EL VIA CRUCIS DEL CUERPO
- Clarice Lispector (2020)
- 4 may
- 2 Min. de lectura

EXPLICACIÓN
El poeta Álvaro Pacheco, mi editor en Artenova, me encomendó que escribiera tres historias que, según me pidió, hubiesen sucedido realmente. Los hechos los tenía, faltaba la imaginación. Era un asunto peligroso. Le respondí que no sabía escribir historias por encargo. Pero —mientras él me hablaba por teléfono— ya sentía nacer en mí la inspiración. La conversación telefónica fue el viernes. Comencé el sábado. El domingo por la mañana las tres historias ya estaban listas: “Miss Algrave”, “El Cuerpo” y “Via Crucis”. Yo misma estaba asombrada. Todas las historias de este libro son contundentes y quien más sufrió fui yo misma. Quedé shockeada por la realidad. Si hay indecencias en las historias la culpa no es mía. Es inútil decir que no me sucedieron a mí ni a mi familia ni a mis amigos. ¿Cómo lo sé? Sabiendo. Los artistas saben muchas cosas. Quiero sólo avisar que no escribo por dinero y sí por impulso. Van a arrojarme piedras. Poco importa. No soy de hacer bromas, soy una mujer seria. Además de todo, se trataba de un desafío.
Hoy es 12 de mayo, Día de la Madre. No tenía sentido escribir en un día así historias que yo no querría que mis hijos leyesen porque me daría vergüenza. Entonces le dije al editor: sólo publico bajo seudónimo. Hasta ya había elegido un nombre bastante simpático: Cláudio Lemos. Pero él no aceptó. Me dijo que yo tenía que tener la libertad de escribir lo que quisiese. Me rendí. ¿Qué podía hacer sino ser la víctima de mí misma? Solamente le pido a Dios que nadie me encargue nada más. Porque, por lo que parece, soy capaz de obedecer en rebeldía, yo la inliberta.
Una persona que leyó mis cuentos dijo que eso no era literatura. Era basura. Concuerdo. Pero todo tiene su hora. Está también la hora de la basura. Este libro es un poco triste porque descubrí, como una niña boba, que éste es un mundo perro. Es un libro de trece historias. Pero podría haber sido de catorce. No quise. Porque le estaría faltando el respeto a la confidencia de un hombre simple que me contó su vida. Él es conductor de carretas en una hacienda y me dijo: me separé de mi mujer para no derramar sangre, ella tomó el mal camino y arrastró a mi hija de dieciséis años. Él tiene un hijo de dieciocho años que no quiere ni escuchar el nombre de su propia madre. Y así son las cosas.
C.L.
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