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Oralidad como emergencia de corpolinguicidades en coimplicación creadora

«Sin el cuerpo que le da un rostro, el hombre no existiría»

Le Breton

“Todo el hombre es cuerpo. Su cuerpo es una luz, y sus ojos se encuentran en correspondencia con el sol. En el cuerpo, todo respira; nuestros pulmones se convierten en socios del mundo. El hombre también es estómago porque tenemos la capacidad de incorporarnos todas las cosas del mundo”

PARACELSO (S.XVII)

“Cada palabra posee su propia contextura corporal”

Fontanarosa



Prácticamente todas las relaciones humanas canalizan sus resonancias y sentidos a través del lenguaje, ya sea trascendiendo las palabras o incorporándolas germinativamente al interjuego de lenguajes-formas a partir de las cuales emergen variadas posibilidades de mediación expandidas al plano de lo estético, lo relacional, lo social, lo cultural, en correspondencia con el vínculo que se establece en primera instancia con uno mismo, con los otros-otras y con el medio en el cual nuestra corporalidad se hace guijarro redondo, protector; o ángulo afilado, torrencial; o hexágono que pavimenta los encuentros, o catenaria que acuna la esperanza y circula las fuerzas del amor, u onda que comunica, extiende, proyecta las voces de nuestra especie, fusionándolas por medio de sonoridades sutiles, estridentes a veces, delicadas y melódicas otras, con las notas de esa sinfonía misteriosa que configura la partitura del concierto akásico; una sinfonía que registra, en su campo sutil de revelación, todos los sonidos, todas la melodías, todas la voces, todas las corporalidades.


La oralidad, como complexus de lenguajes articulados orgánicamente es asumida con frecuencia desde una postura fragmentada, al margen de las complejidades que la caracterizan al ser un compendio de lenguajes que trascienden la verbalidad y se hace corporalidad vibrante y generativa en sincrónica emergencia de enunciaciones plurales y diversas.


Es correspondencia con esta idea resulta pertinente tener en cuenta que “nada de lo que hacemos en lenguaje, consciente o inconscientemente, es irrelevante, porque nos transformamos en nuestros cuerpos según lo que hacemos en lenguaje, y hacemos en nuestro lenguaje según lo que se transforma en nuestros cuerpos” (Maturana:1999,44) de manera que el lenguaje, esa “coordinación recurrente de conductas consensuales”, según lo define Humberto Maturana, está implícito en la constitución de lo humano y de las corporalidades que jerarquizan la proyección de nuestras identidades.


Nuestras voces corporizadas en el vasto universo de lo oral se conectan; no importa lo diferentes que parezcan cuando anidan en las caracolas de los oídos. Son gotas del mismo océano, provienen de las mismas misteriosas sabias; manifestándose como fractales, sobreponiéndose, yuxtaponiéndose, implicándose, quedándose, como se queda el agua tras la lluvia entre los mosaicos del patio de la abuela, haciendo pocitos de frescura; quedándose, como se queda la Luna algunas veces, de cara al Sol, hasta difuminarse en una palidez delicada que no se va el todo.

Cuando las voces se descorporizan se tornan inorgánicas e instrumentales y aun así no pierden su vínculo con la corporalidad, sólo disipan la potencialidad de proyectarse creativamente y devienen en una especie de difuminación expresiva que debilita las energías propias de la corporalidad orgánica, manifestándose como proyecciones de sí mismas que no alcanzan a tener la suficiente luz para sincronizarse con el espacio y los cuerpos que lo ocupan.


Al desconectarse de su natural arraigo las voces devienen en una especie de agujero en el bolsillo por el que se escurre la curiosidad, el asombro y la maravillosa posibilidad del encuentro en la palabra al amparo de la hoguera, en medio de la plaza, en el salón de clases, en torno a la mesa familiar; encuentro que trasciende la estrecha concepción del tiempo y el espacio; encuentro en vértigo que gira en sentido contrario a la rutina y devela otros tiempos, otras dimensiones, otros caminos; viaje colectivo de interaprendizajes, de anticipaciones a través de las cuales, en postura caordiaca, los cuerpos encarnan el mundo y pueden situarse en el lugar del otro, preguntar-preguntarse y elegir posibles caminos para ser y hacer el mundo; pues la oralidad es “corpolinguicidad” (Andres Ortíz Osés) expandida en la mirada, el gesto, la postura, la intensidad, el tono, el timbre, la mímica; corpolinguicidad que posee la capacidad para vibrar haciendo resonancias con otros cuerpos.


En este caso, concentrando nuestra mirada en la narración oral, como territorio de sentidos emergentes y potencia cultural generativa, es clave explicitar que el cuento narrado a “viva voz” deviene en una proyección virtualizada de las realidades que nos confrontan permanentemente con otras perspectivas de esas mismas o de otras realidades, estimulando un aprendizaje holístico en apertura autopoiética que se conecta con la cognición estética, donde las sugerencias y las representaciones devienen en evocaciones y acontecimientos de universos de posibilidad que se despliegan involucrando experiencias colectivas, trayendo a un primer plano acontecimientos, que al ser narrados creativamente desde el punto de vista del narrador, a pesar de sus texturas cotidianas, emergen inéditos y frescos, develando capas no subsumidas de las realidades individuales o colectivamente tejidas.


En el libro Leer la Mente, Jorge Volpi, haciendo referencia a los primeros narradores de historias de nuestra especie dice: “por presuntuoso que suene, quien ha combatido a docenas de mamuts de fantasía tiene más probabilidades de sobrevivir a la embestida de uno auténtico” (J.Volpi.2011:22) y eso es fehaciente en el mundo convulso de hace millones de años y en el no menos convulso mundo actual.


Quien narra sugiere y cada persona que escucha resuena diferente, una historia y muchas historias se configuran al unísono. Al escuchar se entra en diálogo con quien narra la historia. Quienes escuchan la corporizan con sus ojos, con sus rostros, con sus posturas, con sus gestos, con sus risas, sus lágrimas. Cada quien hace suya la historia, la interioriza y el encuentro de las corporalidades implicadas deviene en oportunidad para mediar desde lo pedagógico y desde lo humano, en permanente imbricación y gesta colectiva de sentidos que circundan el espacio más allá de lo que es visible, tal vez en esa dimensión akásica donde se concentra todo lo que fue, lo que es, lo que será; lo ocurrido y lo que está por ocurrir. Esa dimensión que ya sabía de nuestras corporalidades antes de que nuestras corporalidades fueran.


La Oralidad en sus más diversas expresiones y lenguajes se teje en espiral de narraciones interconectadas, gestando espacios para la circulación holística de la palabra viva, propiciando el despliegue poético de esa colcha de retazos que solemos llamar alma.

Al narrar una historia a viva voz se ubica en un primer plano el ímpetu de la magia, del misterio y la posibilidad de movernos sin ataduras a través de las diferentes dimensiones que nos circundan.

Al narrar a viva voz se siente como en torno fluye la energía de los cuerpos que encarnan la historia y se sincronizan en emoción, sensibilidad, interpretación, sugerencia y creación.


La voz esculpe con palabras corporalidades que no se restringen al impacto del tiempo ni del espacio y no sólo actúa sobre cuerpos imaginados, re-creados, sino también sobre el cuerpo de cada uno de nosotros, narradores, fabuladores, cuenteros; artífices de las realidades; “porque reconocer el mundo e inventarlo son mecanismos paralelos que apenas se distinguen entre sí ya que la única realidad que conocemos- y que en el mejor de los casos está levemente emparentada con la realidad- es la realidad de nuestra mente, la realidad que percibimos y luego recreamos sin medida” (Volpi: 2011:10), el mundo va siendo según nuestras miradas, nuestra percepción, nuestras corporalidades lo enuncian, lo sienten, lo significan, lo materializan; como decía Onelio Jorge Cardoso, el cuentero mayor de Cuba, “el mundo va siendo según se va nombrando por el camino”.


Las historias narradas a viva voz pueden llegar a ser potentes canales de cognición y mediaciones entre las personas y sus contextos; confrontándolas con la posibilidad de ampliar los márgenes perceptuales y dinamizar la capacidad de asociar; de coligar creativamente acontecimientos, sucesos, acciones que nutren el repertorio de nuestra observación, no desde los estragados límites de lo obvio o de lo inmediato, sino apuntando hacia la posibilidad humana de forjar lo divergente, lo maravilloso.


Al narrar historias a viva voz se visualiza, se provoca, se seduce, se sugiere y quien escucha pone carne, alma, color, paisajes a las historias narradas; incorpora las sugerencias y las confronta con sus saberes, con sus experiencias previas, con sus emociones, con sus miedos, con sus relaciones, con sus imaginarios; se posibilita así un aprendizaje mediado de resonancias humanadas.


En cada personaje que pasa por la historia, tanto quien narra cómo quienes escuchan se auto exploran o perciben la presencia tangible de corporalidades articulados a un sensus complexus como conector linfo-energético de la vida; tejido complejo y sísmico que da cuenta de elecciones-colocaciones-creaciones de las personas que persisten en existir forjando territorios, en resistencia a ser cuerpos reducidos a una cifra, deudores de una cotidianidad que con cada gesto, con cada movimiento, con cada nuevo sentido esparcido a través de la oralidad y sus lenguajes redimensiona y extiende las corpolinguicidades .


El sensus complexus al que hacemos referencia confronta los paradigmas, los moviliza, flexibiliza sus fronteras y podría tornar lo cotidiano en umbral en el que la curiosidad, el asombro y la pulsión creadora den cuenta de una política de la vida, en correspondencia con la postura zemelmaniana del sujeto que emerge y se coloca íntegro en el acontecimiento extraordinario que valida su historia como persona, lo que entraña situarse, o al menos entrar a dialogar con paradigmas de configuración coherente con las propuestas de la “tercera cultura” (John Brockman)


La narración oral atiza la asimetría del cerebro y potencia conexiones neuronales inéditas, reflejando en nuestro interior el estado del mundo, de manera que al situarnos en él, lo que implica siempre el fomento de estados de “pegajosidad humana” (Maturana), podamos fracturar los límites y desplazarnos hacia otros paradigmas en los que nuestra corporalidad se expanda y exprese de forma generativa y creadora.


Debemos tener presente que a veces una sola palabra basta para desatar una avalancha de imágenes, de recuerdos, de sentidos-sentires, de saberes despojados de la camisa de fuerza de las autorías, porque la oralidad es siempre aguacero de mayo, catarata irreverente, y todo lo que es dicho, cada vez que se vuelve a decir, será dicho de otra manera, al no ser que se aprenda de memoria; me refiero aquí no a la memoria asociativa, que durante milenios ha sido depositaria de tantas experiencias, vivencias, poetizaciones y recorridos de nuestra especie, sino al aprendizaje que fija sus linealidades validando una memoria instrumental despojada de toda resonancia hermenéutica y creadora, capaz de asfixiar cualquier posibilidad de mantener con vida la pulsión creadora de las corpolinguicidades como potencias metaidentitarias propias de la interculturalidad.


En el escenario inorgánico de la memoria instrumentalizada se sitúa uno de los dramas de nuestro tiempo, sujetos que repiten lo escuchado- leído siguiendo las rutas instituidas por quienes tienen capturado el poder de la palabra, situación que ha confinado a muchas personas de todas las edades a corporalidades silenciadas y nulas, confinadas a un balbuceo gélido y temeroso que se desmorona ante los retos permanentes de la incertidumbre, o que por el contrario reaccionan enérgicamente, apegados a una razón sin porosidades, activando los hilos invisibles que reproducen los movimientos y las expresiones verbales calculadas.


Todos los seres humanos somos mediadores-mediados que a través de la corpolinguicidad fabulamos el mundo. Cada historia narrada nos reta a imaginar, a escapar de lo previsible para encontrarnos con un universo inagotable de asombro, de curiosidad, en el que se proyecta la complejidad y la grandeza de nuestra especie y su necesidad de “comprender para anticipar la incertidumbre” (Wagensberg: 2004: 276), compartiendo ámbitos experienciales amplificados por la emoción, la ilusión y la poesía que respaldan a la narración oral como acto de coinspiración creadora.


Sé que has estado haciendo el esfuerzo de sentir mi voz resonar en estas palabras y te lo agradezco, por eso me atrevo a hacerte esta solicitud: narremos juntos una historia. Yo inicio y tú la sigues. ¿De acuerdo? …¿Qué no te la sabes?, ya verás que sí.


Esta historia, como otras muchas, tiene miles de versiones en casi todas las lenguas e inscribe con su cuerpo de palabras, sobre nuestros cuerpos, algunas de las más vibrantes esencias culturales


Había una vez…

hace mucho tiempo…

en un país muy lejano…


Ahora te toca a ti… si, puede ser esa misma historia en la que estás pensando, adelante. Te escucho, quiero conocer tu versión…



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