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Corporalidades: una mirada desde la teoría de la interseccionalidad de los géneros



Resumen*


La teoría de la interseccionalidad explica cómo los géneros dialogan con otras desigualdades sociales (la clase, raza, etnia, u orientación sexual). Este trabajo es fruto de una investigación cualitativa cuyo objetivo principal fue analizar la representación de las corporalidades travestis entre 2004 y 2009 realizada por la prensa local digital. A partir de los linemientos del análisis narrativo, se confeccionó un corpus basado en la prensa de referencia (Clarín y La Nación).


Los principales resultados indicaron que desde 2004 se acrecentó la visibilidad pública de corporalidades travestis en un doble escenario. El primero fue el mediático (principalmente televisivo) con dos tipos de narrativas: la ficción y el documental. El segundo fue el escenario político, particularmente con la discusión de la localización de zonas rojas, la derogación de los Edictos Policiales, el Código de Convivencia Urbana en Buenos Aires y la regulación del trabajo sexual. La prensa de referencia recreó antagonismos: zonas rojas/espacios verdes; travestis/vecinos. Los vecinos habitan los espacios verdes y son amenazados por las travestis que, con su presencia, tiñen esos espacios y los transforman en zonas rojas. Los vecinos representan los valores de la ciudadanía y el bien común. Las travestis fueron asociadas a: cuerpo, sexualidad, prostitución, violencia, escándalo, inseguridad, suciedad, pobreza, calle, desnudez, ofensa, delito. Esto las convertía en un peligro, pero a su vez y de modo combinado, fueron representadas como víctimas por la discriminación social. Se han ligado rasgos corporales y la marginalidad social con atributos morales que habilitan a proyectar performativamente, mediante el relato de diversos sucesos, imágenes de decadencia (encarnada en las travestis) en oposición a una imagen idealizada de familia, cuerpo, sexualidad, etc. Esto fue reforzado mediante el uso de fotografías que confirmaban los estereotipos.


Palabras claves: corporalidad- travesti- interseccionalidad



1a) Perspectivas teóricas


Este trabajo forma parte de una investigación cualitativa. Aquí voy a presentar uno de los objetivos principales de la misma: analizar las representaciones de las corporalidades travestis (entre los años 2004 y 2009) en la prensa local digital1. Con tal fin, confeccioné un corpus basado en la prensa de referencia (Clarín y La Nación), teniendo en cuenta algunos de los principales linemientos del análisis narrativo.


Problematizar la representación de la corporalidad y las prácticas travestis, supuso como punto de partida ineludible (desde el ámbito teórico), recorrer los aportes de Foucault, en especial, su caracterización de la sexualidad como un dispositivo (Foucault, 2003). Esto es, la producción de la sexualidad y los géneros como construcciones históricamente datadas. Los siglos XVIII y XIX resultaron cruciales para la comprensión de este proceso, en la medida en que especialmente en el siglo XIX, la sexualidad humana adquirió status de objeto de estudio científico. El auge del modelo de ciencia positiva, como forma privilegiada de conocimiento y explicación de la realidad, estaba apoyado en un sistema clasificatorio desde el cual se caracterizaban los fenómenos estudiados como normales o patológicos. En particular, en el orden de la sexualidad, esta clasificación supuso la consolidación de la heterosexualidad como punto de referencia desde el cual juzgar el resto de las conductas sexuales. Es decir, se impuso la heterosexualidad reproductiva y obligatoria como la normativa.


Por su parte, Rubin (1993) caracterizó este proceso a partir de la consolidación del sistema sexo/género. Esto es, el enlace a nivel ideológico del sexo con la naturaleza y el género con la cultura. Como conceptos, tanto el dispositivo de la sexualidad como el sistema sexo/género, son coincidentes al destacar que en el siglo XIX se naturalizó el pensamiento binario como el principal ordenador de la vida social occidental. En el ámbito de los géneros y la sexualidad, los binarismos (excluyentes entre sí por definición) que se impusieron fueron: hombre/mujer, masculino/femenino y heterosexual/homosexual. Ellos establecieron la norma heterosexual a partir de la naturalización de una supuesta coherencia entre: el sexo, el género, la presentación corporal, las emociones, los roles sociales, entre otras.


Desde este punto de vista, la identidad era explicada gracias al orden de la naturaleza, dejando de lado las mediaciones sociales, culturales e históricas. Desde luego, las prácticas no heterosexuales fueron fuertemente estigmatizadas a partir del proceso histórico que en la modernidad consolidó al pensamiento binario. En ese clima, la identidad era entendida como una categoría natural, cerrada e inmóvil. Pero el binomio femenino/masculino, además de ser excluyente ha contenido jerarquías en su interior. Esto es, que lo masculino se impuso históricamente como dominante, relegando lo femenino como subalterno. En esa directriz, lo masculino se asoció a lo productivo, al poder, la racionalidad, la fuerza y lo público. En cambio, lo femenino fue enlazado con lo reproductivo, lo débil, las emociones y lo privado. Las feministas fueron quienes, a partir de sus singulares articulaciones entre la teoría y la política, han denunciado la opresión históricamente construida hacia la mujer y lo femenino.


En este trabajo me apoyé extensamente en el pensamiento feminista, en especial, en su encuentro con la corriente de pensamiento post estructuralista para repensar la categoría “identidad”, así como la generización del dispositivo de la sexualidad. Es decir, el feminismo post estructuralista incorpora la mirada de género (que no fue explicitada por Foucault) en relación al dispositivo de la sexualidad, y de este modo se propone desmontar la relación sexo/género.


Las teorías de Derrida (1971) y Foucault (2003), me facilitaron el poder dar cuenta de la historicidad del pensamiento binario y del cuestionamiento de las estructuras propias de la racionalidad moderna. Esto es, aquella racionalidad basada en una concepción universalista del ser humano, y fundante de una noción de sujeto regida por una lógica binaria de la identidad. Este paradigma de las identidades fue lo que sostuvo la correspondencia entre el mundo y el lenguaje, y una relación natural entre el sexo y la corporalidad, fortificando la matriz heterosexual como la norma social dominante.


El post estructuralismo auspició la ruptura de este paradigma de las identidades, abriendo paso a la pregunta por las identificaciones. Este pasaje fue producto de la incorporación del giro performativo en las ciencias sociales, posibilitando la deconstrucción de categorías tales como hombre, mujer, femenino, masculino, etc. Este paso dio lugar desde lo teórico, a la puesta en duda de aquellas visiones herméticas en torno a las concepciones de sujeto e identidad. Así, se favoreció el establecimiento de posiciones de sujeto atravesados por múltiples dimensiones tales como la edad, clase, etnia, sexo, etc. para repensar las problemáticas de la identidad.


En especial, los estudios de género se vieron fuertemente influenciados por el giro performativo en las ciencias sociales para el abordaje de las cuestiones de género. Butler (1997 y 2001) puso en diálogo la teoría de Austin (1962) sobre la performatividad del habla, con la construcción social de los géneros. Para Butler la configuración social de los géneros posee características similares a los usos sociales del lenguaje. Como resultante Butler sostiene que el género es una actuación constante y paródica, supuestamente estable por causa de su repetición compulsiva y por ende, naturalizada2.


En este trabajo también incorporé algunas consideraciones conceptuales del feminismo negro a la hora de abordar el género y la corporalidad en la prensa digital. En particular, la teoría de la interseccionalidad de los géneros explica cómo el sexismo y el racismo operan con dispositivos afines. Esto es, ambos apelan al orden de la naturaleza y se centran en la corporalidad para justificar o silenciar situaciones de opresión y dominación más amplias. Desde este punto de vista, no es posible pensar la discriminación de género, sin tener en cuenta variables tales como la raza o etnia, la clase social, la sexualidad, etc. en tanto fenómenos políticos.


1.b) ¿A qué llamamos perspectiva de la interseccionalidad de los géneros?


Como ya dije, la perspectiva de la interseccionalidad de los géneros (Davis, 1981) propone interpretar el racismo y el sexismo como fenómenos que operan mediante dispositivos afines. La argumentación se sustenta en las siguientes proposiciones:


a) El racismo y sexismo apelan al orden de la naturaleza para justificar relaciones de poder.


b) Ambos asocian relaciones que comprometen a los cuerpos con relaciones sociales más amplias.


c) Tanto el racismo como el sexismo son representaciones inscriptas en relaciones sociales, políticas y culturales. No es posible pensar las clases sociales, la sexualidad, la raza, entre otros, sin atender a la dimensión de género.


d) El racismo y el sexismo operan políticamente en sistemas de opresión interconectados que resultan muy difíciles de distinguir.


Atendiendo a estas cuestiones, Crenshaw creó el concepto de interseccionalidad para comprender la convergencia de las distintas formas de discriminación padecidas por las mujeres ligadas al sexismo, clasismo, racismo y otras formas (Crenshaw, 1994).


La interseccionalidad propone un análisis relacional entre la clase social, la etnia/raza, la sexualidad, el género, entre otros aspectos (Tapalde Mohanty, 1988 y Crenshaw, 1994). Si bien, esta categoría surgió de las mujeres afroamericanas para pensar su propio contexto, lo que dio lugar al surgimiento de la corriente conocida como black feminism, (Davis 1981); a su vez, esta perspectiva permite establecer las relaciones adecuadas para entender las formas de desigualdad social que operan con dispositivos afines, tales como el sexismo, el clasismo o el racismo, y que intervienen de manera combinada en la distribución del poder en los contextos locales (Viveros, 2002 y 2006). Como sintetiza la siguiente cita: