid; Geist Ingrid (2008) Antropología del ritual. Víctor Turner. ENAH, México, pp.89-102.


*Texto tomado del Archivo Documental “Cuerpos, sociedades e instituciones a partir de la última década del Siglo XX en Colombia”. Mallarino, C. (2011 – 2016). Tesis doctoral. DIE / UPN-Univalle.


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