La concepción hegemónica de “cuerpo” que circunscribe el ámbito de la salud

RESULTADO DE INVESTIGACIÓN: Proyecto de Investigación de la Facultad de Ciencias del Ambiente y la Salud “Obstáculos al conocimiento e iatrogenia: discriminación, segregación y prejuicios como fuentes potenciales de errores en la práctica enfermera/médica”, y de la experiencia realizada como docentes en la materia “Medicina y Sociedad” y en el Seminario “El cuerpo hoy” de la carrera de Medicina de la Facultad de Ciencias Médicas de la U. N. del Comahue.
Nos interesa plantear un abordaje del cuerpo que instale la diversidad y discuta la legitimación del conocimiento científico basada en la fuerte valoración biologicista (reflejada tanto en la enseñanza de la medicina como en las prácticas terapéuticas) que impone la idea de organismo por sobre la de ser humano. Una concepción del cuerpo más allá del paradigma médico, que incorpore la dimensión social y cultural.
Nos incumbe profundizar en cómo las relaciones sociales determinan segmentaciones, que incluyen o excluyen a los sujetos, y analizar los procesos históricos complejos que legitiman o desarticulan prejuicios que sustentan acciones discriminatorias.
El “ámbito” de la salud es el ámbito de trabajo de los profesionales y agentes pero también es el espacio social en donde converge la población, es decir, es el lugar de las prácticas que ha establecido nuestra sociedad para tal fin y en el que se configuran los sentidos del cuerpo, la salud y la enfermedad.
“En todas las sociedades humanas, en todo tiempo y lugar, las enfermedades han generado algún tipo de respuestas encaminadas a interpretar, controlar, prevenir, tratar o reparar el daño, la lesión, el dolor, el sufrimiento, la enfermedad o la muerte. Indudablemente estamos en presencia de un universal cultural. También todos los grupos humanos conocidos desarrollaron métodos y distribuyeron roles para enfrentar y reaccionar frente a la enfermedad que estuvieron vinculados con sus recursos y estructuras culturales. Por último, para definir y conocer las distintas enfermedades, las sociedades han desarrollado una serie de creencias, experiencias, percepciones y saberes más o menos específicos”[1].
La definición de salud predominante como respuesta cultural que organiza las afecciones y condiciones que representa la enfermedad, produce una concepción de cuerpo que si bien es la dominante no es la única. Pero además porque existe una diversidad de concepciones que están más arraigadas en las prácticas cotidianas, fogueadas con la historia y la identidad y por lo tanto son portadoras de sentidos sociales propios, que recapitulan al cuerpo real y lo anclan a la vida familiar, local, regional.
Esas otras nociones fueron invisibilizadas en las sociedades occidentales en los albores de la modernidad, cuando se empieza a utilizar una noción de cuerpo “mecanicista” que configura sus funciones “normales” frente a la contingencia de la enfermedad.
Se pone en marcha un modelo médico que se instala como el “único y verdadero” parámetro de cuerpo, de salud: el llamado Modelo Médico Hegemónico por el antropólogo Eduardo Menéndez.
En este sentido, la relación médico-paciente es una relación social y como tal también reproductora de las asimetrías que, por un lado, sustentan visiblemente categorías sociales y, por otro, ocultan el hecho de que, en tanto social, son construcciones históricas. Como resultado queda una imagen del cuerpo atomizada, desvinculada del acontecer cotidiano, de los procesos sociales, políticos e ideológicos.
Entonces el cuerpo humano es pensado como una máquina, un “saco de órganos” que frente a un “desajuste”, el médico será el encargado de devolverlo a su funcionamiento “correcto”. El saber biomédico se constituye en la representación oficial del cuerpo humano; es el saber que se enseña en las universidades, el que se utiliza en los laboratorios de investigación, es en definitiva el único fundamento de la medicina moderna.
No es habitual considerar dentro de la delimitación científica de “cuerpo” todos los aspectos que lo delinean (por ser de índole social queda descartada de antemano) sobre todo cuando la reflexión que lo acompaña es considerada como un saber “inferior” que proviene de la “ignorancia”. Esto no sólo contempla una “definición” de cuerpo sino que lo traduce como un objeto de estudio.
Pero a la luz de tanta producción crítica que ha influído en la modificación de conceptos y que ha derivado de los cuestionamientos ideológicos, hoy podemos desnaturalizar las “categorías clasificatorias” en las que se ha ubicado a los sujetos según parámetros estancos, desandando así lo que podemos considerar verdaderos prejuicios que han logrado instalar la “infrahumanización” de amplios sectores de la sociedad.
La “representación oficial del cuerpo humano” es meticulosamente biológica pero con profundas implicancias políticas y económicas que sólo son posibles de ver dentro del análisis histórico.
El eje con el que consideramos atravesar la importancia que adquiere el determinismo biológico en el abordaje del cuerpo lo encontramos en la teoría evolucionista (expandida al extremo en distintos ámbitos del pensamiento y la acción política) porque le dio sustento científico a la clasificación de lo biológico en categorías jerárquicas. Lo que nos permitirá en principio dar cuenta del contexto mencionado y, sobre todo, los elementos del fundamento biologicista sobre el cuerpo humano. En este sentido
“La obra de Darwin, según su punto de vista, se inserta en un proceso de cambio generalizado y continuo en las filosofías del S. XIX de la naturaleza, el hombre y la sociedad. Un proceso caracterizado por el desarrollo de una perspectiva naturalista y reedificadora que empieza por abrazar la historia de la tierra, después la de la vida, y, finalmente la de la mente y la sociedad. El punto culminante en este desarrollo, es, como cabe suponer, el debate victoriano sobre el lugar del hombre en la naturaleza. Las conclusiones son claras: a) la moralidad y la teoría social podían y debían ser ciencias naturales, b) la pobreza y la desigualdad y las divisiones jerárquicas del trabajo estaban fundadas en natura, y no eran fenómenos políticos. Ahora bien, este proceso hay que entenderlo dentro de un contexto de cambio social generalizado.
La teología natural británica, que destacaba la armonía del hombre, la naturaleza, y la sociedad, era apropiada para un mundo ‘pastoral, agrario y aristocrático’. Sin embargo, no lo era tanto, para uno que era cada vez más ‘competitivo, urbano e industrial’. Así, de un orden social ‘divinamente ordenado’ pasamos a otro biológico, donde el progreso se reproduce a través de la lucha, y la división jerárquica del trabajo se hace depender de la división fisiológica del trabajo”[2].
Lo biológico adquiere una fuerza histórica como orden natural que instaura un saber que ha dado lugar a un modelo médico que no está en retirada.
El hecho de que las personas busquemos respuestas vinculadas con la salud y la enfermedad en otros saberes (populares, tradicionales, alternativos, complementarios) no significa que pongamos en un segundo plano al saber médico científico. Como dice David Le Breton, en el contacto con esos otros saberes encontramos una imagen de nuestro cuerpo mucho más digna de interés, descubriendo una dimensión simbólica que provoca asombro, enriqueciendo la existencia con una “onza de símbolo”. En el afán de lograr la objetividad científica, la medicina se ha despojado de la dimensión simbólica.
Para el modelo biomédico o hegemónico el cuerpo es un conjunto de “piezas” o de elementos que deben ser estudiados de manera separada. Cada parte del todo, es observada a través de una serie de signos y síntomas sometidos a una batería de “mediciones” y pruebas diagnósticas de naturaleza bioquímica. Tal es así que, en torno a las tecnologías de investigación y de curación, se organizó la atención médica, la que adquirió la denominación de “servicio” (de gastroenterología, de nefrología, de diabetes, etc.). Entonces, el cuerpo es concebido como algo exclusivamente biológico, lo que afirma el hecho de que el profesional de la salud aprende a conocer el cuerpo a través de una representación en “clave anatomopatológica”.
El modelo biomédico margina el peso de lo social y cultural en los procesos de salud/enfermedad medicalizando muchos aspectos de la vida cotidiana. Los procesos de medicalización que han experimentado las sociedades en el último siglo, han transformado la práctica del profesional, quien vivencia sobre sí los “mandatos” de la propia corporación médica, de las instituciones y del propio sistema económico.
En este contexto, solo los médicos concentran el poder e imponen sus saberes y prácticas, sino que existe un conjunto de actores que facilitan y legitiman la expansión de la medicalización de la vida cotidiana. Los médicos y los equipos de salud, han sido el vehículo de la farmacologización de la vida cotidiana, ya que de manera indiscriminada han administrado prácticas de intervención en la vida de las personas, que van desde la medicación hasta estudios diagnósticos y terapéuticos que podrían haber sido evitados o dosificados[3]. Pero es necesario considerar que los médicos y otros profesionales de la salud, son formados, socializados dentro de instituciones ligadas a intereses económicos de organismos y empresas públicas y privadas. La ciencia no es neutral ni objetiva, y en el caso de la ciencia médica, nos encontramos frente a un saber sostenido, financiado y legitimado por un sistema económico que ha convertido a la salud en una mercancía más que se compra y se vende en el mercado. El científico no es un ser desinteresado buscador de bienestar integral, estable y colectivo. Las empresas químico-farmacéuticas juegan un rol activo no solo en la producción de sustancias sino también en la construcción de patrones de legitimación del consumo de medicamentos, diagnósticos, análisis, imágenes que mueven el aparato del mercado de tecnologías.
Es en este contexto en el cual se forman los futuros profesionales de la salud. El proceso de formación no supone únicamente la adquisición de habilidades técnicas, sino que es también un proceso de construcción ideológica-cultural.